Al ser la población tribal y la urbana del Asia árabehablante, no dos razas diferentes, sino dos estadios económicos y sociales distintos, cabría esperar que un cierto aire de familia se manifestara en su modo de pensar, haciendo igualmente razonable que en las producciones de ambos tipos de población aparecieran elementos comunes. Ya desde el principio, en mi primer encuentro con ellos, pude hallar una simplicidad universal, una dureza en las creencias, casi matemática en su limitación, y repulsiva en su falta de simpatía. Los semitas (*) no mostraban medias tintas en el registro de su modo de ver las cosas. Eran un pueblo de colores primarios, o más bien de blancos y negros, que veían el mundo siempre con nítidos contornos. Eran un pueblo dogmático, que despreciaba la duda, nuestra moderna corona de espinas. No comprendían nuestras dificultades metafísicas, ni nuestra introspectiva forma de interrogarnos. Sólo conocían la verdad y la no verdad, la creencia o la incredulidad sin nuestro habitual cortejo de dudas y matizaciones.
Para aquel pueblo sólo existía lo blanco y lo negro, no sólo en lo que hace a la visión de las cosas, sino también en lo referente a sus constituyentes más íntimos: blanco o negro, no sólo en lo visible, sino también en lo valorable. Su pensamiento sólo se sentía a gusto en los extremos. Se sentían plenamente cómodos sólo en lo superlativo. A veces, sentimientos contrapuestos parecían actuar a la vez en ellos; nunca, sin embargo, llegaban a un compromiso: llevaban adelante la lógica de varias opiniones incompatibles hasta desembocar en metas absurdas, sin notar la incongruencia. (...)
Eran un pueblo de limitadas y estrechas miras, cuya inerte inteligencia tendía a caer en la incuria y en la resignación. Su imaginación era viva, pero falta de creatividad. Había en Asia tan poco arte árabe que podría decirse que carecían de arte en absoluto, aunque sus clases superiores eran liberales mecenas, y habían fomentado todo tipo de talentos en la arquitectura, en la cerámica o en cualquiera de las otras artesanías en las que sus vecinos e ilotas descollaban. Tampoco llegaron a manejar grandes industrias: carecían de organización mental o material. No habían inventado ni sistemas filosóficos ni mitologías complejas.
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(*) Los pueblos de lengua semita estaban constituidos por un conjunto heterogéneo de pueblos y etnias, todos ellos pertenecientes a la antigua familia lingüística semita. La acepción racial de «semita» es hoy considerada pseudocientífica, y su uso es desaconsejado. La relación entre los pueblos semitas se debe exclusivamente a su origen lingüístico y cultural, por lo que el uso de «semita» se debe circunscribir a estos ámbitos. Es, pues, impropio hablar de «razas» indoeuropeas o de «razas» semitas, sino que debe hablarse de pueblos que hablaron alguna de estas lenguas.
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