
En aquellas fechas, muy próximas a su enfermedad, habia dejado de trabajar en la Algodonera del Ebro de mecánico, vivía la gloria, por fin habia triunfado, por primera vez en su vida podía vivir del cine. No era inusual verlo en primeras filas, asistir a cualquier evento relacionado con el séptimo arte, tal es el caso de aquel ciclo a Luis Buñuel, durante varias noches seguidas, parecía esas novenas que se celebran en los pueblos plasmadas de una religiosidad supina y a veces enfermiza que contrastaba con ese surrealismo atroz de don Luis; o el estreno de Rio Abajo de nuestro correligionario Jose Luis Borau, un preestreno muy curioso, estaba sin sonorizar y Borau traducía desde la cabina de proyección toda la parafernalia fílmica. Creo que fueron los años dorados de la Filmoteca, primero por su lugar de ubicación, también la sala de proyección, en aquellas fechas recien restaurada, hoy convertida en futuro hotel Rey Alfonso, después de su cerrojazo oficial y la posterior venta del Arzobispado al Ayuntamiento, no olvidemos que es conjunto patrimonial la estructura del edificio.
Este año asistí al homenaje en el Centro de Historia que se le tributó por parte de sus amigos, conocidos y que, gracias a la producción de un documental, donde se glosa su vida truncada ahora hace una veintena de años, victima de un cáncer (tumor cerebral) que segó su vida cuando prácticamente estaba en su mejor momento creativo y de poder disfrutar de una tranquila vida, pero la muerte siempre anda al acecho y nos sorprende en cualquier momento, incluso juega con nosotros, recordemos “El séptimo sello” de Ingmar Bergman.
Sus pinitos cinematográficos los realizó en aquellos documentales formato super ocho, blanco y negro con Alejo Loren, Pomarón, Alfaro, los hermanos Sanchez Millán entre otros, mientras programaba el Cineclub Zaragoza. Intervino en la fundación de Moncayo filmes, una productora íntegramente aragonesa que produjo el largometraje “Culpable para un delito” dirigido por José A. Duce, no tuvo continuación, pero en aquellos años sesenta podía haber sido el principio de una industria propiamente aragonesa dedicada al cine, quizá no era el momento. Desde luego eso si que parecía cine serio si lo comparamos con la antítesis del arte, hablo concretamente de “Una de zombis”, película espantosa, director cuyo nombre voy a omitir evitando su publicidad, nos amenaza con continuar en esta fábrica de sueños que es el cine. Curiosamente Manolo era un experto en cine de terror, especialmente del expresionismo alemán, entre sus películas favoritas estaba Nosferatu. Cosas de la vida.
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