
se sienta en una de las sillas de la cocina.
Mira sin ganas los cuatro azulejos color calabaza
que él le regaló. Tal vez triste o apática o abúlica,
se siente sin salmones, callada o sorda por dentro,
arrodillada o en desorden, quizá perdiendo algo,
torpe y con muchos números falsos, feísima.
.
En la cocina de su casa, cerca del botijo, con el ceño
fruncido, mira al techo por no mirar al suelo
y recuerda los buenos tiempos, los días de vino y rosas,
las semanas sin azufre: estaba tan hermosa entonces,
con aquellas trenzas largas y gruesas. Tenía tantos
enemigos. Se pasaba el día tumbada al sol y era
casi feliz: es todo tan fácil cuando hay mucho odio.
.
Pero ahora, ahora. Ay, mira por la ventana cómo
el viento zarandea los árboles y las sábanas tendidas.
Quisiera permanecer siempre oculta, lejos de Galilea,
sin pensamiento propio y leyendo a Stucci. Se cuenta
su vida para convencerse de que es alguien, de que
ha existido: es todo tan casual y discontinuo, sólo
ambigüedad e incertidumbre, sin calefacción,
sin colchones.
.
Qué extrañas son de pronto las cosas cotidianas:
qué extraños los vasos bocabajo, las cucharillas,
el color del pan, las dóciles servilletas. Qué extraño
el frigorífico. Se mira fijamente, largamente, las puntas
de los zapatos y se siente absurda: siempre escapando,
esperando, postergando. Sabe que su conciencia no es
nada más que una anticipación de la opinión ajena;
sabe que una gallina sin plumas sigue siendo una gallina,
pero no acaba de convencer a nadie.
.
Cansada de sí misma, estira las piernas, se sube las medias
y va a comprobarse en el espejo de cuerpo entero: mirándose,
en un instante está de nuevo preparada para llegar al extremo,
al abismo, a la materia cruda del universo.
.
El ánimo, incandescente. Los deseos, profanos.
.
Paula Parcial
La hora de la cita
De Cazador de faisanes, P. y R. Parcial, 'las parciales'
Editorial Definitivamente inédito, Zaragoza, 2008
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