1. Alma nacional e Inmaculada Concepción
Muchas veces, reflexionando sobre el apasionamiento
con que en España ha sido defendido y proclamado el dogma de la Concepción
Inmaculada, se me ha ocurrido pensar que en el fondo de ese dogma debía de
haber algún misterio que por ocultos caminos se enlazara con el misterio de
nuestra alma nacional; que acaso ese dogma era el símbolo ¡símbolo admirable!
de nuestra propia vida en la que, tras larga y penosa labor de maternidad,
venimos a hallarnos a la vejez con el espíritu virgen; como una mujer que,
atraída por irresistible vocación a la vida monástica y ascética y casada
contra su voluntad y convertida en madre por deber, llegara al cabo de sus días
a descubrir que su espíritu era ajeno a su obra, que entre los hijos de la
carne el alma continuaba sola, abierta como una rosa mística a los ideales de
la virginidad[2].
[2] Desde Azaña a Julián Marías, pasando por Unamuno, ha sido mucho lo que se ha escrito del error del que parte Ganivet al confundir el dogma de la virginidad de María con el de su concepción inmaculada. Convendrá en todo caso aclarar ambos dogmas de la forma más sencilla: el de la virginidad perpetua, alude al milagro que supone alumbrar a Jesús sin haber tenido previo contacto carnal: María fue madre y, a la vez, virgen. En cambio, el dogma de la Inmaculada Concepción hace referencia no a su fecundación, de la que resultaría el nacimiento de Jesús, sino a la concepción de la propia Virgen, la cual fue engendrada sin "mácula" alguna, y sin mácula nacería y viviría, contrariamente al resto de los mortales, quienes para la Iglesia Católica, nacemos con la mancha del pecado original. El matiz (y el error, por tanto) quedan, pues, aclarados.
Ahora veamos cómo el propio Ganivet se defiende de dicho error ante Unamuno: «Aun en los más altos conceptos de la religión creo que es posible marcar el genio de cada pueblo; aun en los dogmas. Usted me hace notar la confusión dogmática que parece desprenderse de la primera idea de mi libro; antes que usted, me lo dijeron otros amigos, y antes que el libro se imprimiera, alguien me aconsejó que la suprimiera, y yo estuve casi tentado de hacerlo, más que por el error que en ella pudiera verse, por no dar a algún lector una mala impresión en las primeras líneas. Y, sin embargo, no la suprimí. ¿Por testarudez? —se pensará—. No fue sino porque veía en esa idea una idea muy española. El dogma de la Inmaculada Concepción se refiere, es cierto, al pecado original; pero al borrar este último pecado da a entender la suma pureza y santidad. El dogma literal se presta además a esa amplia interpretación, porque las palabras "Concebida sin mancha" dicen al alma del pueblo dos cosas: que la Virgen fue concebida sin mancha; y que es concebida sin mancha eternamente por el espíritu humano. Hay el hecho de la Concepción real y el fenómeno de la concepción ideal por el hombre de una Mujer que, no obstante haber vivido vida humana, se vio libre de la mancha que la materia imprime a los hombres. Preguntemos uno a uno a todos los españoles y veremos que la Purísima es siempre la Virgen ideal cuyo símbolo en el arte son las Concepciones de Murillo. El pueblo español ve en este misterio no sólo el de la concepción ni el de la virginidad, sino el misterio de toda una vida. Hay un dogma escrito inmutable, y otro vivo, creado por el genio popular. También los pueblos tienen sus dogmas, expresiones seculares de su espíritu.» (Primera carta de Ganivet a Unamuno, publicada en El porvenir de España. Cartas abiertas. Á. Ganivet. Madrid, Espasa-Calpe, 1940).
En todo caso, la idea de Ganivet en este
primer párrafo del Idearium, es
clara: detrás de los rasgos españoles, fruto de tanta influencia exterior
(forzosa o admitida), late en el fondo,
un espíritu original propio y genuino. Y ese es el "misterio de nuestra
alma nacional": parecer una cosa y ser otra, en realidad, por haber
permanecido fiel a sí misma. Lo va a recalcar enseguida, resumiendo la doctrina
de Séneca en estas palabras: No te dejes vencer por nada extraño a tu
espíritu.
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