SGS* |
Hace algo más de dos años (El Comarcal del veintitrés de enero de 2009) reflexioné sobre las teorías que abogan por la existencia de una causa primera generadora del cosmos y alguien echó en falta una mínima referencia a la teoría del caos. Sostuve allí que –científicamente- resultaba tan absurdo afirmar que existe Dios como que no. Y que, incluso, parecía más aceptable mantener la existencia de Dios desde una creencia religiosa –fe- que negarla científicamente. La ciencia asienta sus bases en la causalidad: toda acción genera una reacción, todo efecto tiene su causa. Ciencia cuestionada especialmente a partir de Kant: una cosa es el mundo que podemos percibir con nuestros sentidos (el “fenómeno”) y otra bien diferente el mundo real, tal como es: “la cosa en sí”. La ciencia, pies de barro, no se basa en la realidad (“la cosa en sí”) sino en los “fenómenos” que percibimos (versión limitada de la realidad, de esa denominada “cosa en sí”).
Avanzando más, ya el escocés David Hume se había cargado también la firme teoría de la causalidad: nuestros sentidos perciben hechos que se suceden unos a otros en el tiempo (“hechos sucesivos”, no “sucesos causales”). De esa sucesión temporal que observamos, y –sobre todo- de su machacona reiteración deducimos la ley o principio causal. Pero este principio no es más que una deducción que no podemos demostrar: observamos que a A sigue B y a B sigue C y de la reiteración de tal observación “deducimos” que A es la causa de B y B a su vez la causa de C. Sobre esta deducción pivota la ciencia. Y partiendo de ella, pero a la inversa (yendo no del efecto a la causa sino de la causa al efecto) algunos científicos esbozaron la teoría del big-bang: la demostración de una primera causa (una explosión que incluso algunos religiosos podrían acomodar a sus creencias). Se trataría de una explicación lógica pero indemostrada. Además, en las “sucesiones” que observamos y a las que tildamos de “causales” (también esto lo observaba Kant) el efecto sufre una modificación meramente formal o accidental, nunca substancial: jamás hemos podido observar que la nada o el no ser fuera causa de algo ni que el ser lo fuera de nada (de aquí arranca el “nada se crea nada se destruye…”).
Avanzando más, ya el escocés David Hume se había cargado también la firme teoría de la causalidad: nuestros sentidos perciben hechos que se suceden unos a otros en el tiempo (“hechos sucesivos”, no “sucesos causales”). De esa sucesión temporal que observamos, y –sobre todo- de su machacona reiteración deducimos la ley o principio causal. Pero este principio no es más que una deducción que no podemos demostrar: observamos que a A sigue B y a B sigue C y de la reiteración de tal observación “deducimos” que A es la causa de B y B a su vez la causa de C. Sobre esta deducción pivota la ciencia. Y partiendo de ella, pero a la inversa (yendo no del efecto a la causa sino de la causa al efecto) algunos científicos esbozaron la teoría del big-bang: la demostración de una primera causa (una explosión que incluso algunos religiosos podrían acomodar a sus creencias). Se trataría de una explicación lógica pero indemostrada. Además, en las “sucesiones” que observamos y a las que tildamos de “causales” (también esto lo observaba Kant) el efecto sufre una modificación meramente formal o accidental, nunca substancial: jamás hemos podido observar que la nada o el no ser fuera causa de algo ni que el ser lo fuera de nada (de aquí arranca el “nada se crea nada se destruye…”).
Por eso, por esta limitada percepción, creí que la postura del agnóstico (que mantiene que no podemos demostrar la existencia de Dios) me parecía honrada, mientras que la del ateo, que firma contundente y científicamente que Dios no existe, la considero tan falta de consistencia como la del creyente. Con la diferencia de que el creyente reconoce apartarse de la ciencia para apoyarse en la creencia (la fe).
Bien, leo recientemente en una novela autobiográfica de Joaquín Leguina que se confiesa ateo, afirmando que ni existe Dios ni una causa primera. Que él cree –precisamente- en la teoría del caos. Sin embargo, la teoría del caos, no deja de ser una teoría causal por la que -y además con acierto- se ponen de manifiesto la cantidad de elementos que hacen muy complejas y mediatas esas relaciones causales, pero que no por ello dejan de ser causales. Uno de los principales conceptos de la teoría del caos es el denominado “efecto mariposa”, derivado de este hermoso proverbio chino: "el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo". Precioso y aun posiblemente real. Pero seguimos enclaustrados en la teoría de la causalidad, remota, compleja, mediata, sublime si se quiere, pero causalidad. Estamos, pues, en las mismas: o creencia o ciencia causal limitada. Siempre huérfanos de un sustento mental sólido, privación que nos obliga a mantener una postura agnóstica, por lo demás perfectamente compatible con buen número de creencias.
Dicho esto, mi postura personal es agnóstica y órfica, a pesar de o precisamente porque -como decía Mallarmé- un golpe de dados jamás abolirá el azar- con lo que...
El Comarcal del Jiloca
01/04/2011
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(*) En la fotografía dos obras de Fernando Sinaga: Oscillum y Solve et coagula (Museo Pablo Serrano - Zaragoza-)
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(*) En la fotografía dos obras de Fernando Sinaga: Oscillum y Solve et coagula (Museo Pablo Serrano - Zaragoza-)
Los ciegos no ven el sol, pero eso no significa que el sol no exista.
ResponderEliminarLos hay que aun con un microscopio no ven más allá de sus narices.
!Ay¡ Kant, tengo entendido que abandono la religión en su edad madura. Estuvo mas acertado cuando dejó los dogmatismos.
ResponderEliminarDicen que es el padre de la psicología. Menos mal que llevó una vida tranquila y ordenada al principio y no le molestaron mucho.
Tengo una inmensa curiosidad por saber lo que le pasó durante once años que estuvo retirado.
En una contestación a una carta de un alumno, al ver que se aislaba contestó:
"Cualquier cambio me hace aprensivo, aunque ofrezca la mejor promesa de mejorar mi estado, y estoy convencido, por este instinto natural mío, de que debo llevar cuidado si deseo que los hilos que las Parcas tejen tan finos y débiles en mi caso sean tejidos con cierta longitud. Mi sincero agradecimiento a mis admiradores y amigos, que piensan tan bondadosamente de mí hasta comprometerse con mi bienestar, pero, al mismo tiempo, pido, del modo más humilde, protección en mi actual estado frente a cualquier alteración".
Hume solucionó todo con su famoso tenedor; pero antes de usar el tenedor tuvo un dolor de cabeza muy fuerte y a partir comenzó sus teorías sobre realidades, sucesiones e ilusiones. A Leguina le ha pasado algo así después de dejar la política y como no tiene tenedor, pues eso, pone caos que es lo suyo.
ResponderEliminarImaginaos quién del blog escribe esto.
Ángel, no sé si conoces la biografía de Kant de Kuno Fischer. Si te interesa anda por la red. Y si no la encuentras te la puede mandar por e-mail, yo la tengo en word. El título es,sencillamente, "Vida de Kant".
ResponderEliminar¡ Muchas gracias Servando!
ResponderEliminarLa buscaré enseguida, tengo mucha curiosidad en leerla completa desde hace tiempo.
Gracias otra vez.
Ángel.
Ondia, Maestro, tendré que repasar... este Kant me querría sonar, pero ahora como que no caigo.
ResponderEliminarEn fin, ya pasaron los buenos tiempos.
Un abz
loqax