sábado, 18 de mayo de 2024

EL JUEGO DE LA BOLSA. TOMA DE DECISIONES. LOS SESGOS COGNITIVOS PRODUCIDOS POR EL PÁNICO DEL INVERSOR (José de la Vega)


 

Cábalas sobre el posible inventor del juego de la bolsa.


Los desesperados dicen que lo inventó el rey que rabió[1], porque en él todo son rabias y más rabias, disgustos y más disgustos, pesares y más pesares. Si el que compra algunas partidas ve que bajan, rabia por haber comprado; si suben, rabia porque no compró más; si compra, suben, vende, gana y vuelan aún a mayor precio del que ha vendido, rabia porque vendió por menor precio; si no compra ni vende y van subiendo, rabia porque habiendo pensado en comprar, no llegó a hacerlo; si van bajando, rabia porque, habiendo tenido amagos de vender, no se decidió; si le dan algún consejo y acierta, rabia porque no se lo dieron antes; si yerra, rabia porque se lo dieron. Así que todo son inquietudes, todo arrepentimientos, todo delirios, luchando siempre lo insufrible con lo feliz, lo indómito con lo tranquilo y lo rabioso con lo deleitable[2].

José Penso de la Vega
(Edición de Servando Gotor)


[1] «Acordarse o ser del tiempo del Rey que rabió». Según el Diccionario de Autoridades, «frase con que se da a entender que una cosa es muy antigua». Gracián la emplea en la Crisi Undézima de la Segunda Parte de El Criticón (2001:494). Aquí, de la Vega la utiliza con el doble sentido de que se ignora cuándo se creó, y en especial como alusión a la inquietud, nerviosismo y desesperación de los jugadores.

[2] Es este un hermoso y pormenorizado ejemplo que podría encajar en lo que en las finanzas conductuales (o del comportamiento o conducta -behavior-) se conoce como sesgo de aversión al riesgo o a las pérdidas. Estos sesgos o errores sistemáticos nos pueden llevar a decisiones erróneas. Las finanzas conductuales, o economía del comportamiento (Behavioral economics) parten de que la mayoría de nuestras decisiones financieras no están dictadas por la parte racional de nuestro cerebro, sino por nuestras emociones. «De la Vega fue el autor de la primera obra publicada sobre sesgos de conducta en las finanzas, centrada en concreto en los sesgos de los inversores. José de la Vega describe de forma viva, aguda y hasta podríamos decir que simpática diversos sesgos cognitivos de los inversores de hace trescientos años». (Corzo Santamaría, Prat Rodrigo y Vaquero Lafuente, 2015:116). Para entender qué son los sesgos cognitivos, es necesario previamente saber qué sea la heurística: un proceso mental para la toma de decisiones, o resolución de problemas, en el que nos servimos de trucos o atajos. Proceso mental que habitualmente utilizamos en nuestro devenir diario. «Los procedimientos utilizados en la resolución de un problema pueden ser por algoritmos o por heurísticos. Los algoritmos (viene de guarismo = cantidad y es una alteración por influjo del griego “arithmós”) son estrategias que garantizan la solución; por ejemplo, un algoritmo son las reglas para realizar una división cualquiera (…) Estas reglas nos darán un resultado indefectiblemente correcto. Los procedimientos heurísticos en cambio, (de “heuriskó”, yo hallo, descubro, en griego) (Corominas, 1973) son procedimientos que proveen ayuda en la solución de un problema, pero no de manera justificada. Son juicios intuitivos». (Cortada de Kohan, 2008:69). En la economía clásica, se venía sosteniendo que las decisiones económicas de un individuo obedecían a un patrón racional consistente en un cálculo de utilidad y probabilidad (Teoría de la utilidad). Pero en 1974, Daniel Kahneman y Amos Tversky, en su artículo Juicio bajo incertidumbre: Heurística y sesgos, describen por vez primera los mecanismos heurísticos: «los individuos confían en un número limitado de principios heurísticos que reducen las tareas complejas de estimación de probabilidades y valores predictivos a operaciones judicativas más simples. Estas heurísticas son, en general, bastante útiles, pero a veces conducen a errores serios y sistemáticos.» (Kahneman, 2016:545). Estos errores serios y sistemáticos son los sesgos cognitivos. Y cuando no son sistemáticos sino puntuales, se les llama ruido. En definitiva, a la hora de tomar decisiones, las personas somos bastante complicadas, complejas, variadas, limitadas y a la vez ricas. Richard H. Thaler se referirá a los individuos racionales y maximizadores de la teoría económica clásica (Teoría de la utilidad) como Econos, una especie racional distinta a las personas de carne y hueso; como contrapunto, los Humanos vendrán caracterizados por sus emociones y prejuicios (Thaler, 2018:12). Son los segundos los que tomarán sus decisiones, no mediante algoritmos sino mediante heurísticas. Y los analistas han elaborado auténticos catálogos tanto de heurísticas como de sesgos, de los que De la Vega refiere en su obra, ya en pleno siglo XVII, un buen número de estos. Entre ellos, alguna de las conductas que aquí nos describe podrían corresponderse con las hoy tipificadas como sesgos de aversión a los riesgos o a las pérdidas, y sesgos de aversión al arrepentimiento. Si el lector vuelve ahora a leer el párrafo entero que nos ocupa, comprobará la carga emocional de estas conductas que describe De la Vega, y cómo tienen todas un denominador común: el desasosiego que produce o pueden producir el error, la incertidumbre, los riesgos y los arrepentimientos. La aversión al riesgo o a las pérdidas revela que nuestros sentimientos hacia las ganancias y las pérdidas no son simétricos, es decir, el dolor por las pérdidas es mayor que la satisfacción por las ganancias, además del añadido doloroso que nos produce el haber hecho una mala inversión. La aversión al arrepentimiento se presentará también como sesgo psicológico siempre que evitemos asumir (reconocer) el error cometido; porque ello nos llevará a ejecutar actuaciones tendentes a ocultar dicho error, que precisamente y por esa ocultación o no reconocimiento podrían resultar nefastas. En resumen, la mejor forma de eludir nuevos errores es reconocer los que ya hemos cometido. Con tal reconocimiento podremos evitar -tal y como dice el refrán- tropezar de nuevo en la misma piedra. Por ejemplo: compras un activo, e inmediatamente te das cuenta de que ha sido un error: te deshaces de él inmediatamente. Pierdes, pero has subsanado rápidamente el error, has puesto fin a la situación. Sin embargo, la aversión al arrepentimiento, el no querer reconocer el error, evita que te deshagas inmediatamente de ese activo, y esta desacertada decisión te puede llevar a mayores pérdidas. No reconoces el error, no lo subsanas de inmediato, y el perjuicio se agrava.

jueves, 2 de mayo de 2024

HUMOR ... ¿JUDÍO? DE JOB A LOS HERMANOS COEN (Servando Gotor)

 

El gran Lebowski (Hermanos Coen, 1998)

Humor… ¿judío? De Job a los hermanos Coen (*)

 

Yo aborrecía el instituto hebreo tanto como la escuela pública y ahora os explicaré por qué. En primer lugar, jamás acepté todo ese tema de la religión. Ni siquiera creía que hubiera Dios;  tampoco pensaba que, en el caso de que sí existiera, estaría convenientemente a favor de los judíos. El cerdo me encantaba. Detestaba las barbas. Además se escribía al revés.

(Woody Allen: A propósito de nada, p. 43).

 

Se habla y se ha escrito mucho sobre el humor judío. Y, de hecho, son numerosos los humoristas judíos, como son numerosos los artistas, economistas, músicos, arquitectos, comerciantes y albañiles hebreos. Pero lo primero que habría que preguntarse es si realmente existe un humor, un dolor, un amor, un carácter y unos sentimientos esencialmente, judíos. Y aquí volvemos forzosamente al Eclesiastés: Nada nuevo bajo el sol. Pero también hay o puede haber importantes variaciones de matiz, adjetivas, derivadas. No esenciales. Y son estas, o pueden ser, las que confieren unas determinadas y características peculiaridades. Pero solo de matiz. Las calificaciones, las definiciones son siempre y en todo caso peligrosas.  Hablar de los españoles, como hablar de los franceses, es algo a lo que estamos acostumbrados, pero realmente ni todos los españoles son iguales ni lo son los franceses, ni los rusos, ni los chinos. Y hasta los miembros de una misma familia suelen ser muy diferentes entre ellos. Habrá, sí, algunos caracteres genéricos en cada pueblo, pero siempre serán meramente adjetivos. 

Un concreto sufrimiento por la muerte de un ser querido, ese punzante dolor que nos produce, nos equipara a todos los humanos sin distinción más que cualquier pertenencia a una zona geográfica o a un momento histórico concreto. 

Se puede decir que la personalidad del pueblo judío, en cuanto pueblo perseguido, marginado y eternamente extranjero, tiene ciertas connotaciones muy particulares que, además, por herencia, por transmisión, suelen heredarlas ulteriores generaciones aunque no hayan vivido la experiencia del extrañamiento. Es entonces cuando concluimos que esas concretas situaciones imprimen carácter. Si uno nace en la tierra de sus padres y vive y crece en ella, vive integrado, sin problemas, sin especiales traumas. Pero aquellos que han tenido que emigrar, han padecido el reto de la integración en una sociedad a la que no pertenecen. Y según en qué sitios y en qué épocas, además, esa integración ha podido ser más o menos dificultosa, cuando no imposible, si no sangrienta. Y estas dificultades o imposibilidades activan determinados mecanismos de defensa, especialmente y en lo que aquí nos importa, psíquicos: desconfianza, ímpetu, fortaleza, empeño, astucia, tacto… Inteligencia, en suma.  Y también humor. Y, por supuesto, un humor avispado, perspicaz. Porque es un humor que sirve de conjura y defensa frente a un exterior adverso que agrede y margina. Para sobrevivir socialmente. Pero también para que esas circunstancias no nos derriben interiormente. Nada nuevo. Oigamos la voz de una autoridad de autoridades, Sigmund Freud (por cierto, también judío):

 

El humor no es resignado, es opositor; no sólo significa el triunfo del yo, sino también el del principio de placer, capaz de afirmarse aquí a pesar de lo desfavorable de las circunstancias reales. (1992:158-159).

 

Por eso Theodor Reik cree descubrir

 

una triada de características esenciales de los chistes judíos, sellos de distinción que los diferencian del humorismo de otros pueblos. Reflejan una especie de intimidad humana, sus procesos mentales siguen una línea de antítesis y uno se ríe de ellos, pero no son alegres. Esta última característica es reconocida incluso por un conocido proverbio de los judíos de Europa Oriental: "El doctor también hace reír". (1994:225).


Solo en este sentido de respuesta y defensa (no precisamente alegre, pero sí cómica), parece factible hablar de un humor estrictamente judío; que será, por lo demás, igual al de todo humano que experimente ese mismo tipo de agresiones, presiones o adversidades. Y muchas de ellas, incluso, también quedarán marcadas en otras generaciones que no las padezcan, porque ese carácter impreso se habrá ido transmitiendo a otras gentes y a otras generaciones, de modo más o menos consciente. El pueblo judío, además, se caracteriza, precisamente, por esa transmisión, por esa tradición. Se podrá argüir por ello que los hebreos tienen más marcadas esas características porque es un pueblo más cerrado y reservado, y que ese exceso de tradición es una muestra palpable de su personalidad. Pero eso es confundir el efecto por la causa, puesto que, precisamente, esa arraigada tradición no es sino una defensa, consecuencia de las presiones y adversidades padecidas: los marginados se solidarizan (se hacen sólidos, son uno) formando una sola familia, y no solo por lazos estrictamente consanguíneos, pues la adversidad une tanto o más que la sangre. Y esa solidaridad, para que sea más fuerte, se convierte no solo en una solidaridad puntual o coyuntural, sino que se proyecta generacionalmente para no olvidar. Eso es la tradición (traditio). 

Y todos estos caracteres impresos son los que pueden apreciarse con mayor o menor grado en judíos más o menos desarraigados.  Los que los conserven más intactos serán los judíos más militantes, practicantes u ortodoxos. Los que no, se alejarán más pero siempre quedará un mínimo poso, ya sin resquemor, sin resentimiento, que a menudo hasta reconocerán con una sonrisa más o menos amarga.

 

Es por ello que el humor judío vendría a ser más bien de tipo irónico, más o menos suave, pero siempre perspicaz, siempre inteligente y, por ello, ya de entrada, comienza por reírse incluso (o sobre todo) por aquello que le es más propio.

 

Porque el humor más inteligente comienza haciendo broma de uno mismo. Es posible, por lo demás, que el humor occidental en general esté marcado por ese estilo judío, porque siempre ha bebido en sus fuentes. Desde el Job bíblico a los hermanos Coen. Desde la tradición literaria hasta la industria cinematográfica. Y el ejemplo cinematográfico no puede ser más representativo, no solo por su capital influencia durante todo el siglo XX, sino porque ya los grandes estudios de Hollywood eran propiedad de judíos, y muchos de los autores, actores, y directores más emblemáticos han sido judíos. Hemos mentado a los hermanos Coen, ya en el siglo XXI, pero en la pasada centuria tenemos los ejemplos que mejor demuestran esta evidencia: Adolph Zukor (fundador de la Paramount); Carl Laemmle (de la Universal); Louis B. Mayer (de la Metro); Hermanos Warner (de la Warner Brothers); y los autores y actores Elia Kazan, Charlie Chaplin, Hermanos Marx, y Woody Allen. Ejemplos que ponen de manifiesto, además, la realidad de que, si realmente existió alguna vez un humor específicamente judío, hoy día, por mor del séptimo arte, este se habría extendido y confundido con el resto de pueblos y hasta civilizaciones.

 

Y para concluir con cierta sonrisa, extraer tres ejemplos de este especial e inteligente humor de Confusión de confusiones, subrayando en todo caso que no solo se detecta en determinadas y concretas anécdotas o chistes, sino que fluye por toda la obra, jugando con las palabras, las expresiones y los significados, y forzando el lenguaje de un modo verdaderamente magistral.

 

El primero de ellos es una sátira sobre la inutilidad de determinados conocimientos:

 

El hijo de un mísero genovés regresó de las escuelas de Pavía, y al pedirle el padre algunos indicios de lo que allí había aprendido, le respondió el joven haber conseguido tanta sutileza que hasta  podía demostrarle que los dos huevos que se estaba comiendo eran en realidad cuatro. Porque siendo el dos un número binario y siendo que todo número binario se compone de dos unidades, juntando estas dos unidades al número binario harían cuatro, por ser cuatro dos veces dos. Quedó absorto el viejo de oír las sofisticadas e inútiles agudezas en que había perdido el tiempo, la meditación y el dinero; y queriéndole demostrar que valía más lo rustico de su entendimiento que lo refinado de su silogismo, sorbió los dos huevos, diciendo: «Bien, pues me como yo los dos que puso la gallina, y ahora te comes tú los otros dos que fabricó la dialéctica». (3.3.6)

 

El segundo ejemplo hace referencia a lo ininteligible de las acciones, cuyas fluctuaciones son siempre impredecibles. Algo que compara con este aparentemente absurdo:

 

Areteo narra como algo extraordinario que un melancólico se cure de sus delirios al contemplar con fruición a una doncella, pareciéndole maravilloso que a un loco le sirviera para recobrar el juicio lo que a tantos cuerdos se lo hace perder. (2.4).

 

Por último, una escena casi cinematográfica que perfectamente podrían representarla cualquiera de los hermanos Marx (Harpo, evidentemente, comunicándose por señas):  

 

Alguien quiere enterarse de lo que pasa en una rueda [corro].  Introduce la cabeza entre los brazos de los que la forman (sufriendo ciertos olores desagradables bajo esos brazos), oye que se ofrece ocho por las acciones, sin que nadie compre; da una vuelta, y entrando por otro lado, como si no hubiera oído nada y tuviera orden de compra sin importar el precio, empieza a ofrecer ocho y medio; se animan sus secuaces, ofrecen nueve, y a veces no deja de conseguir sus satisfacciones la treta, y sus aplausos la jugada.(4.5).

 

Un humor crudo, real, pero sobre todo humano, demasiado humano.

 

 Servando Gotor



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(*) Extraído de la introducción a Confusión de confusiones, edición de lecturas-hispanicas.com


sábado, 13 de enero de 2024

URBANÍCOLAS (Ortega y Gasset)


Griegos y latinos aparecen en la historia alojados, como abejas en su colmena, dentro de urbes, de poleis. (...) El caso es que la excavación y la arqueología nos permiten ver algo de lo que había en el suelo de Atenas y en el de Roma antes de que Atenas y Roma existiesen. Pero el tránsito de esta prehistoria, puramente rural y sin carácter específico, al brote de la ciudad, fruta de nueva especie que da el suelo de ambas penínsulas, queda arcano: ni siquiera está claro el nexo étnico entre aquellos pueblos protohistóricos y estas extrañas comunidades, que aportan al repertorio humano una gran innovación: la de construir una plaza pública, y en torno una ciudad cerrada al campo.  (...) La urbe o polis comienza por ser un hueco: el foro, el ágora; y todo lo demás es pretexto para asegurar este hueco, para delimitar su dintorno. La polis no es, primordialmente, un conjunto de casas habitables, sino un lugar de ayuntamiento civil, un espacio acotado para funciones públicas. La urbe no está hecha, como la cabaña o el domus, para cobijarse de la intemperie y engendrar, que son menesteres privados y familiares, sino para discutir sobre la cosa pública. Nótese que esto significa nada menos que la invención de una nueva clase de espacio, mucho más nueva que el espacio de Einstein. Hasta entonces sólo existía un espacio: el campo, y en él se vivía con todas las consecuencias que esto trae para el ser del hombre. El hombre campesino es todavía un vegetal. Su existencia, cuanto piensa, siente y quiere, conserva la modorra inconsciente en que vive la planta. Las grandes civilizaciones asiáticas y africanas fueron en este sentido grandes vegetaciones antropomorfas. Pero el grecorromano decide separarse del campo, de la «naturaleza», del cosmos geobotánico. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puede el hombre retraerse del campo? ¿Dónde irá, si el campo es toda la tierra, si es lo ilimitado? Muy sencillo: limitando un trozo de campo mediante unos muros que opongan el espacio incluso y finito al espacio amorfo y sin fin. He aquí la plaza. No es, como la casa, un «interior» cerrado por arriba, igual que las cuevas que existen en el campo, sino que es pura y simplemente la negación del campo. La plaza, merced a los muros que la acotan, es un pedazo de campo que se vuelve de espaldas al resto, que prescinde del resto y se opone a él. Este campo menor y rebelde, que practica secesión del campo infinito y se reserva a sí mismo frente a él, es campo abolido y, por lo tanto, un espacio sui generis, novísimo, en que el hombre se liberta de toda comunidad con la planta y el animal, deja a éstos fuera y crea un ámbito aparte, puramente humano. Es el espacio civil. Por eso Sócrates, el gran urbano, triple extracto del jugo que rezuma la polis, dirá: «Yo no tengo que ver con los árboles en el campo; yo sólo tengo que ver con los hombres en la ciudad.» ¿Qué han sabido nunca de esto el hindú, ni el persa, ni el chino, ni el egipcio?

Hasta Alejandro y César, respectivamente, la historia de Grecia y de Roma consiste en la lucha incesante entre esos dos espacios: entre la ciudad racional y el campo vegetal, entre el jurista y el labriego, entre el ius y el rus. (...)

La urbe es la supercasa, la superación de la casa o nido infrahumano, la creación de una entidad más abstracta, y más alta que el oikos familiar. Es la república, la politeia, que no se compone de hombres y mujeres, sino de ciudadanos. Una dimensión nueva, irreductible a las primigenias y más próximas al animal, se ofrece al existir humano, y en ella van a poner los que antes sólo eran hombres sus mejores energías. De esta manera nace la urbe, desde luego como Estado.

José Ortega y Gasset
2ª Parte, XIV, VI




martes, 19 de septiembre de 2023

AL ABRIGO DE MOEBIUS (Antonio Envid)




Manolo vuelve a contarme su “aventura”. Me la ha contado varias veces, pero no quiero herir su sensibilidad, algo excitable tras ese suceso, y lo escucho como si fuera una novedad para mí.

Esa mañana de principios de agosto – me dice – salí al campo con el perro convenientemente atado con la correa, para no molestar la caza. El perro iba de mal talante, como me veía sin escopeta sabía que era una caminata inútil. Yo más bien salí por no quedarme en el pueblo, que ya sabes, terminas en el bar escuchando las mismas cosas de siempre y las bromas sin gracia, aunque la excusa era que iba a comprobar cuántas codornices habían llegado ese año, y cuando comenzaría la media veda. Una excusa como otra cualquiera, porque soy cazador por rutina, por seguir la costumbre, por los almuerzos con la cuadrilla, a ver si me entiendes.

Habíamos salido tarde y el sol comenzaba a caer de plano cuando llegamos al barranco. Es un barranco seco, por estas tierras monegrinas no llueve nunca, pero cuando lo hace, en media hora cae lo de todo el año y entonces el barranco parece el Nilo. Yo, estaba agobiado por el justiciero sol, caía a plomo, como si un puño cruel nos aplastara contra la tierra. El perro me lanzaba miradas suplicantes. Sobre el barranco hay un puentecillo para pasar a la paridera del otro lado cuando el barranco lleva agua, traspasamos el puente y el perro se lanzó debajo de él en busca de algún frescor y una sombra piadosa. Total, que pasamos el puente, descendimos por debajo de él y lo volvimos a traspasar. Recalco esto porque es importante, ya lo verás.

No le interrumpo, me sé de memoria el suceso, sólo cabeceo de vez en cuando en señal de asentimiento y para que crea que lo escucho con atención, ya dije que últimamente Manolo está muy susceptible.

De codornices, no vimos ni una, estarían cobijadas en los tomillares, por la alta temperatura. El perro echaba el bofe, pobrecico, y yo, agobiado por el sol y el calor. Nos dimos la vuelta y para casa.

Hace una pausa, me mira con fijeza para resaltar la importancia de lo que viene a continuación.

- Cuando llego a casa me doy cuenta de que uso la mano izquierda en lugar de la derecha, como si fuera cucho ¿entiendes? ¡Mi mano izquierda es ahora mi mano derecha! El perro, igual, le digo que tire por la izquierda y echa por la derecha, y al revés.

Ahora viene la explicación, me contará lo del maestro.

- Un maestro que estuvo en el pueblo y que era muy leído, me explicó que me había ocurrido el fenómeno de Moebius. Sí, Moebius, me apunté el nombre para que no se me olvidara. El sol nos había aplanado a los dos, al perro y a mí, nos convirtió en seres bidimensionales y transitamos por un mundo de sólo dos dimensiones, como el anillo de Moebius, en el que arriba y abajo, derecha e izquierda carecen de sentido. Si caminas por este mundo, me dijo, terminas por llegar al punto de partida, pero invertido, tu izquierda ahora es tu derecha. Al pasar y traspasar el puente habíamos transformado nuestro espacio en una cinta de Moebius, y al volver a casa, nuestro punto de partida, se había transformado nuestro cuerpo sin nosotros darnos cuenta, y nuestra parte derecha ahora era la izquierda, En fin, un lío. Desde entonces ya no sé qué votar, porque no distingo a los partidos de derechas de los de izquierdas, me parecen lo mismo, no los entiendo. ¡Ahora! Me tranquiliza algo ver que muchos de mis paisanos han debido sufrir el mismo fenómeno de Moebius, ya no se reconocen con estas derechas ni con estas izquierdas, que no son como las de siempre, y votan al buen tun tun.


Antonio Envid

domingo, 28 de mayo de 2023

LA ESPAÑA REVOLUCIONARIA (Artículo de una célebre pluma publicado en 1854 en el New York Daily Tribune)

Marx y Engels en el Rheinische Zeitung
(E. Capiro, 1849)

... Para nuestro actual propósito basta con recordar simplemente el hecho. A medida que la vida comercial e industrial de las ciudades declinó, los intercambios internos se hicieron más raros, la interrelación entre los habitantes de diferentes provincias menos frecuente, los medios de comunicación fueron descuidados y las grandes carreteras gradualmente abandonadas. Así, la vida local de España, la independencia de sus provincias y de sus municipios, la diversidad de su configuración social, basada originalmente en la configuración física del país y desarrollada históricamente en función de las formas diferentes en que las diversas provincias se emanciparon de la dominación mora y crearon pequeñas comunidades independientes, se afianzaron y acentuaron finalmente a causa de la revolución económica que secó las fuentes de la actividad nacional. Y como la monarquía absoluta encontró en España elementos que por su misma naturaleza repugnaban a la centralización, hizo todo lo que estaba en su poder para impedir el crecimiento de intereses comunes derivados de la división nacional del trabajo y de la multiplicidad de los intercambios internos, única base sobre la que se puede crear un sistema uniforme de administración y de aplicación de leyes generales. La monarquía absoluta en España, que solo se parece superficialmente a las monarquías absolutas europeas en general, debe ser clasificada más bien al lado de las formas asiáticas de gobierno. España, como Turquía, siguió siendo una aglomeración de repúblicas mal administradas con un soberano nominal a su cabeza.

(...)


El despotismo oriental sólo ataca la autonomía municipal cuando ésta se opone a sus intereses directos, pero permite con satisfacción la supervivencia de dichas instituciones en tanto que éstas lo descargan del deber de cumplir determinadas tareas y le evitan la molestia de una administración regular.

Así ocurrió que Napoleón, que, como todos sus contemporáneos, consideraba a España como un cadáver exánime, tuvo una sorpresa fatal al descubrir que, si el Estado español estaba muerto, la sociedad española estaba llena de vida y repleta, en todas sus partes, de fuerza de resistencia.

(...)

De esta forma se encontraba España preparada para su reciente actuación revolucionaria, y lanzada a las luchas que han marcado su desarrollo en el presente siglo. 

Los hechos e influencias que hemos indicado sucintamente actúan aún en la creación de sus destinos y en la orientación de los impulsos de su pueblo. Los hemos presentado porque son necesarios, no sólo para apreciar la crisis actual, sino todo lo que ha hecho y sufrido España desde la usurpación napoleónica: un período de cerca de cincuenta años, no carente de episodios trágicos y de esfuerzos heroicos, y sin duda uno de los capítulos más emocionantes e instructivos de toda la historia moderna.



Karl Marx
New York Daily Tribune
9 de septiembre de 1854
(Marxists Internet Archive, - MIA - noviembre de 2000).


lunes, 24 de abril de 2023

RETROMUERTE (Antonio Envid)

 


El policía, con cara de aburrimiento por esa labor mecánica de preguntar siempre lo mismo y obtener vaguedades, en un asunto que, por otra parte, carece de cualquier interés.

- Veamos señora, con respecto a su vecino ¿conoce usted su identidad, en qué se ocupaba, que parientes tenía?

- ¿Ha sido un crimen? ¿lo están investigando?

- Mire señora, quien hace las preguntas soy yo, pero para satisfacer su curiosidad, no creemos que fuera un crimen, el forense dice que murió de un infarto, pero tenemos que hacer una encuesta para conocer las circunstancias y le agradezco su colaboración. La suya y la del resto de vecinos de la casa.

- ¡Ah, me alegro! Entiéndame, señor inspector, no me alegro de que haya muerto, ¡pobre señor!, sino de que no fuera un crimen. Hay tantos delitos según los telediarios, y tantas habladurías por la vecindad, que yo estaba con algo de miedo. Una señora mayor, cualquiera sabe lo que le podrían hacer esos desalmados….

El agente muestra cierta impaciencia. La señora es de esas que pueden pegarse toda la mañana de cháchara insulsa para no sacar nada en limpio, y él tiene que salir con un compañero a tomar el café. Un moscardón tontaina da vueltas por la habitación pegándose golpes contra las paredes.

- Bueno, bueno. Centrémonos en lo que interesa, que usted tendrá cosas que hacer, y yo, también. ¿Conoció a alguna de sus amistades, algún pariente, alguien que pudiera identificarlo?

- Pues, no, no señor, no vi nunca a nadie que viniera a visitarlo. Nunca me tropecé con nadie que fuera a su piso. Eso no quiere decir que nunca fuera nadie, que una no es una fisgona, que una no está espiando lo que hacen los vecinos. Como decía mi madre, cada uno en su casa y Dios en la de todos…

- Pero sabrá algo de él, algo que él mismo le dijera o comentara, entre vecinos siempre hay conversaciones.

- Pues mire señor inspector…

- Llámeme, agente, por favor…

- Bien, señor agente. Este señor era muy atento y muy educado, siempre te cedía el paso, te abría la puerta, y siempre saludaba. Que hoy, eso no se ve con tanta frecuencia, sobre todo en los jóvenes, que no sé que educación les hemos dado. Yo se lo digo a mi marido, Manolo…

- ¿Pero le contaba algo o no?

- Contar, lo que se dice contar, no, era muy reservado. Siempre, buenos días, buenas tardes, y eso, como mucho si hacía calor o frío o habían dicho que iba a llover. Nada, lo que se dice cunado no se quiere decir nada.

- Bien, ya está, hemos terminado. Muchas gracias, ha sido muy valiosa su colaboración. Buenas tardes.

El agente mete con fastidio la declaración en el expediente, mientras, llega el compañero que esperaba.

¿Qué hay, Matías? ¿Has sacado algo en limpio?

- En el Registro Civil insisten en que es imposible de que se trate de este sujeto, a pesar de la documentación que encontramos en su apartamento que acredita que es él. Les he enseñado el DNI, extractos de la cuenta bancaria, en fin, los documentos personales, pero nada, que no puede ser, que ese individuo murió hace siete años, que ahí está la inscripción de fallecimiento, y la causa, infarto, y la filiación coincide, pero de eso hace siete años.

- Pues, asunto concluido, lo mandaremos todo al fiscal y que haga lo que tenga que hacer, nosotros hemos terminado. Anda, que se nos hace tarde para tomar café.

- Hay quien se muere y no se entera, ni él ni los demás, y lo entierran siete años más tarde.

 


Antonio Envid

viernes, 21 de abril de 2023

FALLECIÓ CARLOS DE FRANCIA, ABOGADO Y LITERATO


 

Bien está, Carlos de Francia, lo bien hecho.
Placer de dioses cuando, como Vos,
El Bien se hace en Leyes y en Derecho,
Con esa sencillez de cada día
Donde pone, la lírica de Dios,
Cotidiana y perfecta poesía.

(De un poeta a otro)
José Manuel Lozano Gracián, diciembre 1981



Tuve el honor de compartir con Carlos de Francia la misma profesión y la misma vocación. En ambas fue un hombre ejemplar y la ejemplaridad es la que eleva a la persona al grado de maestro, con lo que huelga expresar que él lo fue para mí. Además, la fortuna y él me honraron con editar dos obras suyas: la novela de juventud "Pasarela", bosquejo del ambiente estudiantil de la Zaragoza de mitad del pasado siglo, y una extraordinaria recopilación de reflexiones bajo el título "Cuarto y mitad", cuya portada contiene un dibujo de su propia pluma, lo que demuestra, como suele ocurrir, que la de artista no es una profesión sino una condición humana caracterizada por la plenitud que confiere una mirada asombrada, atenta al todo, y que fatalmente culmina con la explosiva manifestación que todo poema encierra, da igual que  el poema sea escrito, gráfico o sonoro, en él se sintetiza siempre todo un universo personal.
Desde aquí mi pequeño y cariñoso homenaje, recordando esas palabras que le dedicó José Manuel Lozano, otro letrado, también poeta, y que él rememora en "Cuarto y mitad". 





En memoria de los abogados y literatos Eduardo Valdivia y José Manuel Lozano (Carlos de Francia) 

 

E

n alguno de mis encuentros con nuestro ilustre compañero José Mª Valdivia, ya fallecido, cuando a primeras horas de la tarde coincidíamos camino de nuestros respectivos despachos, le prometí o quizás le comenté simplemente que un día trataría de publicar la reseña de la obra de su hermano Eduardo, abogado ejerciente durante una década, cuyo quehacer primordial, no obstante, fue la docencia como catedrático de Enseñanza Media y su pasión por la literatura.

        Licenciado en Filosofía y Letras y Derecho, una vez ganó la correspondiente oposición, fue destinado al Instituto de Teruel como profesor de geografía e historia, impartiendo después y sucesivamente esa materia, entre otros en los Institutos de Santa Cruz de Tenerife y Soria, hasta su muerte ocurrida en el año 1972.

    Durante su etapa universitaria en Zaragoza, formó parte de la tertulia del CAFÉ NIKE, sede de la Oficina Poética que había fundado e impulsaba Miguel Labordeta, sucesora de la que fundara Santiago Lagunas años antes en los Nuevos Espumosos.

    Cofundador de la editorial Javalambre, Eduardo Valdivia colaboró en varias revistas literarias, y en 1966 fue nombrado académico correspondiente de la Real Academia de San Fernando, recibiendo en el año siguiente la Encomienda de la Orden de Alfonso X El Sabio.

    A la vez dedicó sus esfuerzos, entre los años 1950 y 1960, aproximadamente, a la gestoría administrativa y al asesoramiento y defensa jurídicos como Letrado inscrito en nuestro Colegio.

   En este punto quiero expresar mi agradecimiento a su sobrino y compañero Juan Pedro Valdivia Ramiro por la localización de referencias y artículos que me han servido de estimable orientación.

    Conocí a Eduardo Valdivia, el mayor de los hermanos de CASA PARDO, de Robres (Huesca), a través de su esposa, la bilbilitana Inmaculada Pablo, aunque no establecí con él relación profesional ni amistosa. Pero después de su fallecimiento, ocurrido a la temprana edad de 43 años, tuve oportunidad de entrar en conocimiento de sus obras literarias y quedé impresionado por sus excepcionales dotes de narrador.

    Con José Manuel Lozano Gracián, oriundo de Sabiñan (Zaragoza), mantuve una larga amistad de la que guardo grato recuerdo. Tengo dedicados todos los libros de poemas que publicó y que me hizo llegar puntualmente.

    Los lazos de esa amistad se extendían a sus hermanos, José Luis y José Alfonso, abogado y procurador de los Tribunales, con quienes colaboré durante muchos años. En la actualidad, ejerce la abogacía como miembro del Colegio de Zaragoza su hijo José Manuel Lozano Martín, a quien expreso mi reconocimiento por los datos biográficos y de todo tipo que me ha proporcionado.

    José Manuel Lozano compartía sus dos grandes quehaceres, la abogacía y la poesía con envidiable armonía, ejercitando ambas brillantemente hasta su fallecimiento en el año 1992.

    José Manuel empieza a escribir poesía en el año 1979, cuando publica “Perdonadme por haberos olvidado”. En años sucesivos van apareciendo “Varado en ti cigarra” (1982), “El esfuerzo final de la palabra” (1985), etc; con las que consigue el primer premio del V Concurso Nacional Poético Montler, el premio Biblioteca Atlántica de Poesía, el II Premio de Poesía Ciudad de Calatayud, un Accésit del Premio Isabel de Portugal de Poesía, etc.

    Tanto en la obra de Eduardo como de José Manuel quedó plasmada la huella de su formación jurídica, y particularmente la de aquellas instituciones en las que el Derecho afecta más directamente al individuo.

    Ambos se sintieron atraídos por la voz de la Tierra, entendida esta como valor esencial conseguido con el esfuerzo del hombre y que el hombre defiende en todos los ámbitos con la emoción de haberla heredado de sus padres, o ganado con su esfuerzo, y la ilusión de mantenerla para sus hijos.

    Los personajes de sus creaciones literarias se inspiran en ese mundo elemental de sentimientos de justicia y propiedad, que albergaba el campesino, de ser dueño sin límites no sólo del terreno de sus fincas, sino también de todo lo que había por encima del suelo, hasta el cielo, y por debajo del suelo, hasta el infierno.

    No en vano estaban influenciados por el paisaje, las costumbres y las tradiciones, el primero de ellos de la estepa monegrina y el segundo de los feraces huertos por los que serpentea el río Jalón.

    El relato corto fue la especialidad de Eduardo Valdivia. Entre sus títulos merecen destacarse “El espantapájaros y otros cuentos”, primera de sus publicaciones, “Cuentos de Navidad”, “Noche de Velatorio”, “Los peces de Colores y el pisador de sombras”, pero sobre todo “Las cuatro estaciones”, que forman un conjunto de narraciones cuyo principal personaje es el campo, transcendiendo a los demás personajes el alma de los secanos aragoneses.

    En estos relatos se defiende la vida frente a la coacción para el aborto, el amor por los animales que son compañía y parte esencial en la vida del agricultor, la vida de quien muere con honor, frente a la muerte de quien vive sin soñar, y la esperanza de la primavera a pesar de las desgracias presentes.

    En su faceta de narrador es más conocido, no obstante, por su novela “Arre Moisés”, una visión tierna y humorística de nuestra Guerra Civil de 1936-1939, obra finalista del Premio Alfaguara de Novela del año 1972 y en la que los críticos encuentran desarrollado el estilo de realismo mágico o fantástico.

    Efectivamente, el protagonista de la citada novela, Mosén Alberto, cura de aldea ―debilitado sin duda por el hambre y la miseria de la guerra― una veces ve prodigios, que son auténticas alucinaciones, como por ejemplo florecer un zarzal o volar un cuervo verde, y otras veces profiere cantos a la naturaleza o muestra el sentimiento del paisaje cuando exclama: “Despuntó el alba, el horizonte fue tiñéndose de rosa, cantó la primera alondra, despertaron miles de pájaros alborotados, chirriaron cigarras, y el disco de la mañana apareció en el horizonte pintando los campos de amarillo”.

    En su obra “Las cuatro estaciones” escribe: “En el centro de Aragón hay una estepa, seca y asolada en el verano, de invierno frío y triste, donde apenas ríe la primavera y escasamente humedece el aire las nubes. Son estériles labrantíos para hombres duros como la vida misma, que miran al cielo y esperan casi siempre en vano; hombres resignados con la suerte porque ignoran la causa de su desdicha y han perdido hasta el recuerdo de otras épocas de mayor ventura. Pero son los hijos de los hijos de otros hombres, que tal vez, si pudiesen hablar, contarían el origen de tanta miseria”.

    En cuanto a José Manuel Lozano, sus poemas muestran la influencia en él de la naturaleza y sus fenómenos. Canta a la lluvia, a la semilla en tierra, al aire, a las estaciones, etc.

    Y además, se atisba en sus palabras el presentimiento y significado de la muerte.

    Al igual que el epigramista Marcial, de suyo próximo y comarcano, bajo los mismos destellos de Bilbilis, siente asombro de la infinita belleza del Moncayo y escribe: “Surge Moncayo, intacto, de las sombras, coronadas tus sienes por el día, el sol es, en el párpado del alba, una pupila inmensa que te mira”.

    En otra ocasión sueña con el río y en uno de sus más logrados poemas exclama: “Yo sueño un río azul ―río entre ríos― para hacerlo palabra de mis palabras; y me sueño en azul y me hago río, y sueño con hacerme verso azul en los versos azules de sus aguas”.

    Refiriéndose a la presentida muerte escribe: “Ven muerte a conseguirme, no me temas, yo te espero a pie firme, sujetando la pluma que suspira, que rebosa sangre de poemas…”

    Y dedica a la playa de Zarauz, donde veraneaba, el siguiente poema: “Ha granado mi avena, al caminar, y es tuyo el tiempo virgen que perdí, playa serena. Cuando me haya cansado de llorar los versos de mi pena, vendré de nuevo a ti, balcón del mar, para escuchar tu recital de arena”.

    Pero lo más gratificante para mi respecto a José Manuel Lozano fue la dedicatoria de su libro “Perdonadme por haberos olvidado” que reproduzco mediante fotocopia del original.

Carlos de Francia

 


Dedicatoria de José Manuel Lozano a Carlos de Francia.




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