domingo, 25 de noviembre de 2018

BAJADA DE TENSIÓN ¿ACCIDENTE U HOMICIDIO? (Antonio Envid)





Señores y señoras del jurado: Han pasado por aquí testigos, se les han presentado a ustedes pruebas, la parte contraria ha tratado de realizar juicios de valor y aunque su señoría ha advertido que algunas de estas manifestaciones habían de considerarse como no dichas, por ser impertinentes, nadie puede asegurar que ustedes no las hayan escuchado y no hayan quedado en su subconsciente. En mi opinión se ha celebrado una ceremonia de la confusión, más encaminada a consolidar una conclusión ya anticipada, que al esclarecimiento de la verdad y a la consecución de una sentencia justa.
Es por todo esto por lo que me siento obligado a clarificar el asunto que hoy nos reúne, a poner un poco de orden en todo este galimatías. Preguntas y repreguntas a los testigos, dirigidas, quizá, a una declaración conforme a nuestra conveniencia, y no a su libre apreciación de la realidad. Sí, señores, yo mismo lo he pretendido, lo confieso; pero convendrán conmigo, señores, que estas intenciones han sido más patentes en la intervención de mi respetado colega que lleva la acusación. (Murmullo en la sala, que el juez acalla autoritario). Inquisiciones a los peritos, unas para reforzar sus conclusiones, otras para destruirlas, según nos ha convenido a las partes. Pruebas concluyentes, que más tarde ya no lo eran tanto. De modo que voy a tratar de realizar un resumen objetivo y claro de los hechos, escueto, desprovisto de los aditamentos que no hacen sino embarullarlos, que nos permita tener una visión clara y sacar conclusiones ordenadas y evidentes de lo realmente sucedido. Y, además, trataré de ser lo más breve posible en mi exposición para no cansarles más. 
Habrá que reconocer que mi defendido sentía un verdadero afecto hacia la víctima. Pepita, como cariñosamente la llamaba y así se la hemos oído designar repetidamente durante sus declaraciones, de modo que, si me lo permiten, yo utilizaré este afectuoso apelativo que todos hemos aprendido a fuerza de escuchárselo. Pepita, repito, supuso, con su entrada en la vida del acusado, un auténtico y positivo estímulo en su solitaria, aburrida y monótona existencia. A partir de este encuentro, mi defendido volvió a cobrar interés por las cosas, su hogar le ofreció de golpe nuevos alicientes; así que, tras la jornada de trabajo diaria iba directo a casa, sin entretenerse por el camino. Dejó de pasar, como así lo han atestiguado varios testigos, sus tiempos de ocio en el bar del barrio, donde antes mataba el tiempo durante horas y horas, a menudo hasta que el dueño del establecimiento le rogaba que se fuera por tener que echar el cierre, aunque nunca provocó ningún problema, también esto ha quedado atestiguado, todos los clientes del bar lo han descrito como una persona tranquila y afable, evitando siempre las discusiones. En fin, todos estos hechos no están en discusión, han quedado suficientemente acreditados. Mi defendido, a no dudar, sentía un gran afecto por Pepita, sin que debamos, pues no viene al caso, indagar más en la íntima naturaleza e intensidad de la relación.
En cuanto a las discusiones que alguna vez se produjeron en esta singular pareja, fueron las normales que provoca la convivencia. Quién no las ha vivido. Nunca llegaron a mayores, los vecinos de la comunidad en la que vivían así lo han atestiguado sin ofrecer incertidumbre. Que el día en que se produjo el accidente, tal vez, subieran algo de tono, no prueban nada. Los vecinos oyeron alguna palabra más alta que otras veces, pero nada extraordinario. También esto ha quedado probado.
Los peritos no se ponen de acuerdo en el crucial hecho de si ese día, en el inmueble de referencia, pudo haber o no una baja de la intensidad del suministro de energía eléctrica. Hemos escuchado atónitos las más variadas opiniones: Desde quien dice que se produjo un prolongado corte de luz y aduce argumentos tan sólidos como los demás para su afirmación, hasta el que afirma que ninguna anormalidad puede observarse del estudio del comportamiento de contadores y relés, amén de la información extraída de la compañía suministradora, pasando por el que asegura que pudo observar una ligera caída de tensión de la línea, y por aquél que afirma rotundamente que entre las 19 y 22 horas de aquel fatídico día hubo una caída de tensión comprobada, y que no admite discusión, pues llegó a interrumpir el suministro totalmente. O sea, que podemos pasar por todos los estadios intermedios entre lo que es un corte de luz hasta lo que supone un suministro totalmente normal, a tenor de lo escuchado a los varios peritos que han pasado por este juicio. Qué les voy a repetir yo, que he quedado tan perdido como, seguramente, muchos de los presentes, pues ni siquiera se han puesto de acuerdo en lo que hay que entender por caída de tensión. Hay quien ha considerado que por ello hay que aceptar, leo en voz alta: “el decremento temporal del suministro del noventa por ciento de la tensión nominal”, pero para otro, con la caída de solo el cincuenta por ciento ya sería una circunstancia determinante, al menos en el presente caso. Y qué decir sobre ese factor “temporal” al que aluden, para unos serían suficientes unos 10 ciclos, para otros se precisaría una duración mucho mayor. Sin embargo, lo importante es que, excepción hecha de uno de los peritos, precisamente el que presenta la acusación, para todos los demás es incuestionable que se produjo, durante el tiempo que nos interesa, un anormal y deficiente suministro eléctrico en el inmueble de referencia.
Voy a ir terminando, no quiero agotar su paciencia. Para mí, y espero que también para ustedes, tras esta exposición, se hace evidente que:
La trágica extinción de Pepita fue un fatal accidente, fuera de la voluntad de mi defendido, y no un crimen perpetrado, como quiere la acusación, premeditadamente y con especial saña, por parte de este. La génesis del accidente fue un corte de luz precedido de un largo periodo de débil suministro, de unas dos o tres horas de duración. Este fue el motivo de la extinción de la víctima como culminación de una larga agonía de unas dos horas, no una acción voluntaria y cruel de mi defendido, como ha querido mostrarse aquí sin éxito. Durante dos largas horas, la víctima recibió un suministro eléctrico insuficiente, que provocó su lenta y agónica extinción, hasta que un súbito apagón, o, incluso si este no se produjo, la debilidad extrema a la que estas circunstancias le habían conducido, determinó su fatal y triste desenlace.
Deben ustedes considerar, especialmente, que ha trascurrido poco tiempo desde que nuestra sociedad sintiera la necesidad de promulgar leyes para proteger los derechos de estos fieles y útiles seres provistos de inteligencia artificial que hemos venido en denominar “robots”. El presente juicio es uno de los primeros que se celebran en el país al amparo de estas normas, de modo que hay extremar la prudencia a la hora de dictar un veredicto. Hasta que la experiencia y el estudio de otros casos nos lleve a unos criterios sólidos para la obtención de evidencia y seamos capaces de sopesar con conocimiento las circunstancias que rodean cada caso para juzgarlos, toda prudencia es poca. O sea que más que nunca se hace necesario aplicar el principio de “in dubio pro reo”. Muchas gracias por su atención. No me cabe duda de que su veredicto será acertado y favorable a mi defendido. 

Antonio Envid Miñana

      

jueves, 15 de noviembre de 2018

THIS IS THE END... (Antonio Envid)





En oferta en amazón: 
versión digital gratis del 16 al 20/11/2018


Esto de encontrarme con don Cleofás en el bar de siempre se ha convertido en una agradable rutina casi cotidiana. Don Cleofás es un afable y algo solitario jubilado al que todos, sin razón aparente alguna, le atribuyen el tratamiento de don. Lo hallo con su café matinal, ojeando displicente el diario. No parece estar muy interesado en las noticias y comentarios que trae el papel, es más un ejercicio gimnástico, eso de pasar hojas, mientras toma a pequeños sorbos el café, un modo como otro cualquiera de matar el tiempo. Me sonríe y pliega de inmediato el periódico mientras me invita a su mesa.
- Esto se muere. No hay remedio - Me dice alarmado, aunque irónico.
- Lo encuentro pesimista. ¿Qué se muere sin remedio?
- Esto, el mayor invento de la civilización europea, la taberna. ¿No ve? ahí enfrente están abriendo una franquicia. Los viejos bares cierran, sus titulares se jubilan y en su lugar surgen esos horribles establecimientos modernos pertenecientes a cadenas de locales todos iguales, clónicos, asépticos, franquicias, donde la gente entra, se echa al coleto una caña, paga y sale corriendo. Ya no hay conversación, contacto, franqueza humana, las características que han conformado a los viejos bares. Dicen que ahora las relaciones se establecen por internet. Cómo va uno a encontrar amigos, interlocutores, a través de unos textos breves, a menudo mal escritos. Comunicarse es algo más que proferir palabras. El gesto, la mirada, las manos, todo está hablando a la vez. ¿Y el tono? El tono es fundamental para saber si nos dicen una ironía o un insulto, una orden o un ruego, una broma o una amenaza. Si dejamos de hablar bis a bis la incomunicación y la confusión, la maldición de Babel, caerán sobre nosotros.
- Algo de razón tiene. Vivimos corriendo. La vida pasa por delante de nosotros sin apenas enterarnos, muy ocupados en otras cosas. Pero de momento nosotros estamos aquí, conversando, y yo dispuesto a ganar o perder un rato tomando un café con usted.
- Ya ve al dueño; contando los días que le faltan para la jubilación. Luego, con suerte, le traspasará el establecimiento a un chino. ¿Qué hago yo con un tabernero chino? ¿Cómo le explico que el cortado es con una nube de leche, y que el vino ha de estar a la temperatura adecuada, ni frío ni caliente, sino todo lo contrario? Qué cuando digo un seco “buenas” es que no quiero conversación, pero si digo con un cierto tono “buenos días” es precisamente la charla lo que busco. La taberna ha sido fundamental, desde que la inventaron los romanos, para configurar esta civilización hecha a medida del hombre, que hoy se tambalea para dar paso a la masa. Cuando digo hombre digo también mujer, hay que andar muy fino en estas tontas cuestiones. Claro, en estos descreídos y confusos tiempos que nos toca vivir la gente no lee la Biblia: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”, dice el Génesis.
En la taberna -prosigue- se han desarrollado las mejores ideas. Aquí se escribieron las primeras novelas en lengua romance: recuerde a Chaucer en la vieja taberna El Tabardo escribiendo los cuentos de Canterbury. El lugar donde los alegres goliardos revolucionaron el orden medieval de monjes, guerreros y siervos, que ya no volvería a ser el mismo. Donde los grandes abogados del Renacimiento, como Rebelais, escribían sus grandes relatos y recibían a sus clientes. El liceo del pobre, como la calificó Zola, aquí se crearon los primeros sindicatos obreros, las “trade unions”, incluso el PSOE. Esto es el fin, mi amigo, el fin.
En mi cabeza, sin venir a cuento, resonaban The Doors: "Oh, this is the end. My only friend…”

Antonio Envid Miñana


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...