La magia de estos poemas de Ángel Ferrer está
en que, como nos pide en uno de sus versos, nos dejan escuchar el metrónomo cósmico. Su prodigio va todavía
un poco más lejos: nos hacen
escuchar el metrónomo cósmico.
Ángel tiene sus temas poéticos, o sus temas
poéticos lo tienen a él, quién sabe: lo que ahora nos importa es que, cuando se
encuentran, puede pasar casi cualquier cosa: por ejemplo, que quieran mover su centro pretendiendo hacer
sinapsis o que rebusquen en su
memoria al vagabundo que estaba seriamente enfadado con los teléfonos.
De algunos de estos encuentros de Ángel con
sus asuntos poéticos, que a veces parecen, más que encuentros, colisiones o
apretados besos de tornillo, salen, saltan chispas: fenómeno que,
afortunadamente, los poemas retienen, de manera que, cuando pasamos una página
o releemos alguno de estos preciosos poemas, podemos encontrarnos, de pronto,
en una nube de chispas bonitas, como si estuviéramos en casa del herrero o
debajo de una lluvia de estrellas.
Así que la única salida que nos queda es ser una olla exprés —tolerante— o adquirir el ángulo visual de un pez –como los ríos en su segundo viaje-. Y
es que uno sospecha, cada vez con menos sospecha y con más certeza, que Ángel
es un cronopio, emparentado con Louis
(Armstrong), enormísimo cronopio, también amante de la música y, como
él, según los describe Julio Cortázar —que los conocía de cerca—, criatura
ingenua, idealista, desordenada, sensible y poco convencional, en claro
contraste con los famas, que
son seres rígidos, organizados y sentenciosos, o las esperanzas: simples, indolentes, ignorantes y aburridas.
Uno sólo sabe acercarse a Ángel —y a sus
poemas— a través de un larguísimo merodeo: me adelantaré para ser acariciado por los míos, diría —dice— él
en sus versos, porque la caricia, las caricias, son una de sus actividades
preferidas, de ida y vuelta, con las que consigue sincronizarse –asunto que siempre he entendido como un enhebrarse como parte de un todo por un
instante-.
Quizá sus mejores momentos —por decirlo de
algún modo— sean cuando está activo, muy activo, como un niño ocioso que atrapa su lengua entre los labios: cuando
consigue reunir ese ocio ocioso, muy suyo, con alguna actividad muy activa,
cosa también muy suya: lo que espero que se entienda porque no sé explicarlo de
otra manera.
De pronto —porque esa es otra: a Ángel casi
todo le pasa de pronto— puede comenzar a
distinguir a sus verdaderos compañeros entre los centauros o a sentirse
de repente —y sin contradicciones que valgan—, sujeto a la vida por la verdad y los
hechos, en un brusco ataque de realismo
realista.
No he encontrado tampoco una manera de llamar
a esos actos, muy propios de Ángel, que llegan con su reincidencia ya puesta: realismo realista, ocio ocioso,
actividad muy activa: viene a ser que, en un solo acto, pone la acción y la
insistencia, el gesto y el regesto, la intención y la segunda intención
intencionada.
En súmula: es para mí un privilegio prologar
este sin-gular —y con frecuencia insólito— libro de poemas. De manera
premeditada no he querido referirme por separado a las viñetas de poesía
gráfica, que considero muy valiosas dentro de la valiosa aportación de Ángel:
creo que son otra forma de su misma poesía, de su mismo sentido o de su mismo
instinto poético: tanto con las palabras como con los dibujos nos deja, de
pronto, a la intemperie, como si apartara la lona de la carpa del circo en el
que estamos y nos mostrara el horror, pero también la maravilla, a los que
estamos siempre expuestos, y que posiblemente nunca veríamos si Ángel —y los de
su estirpe— no nos señalaran una y otra vez, con la entrañable insistencia de
los cronopios.
Narciso de Alfonso
(del prólogo a
Felicidades Ángel, por este libro. :)
ResponderEliminarM
¡Gracias M! por el detalle y un saludo.
ResponderEliminarÁngel
Enhorabuena Ángel. Este prólogo pone el listón muy alto.
EliminarJavier Iribarren
Gracias Javier. La verdad es que como sabes, en esto no hay listones.
EliminarA cada uno le toca lo que le toca. Y se hace lo que buenamente se puede.
Ángel