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Tuve que echarle jabón a la cosa para vencer la resistencia de la Superiora, que si era loable la labor que hacía con esos chicanos, que ya podía el Ayuntamiento subvencionar tan meritoria obra. Jabón y dólares, porque comenzó a comprender que éramos de una organización sin ánimo de lucro dedicada a impartir cursos de formación para gente que quería reinsertarse en la sociedad (eso le dije, así no le chocaría el pintoresco aspecto de los chicos de la banda) cuando dejé sobre la mesa un buen puñado de billetes. “Señora, está bien, pero todos me llaman madre o reverenda madre, como guste”, me soltó ante mis dudas sobre el tratamiento. Pero a mí eso de “madre” no me salía, porque, a pesar de los velos y el hábito, la chica no estaba nada mal, y a ver si iba a cometer incesto de pensamiento, que uno tiene la conciencia muy estrecha para estas cosas, que uno tiene principios, que para eso sus padres lo mandaron a uno a una escuela católica, aunque yo sacase poco aprovechamiento. “Bien, las reglas son las siguientes: ustedes utilicen el aula las dos horas diarias por las que la han alquilado; sobre todo puntualidad; nada de mezclarse con los chicos que están en clase y no interferir lo más mínimo con la actividad docente, si necesitan algo toquen la campanilla y una hermana acudirá y les proveerá de ello. El precio incluye el uso de la pizarra, pero si quieren utilizar el proyector, eso se cobrará aparte….” Continuaba hablando y yo dando cabezadas de afirmación como si fuera un caballo, mientras mis pensamientos volaban por debajo de tocas y ropajes talares.
Por fin había encontrado un sitio discreto y tranquilo para exponerles el plan a los chicos y organizarlo todo. Además, seguro que el lugar les cohíbe y estarán atentos, y allí, vista la monja cancerbera que tienen en la portería, jamás podrá irrumpir la rubia de Crookedleg. Tuve que utilizar toda mi autoridad para acallar las protestas. A ver quien es el boss. Que si los bancos están duros, que si huele a tiza y a lápiz, que como se enteren de las otras bandas vamos a ser la rechifla, que si puedo salir a fumar un cigarro, que si puedo ir a mear, que si podemos pedir un güisquitos. Esto último dicho con cierto deje irónico. Al rato llega la superiora toda escandalizada diciendo que esto era intolerable, que habían querido sobornar a una hermana para que les trajera una botella de güisqui del bar de enfrente. Tuve que calmarla convenciéndola de que solo se trataba de una broma, mediante un donativo extraordinario como ayuda de comedor de los chicos que no pudieran pagarlo. “Que no se vuelva a repetir esto, os jugáis la calificación del curso de fontanería”. Cuando marchó la monja les dije en ese tono tan convincente que empleo yo cuando quiero convencer, que a la próxima les cortaba los huevos allí mismo. Cuando estaba más enfrascado en mis explicaciones, trazando en la pizarra el esquema del plan, llega una hermana y me dice que la inspectora de la oficina federal quería entrar para hacer un informe sobre la marcha de los cursos. -¿No será rubia, por casualidad? –Sí, señor, rubia, muy rubia, yo diría que muy teñida, si me lo permite y que Jesús me perdone. –No la deje entrar por nada del mundo, no es ninguna inspectora, sino una alumna expulsada por pésimo comportamiento en clase y vida desarreglada. –Ya me lo ha parecido a mí, que no tiene pintas de inspectora, y me callo lo que parece. Y que me perdone la Santísima Virgen por ser tan mal pensada, que no tengo remedio, ya me puedo confesar esta falta sin falta…
Ya nos habían descubierto, alguien había filtrado el plan para desarrollar el plan. A alguno le huele ya el pelo a socarrado, menudo soy yo en esto de la disciplina.
Anthony Badgrapes
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