No, gracias… El anuncio no se insertará en el periódico. Por lo visto, usted ignora qué es la prensa comprada. Mire, yo no me vendo
Tréveris, Alemania (1917)
Los viñedos se extienden detrás de la ciudad. En
muchos de ellos abundan las malas hierbas. El marido o ha muerto en la guerra o
está en la cárcel. La mujer no puede cultivarlos ella sola. O tal vez se ha ido
por ahí con otro. Además, los precios del vino están bajo control del Estado.
Para el que no sepa vender de contrabando no vale la pena cultivar los viñedos.
¡Y en cambio los hay de primerísima calidad! Desde luego, a uno le bullen las
ideas en la cabeza.
En realidad, alguna de las viudas de guerra debería
vender su viña, y a bajo precio.
Huguenau se preguntaba qué compradores podrían
interesarse por los caldos del Mosela. Habría que encontrarlos. Podría ganarse
una sustanciosa comisión. Los vinicultores eran los más indicados. Friedrichs,
en Colonia; Matter & Co., en Frankfurt. En otro tiempo, él había comerciado
con ellos.
(…)
Desde luego, adquirir viñedos a buen precio en la
región del Mosela no era mal negocio, al contrario, era una magnífica inversión
de capital. Y, así que hubo desayunado, se puso a redactar un anuncio de compra
de viñedos a precio razonable. Después se encaminó con el anuncio a El
Mensajero del Electorado de Tréveris.
(…)
Así pues, Huguenau trepó por la escalera de
gallinero y se topó de manos a boca con una puerta que ostentaba el rótulo
REDACCIÓN, puerta que daba al despacho donde el señor Esch, propietario y
editor de El Mensajero del Electorado de Tréveris, ejercía sus funciones. Era
un hombre delgado y de rostro barbilampiño, en el que una boca de actor,
enmarcada por dos largas y profundas arrugas que surcaban las mejillas,
dibujaba una leve y sarcástica sonrisa, que dejaba entrever unos dientes
grandes y amarillos. Su rostro tenía algo de actor, pero también de cura y de
caballo.
Examinó el anuncio con expresión de juez
inquisidor y como si se tratara de un manuscrito. Huguenau se llevó la mano a
la cartera, de la que sacó un billete de cinco marcos, dando a entender en
cierto modo y de esta manera que esa era la cantidad que estaba dispuesto a
pagar por el anuncio. Pero el otro, sin prestar la menor atención a su
maniobra, le preguntó sin más preámbulo:
—¿De modo que usted pretende explotar a la gente
de aquí? ¿Acaso ya se habla por ahí de la miseria de nuestros viñadores, eh?
Era una agresión tan inesperada que Huguenau tuvo
la impresión de que estaba destinada a subir el precio del anuncio. Y sacó otro
marco, pero obtuvo un resultado del todo contrario al que esperaba:
—No, gracias… El anuncio no se insertará en el
periódico. Por lo visto, usted ignora qué es la prensa comprada. Mire, yo no me
vendo ni por seis marcos, ni por diez, ¡ni por cien!
Huguenau estaba cada vez más convencido de
hallarse frente a un astuto negociante. Y, precisamente por ello, no había que
ceder; tal vez aquel tipo solo buscaba una participación en el asunto, lo cual
no tenía aspecto de resultar desventajoso.
—Mmm… he oído decir que esto de los anuncios
también se consigue a cambio de un tanto por ciento de participación… ¿Qué tal
un cincuenta por ciento de comisión? Claro está que, en ese caso, usted deberá
publicar el anuncio por lo menos tres veces, desde luego… Naturalmente es usted
libre de publicarlo las veces que quiera, la caridad no tiene límites —y, al
tiempo que se arriesgaba a sonreír con aire de complicidad, Huguenau se sentó
de golpe junto a la tosca mesa de cocina que servía de escritorio al señor Esch.
Esch no le escuchaba, sino que recorría la
habitación de un lado a otro con cara de pocos amigos y con zancadas nada
airosas, que cuadraban con su delgadez. El suelo, recién fregado, gemía bajo el
peso de sus pasos, y Huguenau observó que estaba agujereado y que había ceniza
entre las tablas del entarimado; también observó que los pesados zapatones
negros del señor Esch no se ataban con cordones normales sino con hebillas
parecidas a las de las sillas de montar; además, por sus bordes asomaban unos
calcetines grises de punto de media. Esch monologaba:
—Ahora los buitres pretenden caer sobre estas
pobres gentes…
Hugenau o el realismo
(Trilogía de los sonámbulos)
No hay comentarios:
Publicar un comentario