Por qué, se preguntaba angustiado, por qué, él. De los miles de peluqueros que habría en la República tenía que haber sido
él, precisamente él, el elegido. Es cierto que había movido amigos,
influencias, a su tío, tercer portero de palacio, para conseguir el puesto; el sueldo
era bueno y el cargo, de gran importancia. Cuántas veces nos arrepentimos de lo
conseguido, y del esfuerzo empleado. Que era uno de los mejores peluqueros del
país, no se podía dudar, licenciado en artes capilares, premio fin de carrera,
héroe del trabajo, en fin, todas las distinciones que cabía aspirar. Pero,
podrían haberlo rechazado, ¡qué caramba!, otros habrá con iguales méritos. El
rictus de angustia de su cara se distendió un momento cuando recordó del día
que le comunicaron la designación de peluquero titular del Gran Líder, el
Presidente Eterno de la República, el Gran Camarada. Su madre sacrificó un
pollo a los dioses y luego lo comieron con arroz. Todos los vecinos pasaron a
cumplimentarlo, hasta su viejo maestro, que siempre había dicho que era una
estupidez gastar tiempo en su educación, que aprendiera un oficio, y ahora se
preguntaba qué cualidades extraordinarias pudieran haber visto en semejante
zoquete. Estos placenteros pensamientos, sin embargo, se disiparon pronto, para
volver a su anterior estado de angustia.
Todos los días, a las nueve en punto, era
introducido en la estancia del Gran Camarada para realizar su servicio, y era
la una del mediodía y allí estaba olvidado de todos, aguardando a que lo
llamaran, acompañado de los útiles de su profesión: el estuche con tijeras,
cepillos y peines; el arconcito de los afeites, perfumes, abrillantadores,
fijapelos, acondicionadores, reforzantes, champús; las toallitas; en fin, todo
el arsenal que su complicado arte requería para lograr el resultado perfecto al
que siempre aspiraba. Allí, roído por la preocupación, esperaba a ser
requerido, sin que en toda la mañana nadie le hubiera prestado atención alguna.
Ya se sabe, se dijo, cuando se espera se
desespera, y la imaginación vuela a las zonas más recónditas del pensamiento, a
las más oscuras tinieblas de la mente. Se veía acusado de crimen de estado,
arrestado y, tras juicio sumarísimo, ejecutado de manera atroz. Dicen que el
Gran Guía, el Presidente Eterno de la República, era totalmente riguroso en
cuanto a los principios de la revolución; a su propio tío, sin ir más lejos,
aseguran que, por un quítame allá una coma en una discusión sobre Marx, lo
ejecutó disparándole un misil trasatlántico. El mundo estaba lleno de
cuchicheos y bulos sin confirmar. Desde algún tiempo desaparecía gente y se
rumoreaba que servían de banco de órganos; cuando algún jerarca necesitaba un
hígado, por ejemplo, se elegía al detenido que presentaba mejor color y, a
partir de entonces, quien paseaba con un envidiable color en la cara era
el jerarca. Pero todo esto, se dijo para calmarse, son infundios que hacen
correr contrarrevolucionarios pagados por el capitalismo podrido y corrupto,
saboteadores del sistema, como le tiene dicho hasta la saciedad el secretario
de la sección de camaradas peluqueros del partido.
El tiempo pasaba lentamente, mientras que sus
pensamientos corrían veloces. El día anterior, cuando rapaba los parietales del
Gran Guía, para conseguir el singular modelo de corte de pelo que había
diseñado el propio líder, elogiado por todos por su original arte, recibió una
reprimenda porque las líneas de rapado quedaban demasiado bajas. Eso podía ser
tomado como una desviación propia del corrupto capitalismo. Esas gentes no
saben apreciar el delicado efecto estético de unos parietales rasurados a media
altura y tapan sus orejas con horribles mechones. El menor desvío ideológico
era castigado con dureza, como debe ser, para mantener la pureza de la
revolución. Por cosas así estaba más de uno y más de dos, sacando hierro de las
entrañas de las montañas del norte. Estas reflexiones le provocaban un sudor
frío, mientras el brillante amarillo-manzana de su tez, envidia de muchos, se
tornaba cerúleo y cenizoso.
El Gran Líder estará conferenciando con el
jefe de los países capitalistas, el de Estados Unidos. La paz mundial en sus
manos. Estarán intercambiándose misiles y ojivas atómicas. Se decía para
sosegarse. Pero era impensable que el gran guía se pusiera a conferenciar por
teléfono con su oponente sin antes haberse entregado una hora larga a sus
expertas manos. Cómo podían conversar ambos líderes con sus cerebros
embotados por una capa pilosa, seborreica e hirsuta, la del suyo, pajiza y
casposa, la del americano. Inconcebible, porque así como a su amado guía había
que lavarle el cabello, domeñarlo hacia atrás con energía y arte, usando un
fuerte fijador, su pelo era recio como crin de caballo, y rasurarle los
parietales, de modo que solo así su intelecto se sentía ligero y diáfano, al
americano lo trataban de modo análogo, no le cabía duda, ese pelo amarillento
pajizo, resultado de reiterados tintes, esa honda sobre la frente para tapar unas
pronunciadas entradas, requerían otra hora larga diaria de un consumado
profesional, a él no podían engañarle, era del oficio. Si hubiera leído, cosa
totalmente improbable, porque solo había pasado sus ojos sobre la cartilla del
perfecto peluquero proletario, aquello de Schopenhauer, cabello largo, inteligencia
corta, habría pensado que así iban las cosas por occidente, escuchando
semejante memeces. Un cerebro privilegiado solo puede funcionar cubierto y
resguardado por un pelo bien cuidado.
Agonizaba la tarde cuando, por fin, fue
llevado a presencia del Gran Guía. Las piernas no le sostenían y un sudor frío
recorría su espalda. El Gran Líder lo recibió con una palmada en la espalda.
–Admire, mi buen camarada, admire, el nuevo diseño de corte de pelo que he
ideado, asesorado por este selecto equipo de arquitectos
y escultores. Nos ha exigido todo un día de trabajo, hasta me he olvidado de
usted, pero merece la pena ¿no es cierto?. A partir de mañana será obligatorio
para todos los mandos del Partido hasta el tercer nivel.
Antonio Envid
No hay comentarios:
Publicar un comentario