-Ponme otra, Tomás, que me estoy quedando seco.
Comenzaba uno de esos episodios que más fastidiaban a Tomás, cuando el cliente se pone molesto y soporífero y tiene que tratar de echarlo sin que se organice ningún follón.
-Es que hay que cerrar, que es la hora.
Entonces otro de los que no se sueltan de la barra para no caer, interviene.
-Cagaus, que sois unos cagaus, con la hora de cierre, que ya no hay ley para cerrar, que se han terminau las restricciones.
Los ojos se le iluminan al primero, ha encontrado un aliado, un colega.
-Tiene razón aquí el amigo, unos lacayos del gobierno. Anda, ponle aquí al señor también otra, que lo convido.
Finalmente, Tomás puede sacarlos de la tasca y echar el cierre, se muere de sueño y de cansancio.
-Vámonos a lo del Manolo, que ese es un tío legal, y no atiende a leyes y horarios. Vamos, que es amigo mío y nos servirá las últimas.
También el tal Manolo, tras aguantarlos un rato, los pone en la calle. Son altas horas de la noche, todo desierto, solo se escucha la risita triste de los dos beodos y sus vacilantes pasos.
-¿Por qué el ayuntamiento hará las calles tan estrechas? Pudiéndolas hacer anchas para que dos ciudadanos puedan pasar por ellas tranquilamente. ¡Eh!, la puerta, que te la cargas. Ves, todo cerrado, con lo temprano que es. Anda, vamos a mi hotel a dormir, no vayas a tu casa.
-Gracias, hermano, porque ya no me acuerdo donde está mi casa, y si me despego de ti, igual me caigo, que esta calle está muy empinada.
Al día siguiente se encontró en una extraña habitación, parecía una clínica, su amigo de circunstancias, que lo había invitado a su hotel, dormía pesadamente a su lado. Le dolía terriblemente la cabeza y sentía la lengua saburral y gruesa y las heces del alcohol revolviendo todavía en el estómago. Se vistió rápidamente para abandonar esa ajena habitación.
-¡Oiga usted! ¿Dónde va? No se puede salir sin autorización del doctor.
Lo pararon en seco cuando iba a ganar la salida.
-Pepe, ayúdame con este interno, para devolverlo a la habitación. Esto no parece un psiquiátrico, si no un hotel de cinco estrellas. Aquí los internos hacen lo que les da la gana. Ayer se escapó uno y no sabemos dónde se habrá metido.
-Me dicen que está durmiendo en su cama echando un pestazo a alcohol. Debió entrar anoche por una puerta de emergencia, que no se sabe cómo estaba abierta. Cuando venga el director nos espera un buen broncazo. ¡Ah, oye, si se resiste ponle un calmante!
Relatos para después de una pandemia
Antonio Envid, 2022
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