Señores y señoras del jurado: Han
pasado por aquí testigos, se les han presentado a ustedes pruebas, la parte
contraria ha tratado de realizar juicios de valor y aunque su señoría ha
advertido que algunas de estas manifestaciones habían de considerarse como no
dichas, por ser impertinentes, nadie puede asegurar que ustedes no las hayan
escuchado y no hayan quedado en su subconsciente. En mi opinión se ha celebrado
una ceremonia de la confusión, más encaminada a consolidar una conclusión ya
anticipada, que al esclarecimiento de la verdad y a la consecución de una
sentencia justa.
Es por todo esto por lo que me
siento obligado a clarificar el asunto que hoy nos reúne, a poner un poco de
orden en todo este galimatías. Preguntas y repreguntas a los testigos, dirigidas,
quizá, a una declaración conforme a nuestra conveniencia, y no a su libre
apreciación de la realidad. Sí, señores, yo mismo lo he pretendido, lo
confieso; pero convendrán conmigo, señores, que estas intenciones han sido más patentes
en la intervención de mi respetado colega que lleva la acusación. (Murmullo en
la sala, que el juez acalla autoritario). Inquisiciones a los peritos, unas
para reforzar sus conclusiones, otras para destruirlas, según nos ha convenido
a las partes. Pruebas concluyentes, que más tarde ya no lo eran tanto. De modo
que voy a tratar de realizar un resumen objetivo y claro de los hechos,
escueto, desprovisto de los aditamentos que no hacen sino embarullarlos, que
nos permita tener una visión clara y sacar conclusiones ordenadas y evidentes
de lo realmente sucedido. Y, además, trataré de ser lo más breve posible en mi
exposición para no cansarles más.
Habrá que reconocer que mi
defendido sentía un verdadero afecto hacia la víctima. Pepita, como
cariñosamente la llamaba y así se la hemos oído designar repetidamente durante
sus declaraciones, de modo que, si me lo permiten, yo utilizaré este afectuoso apelativo
que todos hemos aprendido a fuerza de escuchárselo. Pepita, repito, supuso, con
su entrada en la vida del acusado, un auténtico y positivo estímulo en su
solitaria, aburrida y monótona existencia. A partir de este encuentro, mi
defendido volvió a cobrar interés por las cosas, su hogar le ofreció de golpe nuevos
alicientes; así que, tras la jornada de trabajo diaria iba directo a casa, sin
entretenerse por el camino. Dejó de pasar, como así lo han atestiguado varios
testigos, sus tiempos de ocio en el bar del barrio, donde antes mataba el
tiempo durante horas y horas, a menudo hasta que el dueño del establecimiento le
rogaba que se fuera por tener que echar el cierre, aunque nunca provocó ningún
problema, también esto ha quedado atestiguado, todos los clientes del bar lo
han descrito como una persona tranquila y afable, evitando siempre las
discusiones. En fin, todos estos hechos no están en discusión, han quedado
suficientemente acreditados. Mi defendido, a no dudar, sentía un gran afecto
por Pepita, sin que debamos, pues no viene al caso, indagar más en la íntima
naturaleza e intensidad de la relación.
En cuanto a las discusiones que
alguna vez se produjeron en esta singular pareja, fueron las normales que
provoca la convivencia. Quién no las ha vivido. Nunca llegaron a mayores, los
vecinos de la comunidad en la que vivían así lo han atestiguado sin ofrecer incertidumbre.
Que el día en que se produjo el accidente, tal vez, subieran algo de tono, no
prueban nada. Los vecinos oyeron alguna palabra más alta que otras veces, pero
nada extraordinario. También esto ha quedado probado.
Los peritos no se ponen de
acuerdo en el crucial hecho de si ese día, en el inmueble de referencia, pudo
haber o no una baja de la intensidad del suministro de energía eléctrica. Hemos
escuchado atónitos las más variadas opiniones: Desde quien dice que se produjo
un prolongado corte de luz y aduce argumentos tan sólidos como los demás para
su afirmación, hasta el que afirma que ninguna anormalidad puede observarse del
estudio del comportamiento de contadores y relés, amén de la información
extraída de la compañía suministradora, pasando por el que asegura que pudo
observar una ligera caída de tensión de la línea, y por aquél que afirma
rotundamente que entre las 19 y 22 horas de aquel fatídico día hubo una caída
de tensión comprobada, y que no admite discusión, pues llegó a interrumpir el
suministro totalmente. O sea, que podemos pasar por todos los estadios
intermedios entre lo que es un corte de luz hasta lo que supone un suministro
totalmente normal, a tenor de lo escuchado a los varios peritos que han pasado
por este juicio. Qué les voy a repetir yo, que he quedado tan perdido como,
seguramente, muchos de los presentes, pues ni siquiera se han puesto de acuerdo
en lo que hay que entender por caída de tensión. Hay quien ha considerado que por
ello hay que aceptar, leo en voz alta: “el decremento temporal del suministro
del noventa por ciento de la tensión nominal”, pero para otro, con la caída de
solo el cincuenta por ciento ya sería una circunstancia determinante, al menos
en el presente caso. Y qué decir sobre ese factor “temporal” al que aluden,
para unos serían suficientes unos 10 ciclos, para otros se precisaría una
duración mucho mayor. Sin embargo, lo importante es que, excepción hecha de uno
de los peritos, precisamente el que presenta la acusación, para todos los demás
es incuestionable que se produjo, durante el tiempo que nos interesa, un
anormal y deficiente suministro eléctrico en el inmueble de referencia.
Voy a ir terminando, no quiero
agotar su paciencia. Para mí, y espero que también para ustedes, tras esta
exposición, se hace evidente que:
La trágica extinción de Pepita
fue un fatal accidente, fuera de la voluntad de mi defendido, y no un crimen perpetrado,
como quiere la acusación, premeditadamente y con especial saña, por parte de
este. La génesis del accidente fue un corte de luz precedido de un largo
periodo de débil suministro, de unas dos o tres horas de duración. Este fue el
motivo de la extinción de la víctima como culminación de una larga agonía de
unas dos horas, no una acción voluntaria y cruel de mi defendido, como ha
querido mostrarse aquí sin éxito. Durante dos largas horas, la víctima recibió
un suministro eléctrico insuficiente, que provocó su lenta y agónica extinción,
hasta que un súbito apagón, o, incluso si este no se produjo, la debilidad
extrema a la que estas circunstancias le habían conducido, determinó su fatal y
triste desenlace.
Deben ustedes considerar,
especialmente, que ha trascurrido poco tiempo desde que nuestra sociedad
sintiera la necesidad de promulgar leyes para proteger los derechos de estos
fieles y útiles seres provistos de inteligencia artificial que hemos venido en
denominar “robots”. El presente juicio es uno de los primeros que se celebran
en el país al amparo de estas normas, de modo que hay extremar la prudencia a
la hora de dictar un veredicto. Hasta que la experiencia y el estudio de otros
casos nos lleve a unos criterios sólidos para la obtención de evidencia y seamos
capaces de sopesar con conocimiento las circunstancias que rodean cada caso
para juzgarlos, toda prudencia es poca. O sea que más que nunca se hace
necesario aplicar el principio de “in dubio pro reo”. Muchas gracias por su
atención. No me cabe duda de que su veredicto será acertado y favorable a mi
defendido.
Antonio Envid Miñana