
Por estar cerca de ella me llamaría Austremonio, Maulán, Vinoco, Iltuto, o cualquier otro nombre que ni siquiera mi madre supiera pronunciar. Subiría al Aconcagua sólo para merendar y ver el paisaje al atardecer, desde la cima gritaría al mundo entero algo, cualquier cosa, lo primero que me viniera a la cabeza, idiosincrasia, por ejemplo, o mete el pescado en el frigorífico para que no se estropee. Añadiría siempre pasión a pasión, memoria a memoria, dolor a dolor. Me compraría un tiovivo de muchos colores, me subiría después al caballito negro y daría vueltas y más vueltas, día y noche, sin descanso, hasta que el tiovivo dejase de funcionar. Pondría nombres a todos y cada uno de mis sentimientos, buenos o malos, frecuentes o inusuales, familiares o extraños, grandes o pequeños, con tenacidad y paciencia, a la tristeza la llamaría Armengol, a la alegría Mariano o Sopatra, aún no le he decidido, a la rabia Alejandro Magno, a la desesperación Menefreda o André Kim, tampoco lo sé todavía, y así con todos y cada uno de mis sentimientos, tal vez para que dejaran de ser anónimos de una vez, como el Cantar del Mío Cid.
Por estar junto a ella serviría cada noche una cena completa para quien quisiera comérsela, primero, segundo y postre, con pan, bebida y servilleta de tela. Me volvería todos los animales del delta del Ebro, juntos y a la vez, sería los peces y las aves, los roedores y los insectos, las mariposas y los cuclillos, todos a una, y seguramente me iría a vivir tierra adentro, quizá a Bujaraloz o a Botorrita. Me pondría en el zapato izquierdo una china grandota y con aristas para acordarme a cada paso de la resurrección de la carne y de la resucitada piel de ella, de sus resucitados ojos, de su cintura resucitada y definitiva. Me haría veloz y distributivo como un motorizado cartero para repartir enseguida, inmediatamente, las últimas ofertas del sabeco. Sí.
(Extraído de "Cuescos" - Narciso)
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