domingo, 5 de agosto de 2018

HERMANN BROCH: TESTIMONIO LITERARIO DE CUANDO SE HACÍA VERDADERO PERIODISMO







No, gracias… El anuncio no se insertará en el periódico. Por lo visto, usted ignora qué es la prensa comprada. Mire, yo no me vendo


Tréveris, Alemania (1917)

Los viñedos se extienden detrás de la ciudad. En muchos de ellos abundan las malas hierbas. El marido o ha muerto en la guerra o está en la cárcel. La mujer no puede cultivarlos ella sola. O tal vez se ha ido por ahí con otro. Además, los precios del vino están bajo control del Estado. Para el que no sepa vender de contrabando no vale la pena cultivar los viñedos. ¡Y en cambio los hay de primerísima calidad! Desde luego, a uno le bullen las ideas en la cabeza.
En realidad, alguna de las viudas de guerra debería vender su viña, y a bajo precio.
Huguenau se preguntaba qué compradores podrían interesarse por los caldos del Mosela. Habría que encontrarlos. Podría ganarse una sustanciosa comisión. Los vinicultores eran los más indicados. Friedrichs, en Colonia; Matter & Co., en Frankfurt. En otro tiempo, él había comerciado con ellos. 
(…)
Desde luego, adquirir viñedos a buen precio en la región del Mosela no era mal negocio, al contrario, era una magnífica inversión de capital. Y, así que hubo desayunado, se puso a redactar un anuncio de compra de viñedos a precio razonable. Después se encaminó con el anuncio a El Mensajero del Electorado de Tréveris.
(…) 
Así pues, Huguenau trepó por la escalera de gallinero y se topó de manos a boca con una puerta que ostentaba el rótulo REDACCIÓN, puerta que daba al despacho donde el señor Esch, propietario y editor de El Mensajero del Electorado de Tréveris, ejercía sus funciones. Era un hombre delgado y de rostro barbilampiño, en el que una boca de actor, enmarcada por dos largas y profundas arrugas que surcaban las mejillas, dibujaba una leve y sarcástica sonrisa, que dejaba entrever unos dientes grandes y amarillos. Su rostro tenía algo de actor, pero también de cura y de caballo.
Examinó el anuncio con expresión de juez inquisidor y como si se tratara de un manuscrito. Huguenau se llevó la mano a la cartera, de la que sacó un billete de cinco marcos, dando a entender en cierto modo y de esta manera que esa era la cantidad que estaba dispuesto a pagar por el anuncio. Pero el otro, sin prestar la menor atención a su maniobra, le preguntó sin más preámbulo:
—¿De modo que usted pretende explotar a la gente de aquí? ¿Acaso ya se habla por ahí de la miseria de nuestros viñadores, eh?
Era una agresión tan inesperada que Huguenau tuvo la impresión de que estaba destinada a subir el precio del anuncio. Y sacó otro marco, pero obtuvo un resultado del todo contrario al que esperaba:
—No, gracias… El anuncio no se insertará en el periódico. Por lo visto, usted ignora qué es la prensa comprada. Mire, yo no me vendo ni por seis marcos, ni por diez, ¡ni por cien!
Huguenau estaba cada vez más convencido de hallarse frente a un astuto negociante. Y, precisamente por ello, no había que ceder; tal vez aquel tipo solo buscaba una participación en el asunto, lo cual no tenía aspecto de resultar desventajoso.
—Mmm… he oído decir que esto de los anuncios también se consigue a cambio de un tanto por ciento de participación… ¿Qué tal un cincuenta por ciento de comisión? Claro está que, en ese caso, usted deberá publicar el anuncio por lo menos tres veces, desde luego… Naturalmente es usted libre de publicarlo las veces que quiera, la caridad no tiene límites —y, al tiempo que se arriesgaba a sonreír con aire de complicidad, Huguenau se sentó de golpe junto a la tosca mesa de cocina que servía de escritorio al señor Esch.
Esch no le escuchaba, sino que recorría la habitación de un lado a otro con cara de pocos amigos y con zancadas nada airosas, que cuadraban con su delgadez. El suelo, recién fregado, gemía bajo el peso de sus pasos, y Huguenau observó que estaba agujereado y que había ceniza entre las tablas del entarimado; también observó que los pesados zapatones negros del señor Esch no se ataban con cordones normales sino con hebillas parecidas a las de las sillas de montar; además, por sus bordes asomaban unos calcetines grises de punto de media. Esch monologaba:
—Ahora los buitres pretenden caer sobre estas pobres gentes…

 Hugenau o el realismo 
(Trilogía de los sonámbulos)
Hermann Broch

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