Hubo una vez un reino mágico en
el que todos los sueños tenían cabida. Unas veces se extendía por las calles de
Nueva York, o visitaba las guaridas de las “gang” de Chicago, o incluía las
selvas de África o de Indochina. Ese reino se llamaba Hollywood y uno de sus
reyezuelos, John Huston. “Las raíces del cielo” es una de las consideradas como
películas menores de Huston. Es una de esas películas imposibles, pero que ha
quedado en la historia del cine. Vista hoy suscita mucha curiosidad y muchas
preguntas. El tema es conservacionista, un alegato contra la caza de elefantes.
En 1958 cuando se estrena la película, precisamente, estaban de moda los
safaris por África, para quien podía pagárselos, claro, como la esposa de
Hemingway, Puline Pffeifer, cuando en 1933 el popular matrimonio realizó su
conocido safari, y a ello habían contribuido grandemente las versiones
cinematográficas de las novelas de este escritor, ”Pasión en la selva” (The
Macomber Affair, 1947) y "Las nieves del Kilimanjaro" (1952),
protagonizadas ambas por Gregory Peck. De modo que una película que no exaltaba
este tipo de aventuras africanas, muy al contrario, censuraba la cruel caza de
los elefantes para comerciar con el marfil, no era precisamente lo que esperaba
el público. Pero para que resulte de más actualidad, ese tráfico de marfil se
realiza para financiar la guerrilla que opera en el país.
Se dice que Huston aceptó de mala
gana el encargo y lo hizo porque se iba rodar en África. Seguramente, porque él
mismo pretendía cazar algún elefante. Hay que pensar el escaso entusiasmo con
que el director emprendería el rodaje de un film tan contrario de sus propias
aficiones. Aunque lo de la caza de los proboscídeos también se dice del rodaje
de su película “La reina de África”, sobre lo que Clint Eastwood realizó una
excelente película “Cazador blanco, corazón negro” en 1990, contando los
incidentes del mismo, que fue bastante accidentado.
Dos últimas palabras. Juliette
Greco es el auténtico exotismo en “Las raíces del cielo”, resulta más atractivo
recordarla sumergida en la atmosfera de angustia vital de una cave de Saint
Germain des Prés, escuchando a un trio de jazz, o cantando ella misma; y Errol
Flynt, haciendo el papel de sí mismo, o sea, de alcohólico, en este su último
trabajo en el cine, está patético.
Hemingway, como hemos dicho, un
día se va a África a cazar. Tras un día perdido porque el camión de un granjero
ha espantado los kudús, que el escritor quería abatir, sin enojarse, Hemingway
invita al granjero a cenar y ambos se pone a hablar de literatura. El granjero
es austríaco y se muestra interesado por los novelistas americanos, aunque
confiesa no conocer nada de ellos. Para Hemingway no había grandes escritores
en EE. UU. "Los buenos escritores estadounidenses son Henry James, Stephen
Crane y Mark Twain ". Que no tuviera una elevada opinión de sus colegas es
algo que ocurre a menudo en el mundo literario. Así comienza “Las verdes
colinas de África”, donde el escritor asegura que lo que relata es real. Un
comienzo que no se le ocurriría a otro que no fuera él, por el escaso interés
que habría de tener para el hipotético lector, que se esperaría más interesado
en los lances venatorios, o en el exotismo africano, que en una conversación
más propia de una tertulia literaria neoyorquina, degustando unos güisquis.
El austríaco es un antiguo
granjero de cuando el África Oriental Alemana y asegura haber luchado a las
órdenes de Von Lettow durante la Primera Guerra Mundial contra las tropas
inglesas. Al parecer perdió sus tierras con el armisticio. Este inmenso
territorio de un millón de quilómetros cuadrados, que rebasaba los límites de
la actual Tanzania, fue defendido con soldados nativos y escasas tropas
alemanas por Von Lettow de manera bastante eficaz contra los ejércitos de Gran
Bretaña y Bélgica, que tras la derrota alemana se repartieron la colonia.
En fin, esa charla sobre
literatura y sobre las condiciones que ha de tener un buen escritor -en el
relato abundan las referencias a autores y reflexiones literarias- para un
lector norteamericano en una tranquila tarde contemplando el césped recién
cortado desde el salón de su casa, debió ser sugerente e invitarle a continuar
la lectura de ese libro de aventuras africanas, que hoy horrorizaría a todo
ecologista.
Alguien, no recuerdo quien, algún
escritor surafricano, ha dicho que Hemingway nunca puso sus dos pies en África,
yo creo que nunca puso sus dos pies en ningún sitio, quizá, en su nativo
Illinois, o en París, desde luego, no los puso en España. Es el viajero que
siempre viaja con todos sus muebles encima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario