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La lectura del dominical del New York Times me proporciona una gran idea para nuestros planes: las sardinas, para despistar al enemigo, se camuflan dentro de un gran banco. Perfecto para nosotros. Llamo a Crookedleg y a Loosedick , mis lugartenientes, para tener una sesión de trabajo y planear un asunto. “En Central Park, a las nueve a.m.” les digo, “con ropa de deporte”….”¿Que qué es eso? Unos chandals cualquiera……. ¿Qué no tienes? Baja al chino de la esquina y te compras uno. No te irá mal un poco de ejercicio”. Loosedick protesta, pero yo me impongo, que soy el jefe. Gracias a mi inteligencia sobrevivimos, que si fuera por ellos… Dónde pasar más inadvertidos que en Central Park. Tres amigos que dan un higiénico paseo mientras conversan entre la multitud de pirados que corren en chándal sin tener que llegar con hora a ningún sitio. Me escama que Crookedleg no haya puesto ningún reparo, porque es al que quería evitar, estoy seguro que a Central Park y a hora tan intempestiva no le seguirá su rubia y podremos hablar tranquilamente.
Como siempre, me hacen esperar para empeorar mi, ya de por sí, mal humor. De pronto me quedo ojiplático: por ahí viene Crookedleg con su andar “tumbao”, uniformado de dirigente del partido colorao, luciendo el mismo chándal que Chaves y Fidel en la foto de su encuentro. Si queríamos pasar inadvertidos, ese es el perfecto camuflaje, sus colores chillones se ven desde la Quinta Avenida. “Deportivo, dijiste. Este chándal me ha costado un huevo, lo estreno hoy, es el mismo que llevaba Chaves en Cuba, auténtico, certificado. Me lo ha enviado un amigo desde Caracas. Dice que aquello sí que es vida, que lo que nosotros hacemos aquí, allí no es robar, sino redistribuir la riqueza, una acción social, que a él lo conocen como el agente redistribuidor. Aquí en USA estamos muy anticuados en materia de acción social y no se cuantas pendejadas más. Deberías escucharle y ponemos una base de negocios allí……”. Si le dejo continuar me da la paliza durante toda la mañana. Está muy interesado en los problemas sociales, seguro que se ha echado alguna rubia comunista.
Cuando se incorpora Loosedick comenzamos nuestro paseo-job. A los diez minutos siento como se me agarrotan los gemelos del esfuerzo físico y, a pesar de esta puñetera primavera neoyorquina, más fría que el culo de una callgirl, me surcan gruesas gotas de sudor la frente. A los quince minutos mis compis han desparecido, los veo derrengados unos metros más atrás. Decidimos ir a donde siempre, a The Garden. “Hoy no me jorobes con tus malditos screwdrivers, Pepe, no tengo el cuerpo para tus brebajes, tráenos burbon, pero no del que destila la Paca, tu mujer, en la cocina, me traes la botella de four roses sin abrir, ¡eh!, no empeores mi humor”. “Haga algo de ejercicio, le conviene, un paseo por las mañanas, no le pido mucho. Ese jilipollas de doctorcete. Qué vaya él y deje de tomar bieres, qué pasa más horas en el pub que en su consulta”. Cuando me dispongo a exponer mi plan, aparece la tal Roose, la rubia de toda confianza según Crookedleg. “Papito, papito ¿dónde te habías metido?” se abalanza sobre él dejándole la cara toda pringosa de rouge barato. Seguro que la envía Bignose para apropiarse de mis grandes ideas, de modo que vuelvo a contarles el argumento del robo al tren Glasgow, sustituyendo, naturalmente, Glasgow por Atlanta, y a todos, rubia incluida, y eso que le he advertido de que solo aguanto a las rubias cuando están calladitas, les parece un magnífico plan y quieren empezar hoy mismo.
Anthony Badgrapes
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