―Verhuá musháshou, nesesíchou guan marchillouh, guan
berebiquíe, ¿yes?, end... end chu chsaláudruos; y unou manualh en di oder
manualh elsouh, bath de peuchou, ¿you nou, ser?, de-peu-chou. Auh, yes, end
aelsou ehhh… chambién... ¿se rhise así: "chambién"...? Chambién iuna
bareunna, ¿okey?. Iuna barheuna, yes.
―Un momento por favor... ¿Y brocas? Porque imagino
que también necesitará brocas, ¿no?
―Ouh, nou, nou. Nou bróukass, chénkiou. Chéngou bróukass, zank. Nou
nesesichou bróukass, gráseas, mouchsas gráseas.
―Pues espere, espere un segundo por favor. Enseguida
vuelvo ¿okei?
―Oukey, oukey, mouchsas grásesas, chénkiu. Esperouh... (Dandarindon dindon dá,
dandarindodindondá, Dandarindon… Titararí tararí...: Lou quel viénchou sei
llevóu… Jé: A Rhious pongou por cheschigou… ¡A Rhious pongou por cheschigou kei
nounca másh...! Ja, quéi rhoublage! Perou ¡quéi rhoublage! .. que rhisen
aquí…).
―Mire, señor, mire, ya le traigo de todo. Taladros
por un tubo. Para dar y vender, miré... ¡Señor! ¿Señor..? Pero ¿dónde demonios
se ha metido…? ¿Señor..?
―Qué pasa, Platón.
―Nada, un cliente extranjero...
―¿Extranjero?
―Sí, uno con unas orejas tremendas y un bigote como
amariconáo.
―Ah, ya. Que quería taladros, un martillo y un
berbiquí, ¿no?
―Sí, eso es.
―Joer pues vas dao, Platón. Ya se ha ido. Hace rato
que le he servido.
―Pero si le estaba atendiendo yo.
―Ya, pero si tiene que esperarte a ti... ¡Los he
visto más rápidos y los han despedido, Platón! Bueno, bueno, no te preocupes,
no te preocupes, que sólo llevas una semana. Tranquilo.
―El caso es que me sonaba, don Amancio. El tío ese
me sonaba y no sé de qué, pero….
―Coño, como que era el mismísimo Clark Guéibol, ¡gilipollas!.
―Una caja de chinchetas, por favor.
―Hola buenos días. Niqueladas, ¿verdad?
―¿Clark Gable?
―Sí, claro, niqueladas.
―Clark Guéibol, el de Lo que el viento se llevó...
De cabeza blanca, imagino, ¿verdad?
―Joer, ya decía yo que esa cara...
―¿De qué cabeza...? Ah, sí, si, las chinchetas,
claro, je. De cabeza blanca, sí.
―Jé, y espera, espera que no te quedan cosas por
ver. ¿De cincuenta? ¿Va bien de cincuenta?
―Ah, ya, la caja.... Sí, de cincuenta. De cincuenta
chinchetas. Sí, va bien así.
―También tiene de veinticinco.
―Hmn... Pues mejor de veinticinco, sí, de
veinticinco, por favor.
―Perfecto, de veinticinco, un momento. Pues eso, Platón,
que no te quedan cosas que ver ni nada. Mira ¿ves..? Aquí tiene, señor.
―Gracias... Le va bien un billete de...
―No, en caja, en caja, el pago en caja, por favor...
Te digo, Platón, que mires allí, allí. Enfrente...
―Ah, sí, pagar en caja, claro. ¡Qué cabeza!
―¿No las quería blancas?
―Sí, no, jé, no me refería a la de las chinchetas,
je. Digo que qué cabeza la mía. Gracias. Adiós.
―Adiós, señor, adiós.
―El edificio ése, sí.
―Anda que no iba despistado ni nada el tío éste...
Eso, lo ves, ¿no?
―Sí, el edificio.
―El Adriática, exacto. Pues mira, de ahí salen cosas
muy raras, pero que muy raras, Platón. Ya verás, ya verás. Al tiempo. Y anda,
cepíllate la bata que tenemos que llevarla impecable. Venga, arréglate un poco.
―Es que el azul marino este es muy sucio, don
Amancio.
―Razón de más, Platón, razón de más, ¡venga!
―Oiga, don Amancio.
―¿Sí?
―Y el Clark Gable ese...
―Guéibol, Platón, Gué-i-bol.
―Digo que el Clark Guéibol ese... ¿para qué coño
quería tanto taladro?
―Buena pregunta, Platón, sí señor, muy buena
pregunta. Mira tú qué cojones sabré yo para qué quería el Guéibol tanto
taladro. Anda, tira, tira y cepíllate la bata de una vez.
―Voy, voy.
―Es que estos americanos... Estos americanos...
Hola, buenos días, en qué puedo ayudarle.
―Busco escarpias...
―Sígame por favor. Por aquí. Estos americanos... A
saber tú para qué coño querría el orejas tanto taladro.
―¿Cómo dice?
―No, nada, jé, pensaba en alto, pensaba el alto...
Mire aquí. Aquí tiene escarpias de toda clase de precios y tamaños.
―Sí, ya veo... A ver...
―Platón, ¡Platón!
―Diga don Amancio.
―Anda corre, Platón, que acaba de entrar Eduard Jé
Robinson, atiéndele tú...
―Eduard... ¿qué..?
―...Jé Robinson, Platón. El de La mujer del Cuadro.
―¿El de La mujer..?
―Aquel, aquel de allí, míralo.
―Ah, sí, ¡jodo! Es verdad, sí.
―Venga corre, atiéndele bien que este tiene muy mala
leche...
―Sí, don Amancio, siempre hace de malo.
―Corre, atiéndele. Atiéndele y no te preocupes. Por
lo de la mala leche, digo. Para mí que es de coña.
―Voy, voy.
―Seguro que quiere veinte metros de liza, siempre
compra veinte metros de liza.
―Mire, estas, estas son las escarpias que quiero.
―Ah, muy bien, muy bien, ¿algo más?
―No, no. Sólo esto, gracias. El pago en caja,
¿verdad?
―Sí, en caja.
―Gracias.
―Adiós, adiós. ... Aunque el otro día, el otro día
compró una paellera.
―¿Decía?
―No, no nada, perdone, perdone, eso: que el pago en
caja, gracias. Sí, una paellera de esas grandes. Industrial. Y es que a estos
americanos... A estos americanos, jé, cómo les va la marcha. Y, claro, como
aquí les damos tanta. Hay qué ver, hay qué ver cuánto les gustan nuestras cosas
.
(De El Guacamayo Azul, 2006)
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