sábado, 18 de mayo de 2024

EL JUEGO DE LA BOLSA. TOMA DE DECISIONES. LOS SESGOS COGNITIVOS PRODUCIDOS POR EL PÁNICO DEL INVERSOR (José de la Vega)


 

Cábalas sobre el posible inventor del juego de la bolsa.


Los desesperados dicen que lo inventó el rey que rabió[1], porque en él todo son rabias y más rabias, disgustos y más disgustos, pesares y más pesares. Si el que compra algunas partidas ve que bajan, rabia por haber comprado; si suben, rabia porque no compró más; si compra, suben, vende, gana y vuelan aún a mayor precio del que ha vendido, rabia porque vendió por menor precio; si no compra ni vende y van subiendo, rabia porque habiendo pensado en comprar, no llegó a hacerlo; si van bajando, rabia porque, habiendo tenido amagos de vender, no se decidió; si le dan algún consejo y acierta, rabia porque no se lo dieron antes; si yerra, rabia porque se lo dieron. Así que todo son inquietudes, todo arrepentimientos, todo delirios, luchando siempre lo insufrible con lo feliz, lo indómito con lo tranquilo y lo rabioso con lo deleitable[2].

José Penso de la Vega
(Edición de Servando Gotor)


[1] «Acordarse o ser del tiempo del Rey que rabió». Según el Diccionario de Autoridades, «frase con que se da a entender que una cosa es muy antigua». Gracián la emplea en la Crisi Undézima de la Segunda Parte de El Criticón (2001:494). Aquí, de la Vega la utiliza con el doble sentido de que se ignora cuándo se creó, y en especial como alusión a la inquietud, nerviosismo y desesperación de los jugadores.

[2] Es este un hermoso y pormenorizado ejemplo que podría encajar en lo que en las finanzas conductuales (o del comportamiento o conducta -behavior-) se conoce como sesgo de aversión al riesgo o a las pérdidas. Estos sesgos o errores sistemáticos nos pueden llevar a decisiones erróneas. Las finanzas conductuales, o economía del comportamiento (Behavioral economics) parten de que la mayoría de nuestras decisiones financieras no están dictadas por la parte racional de nuestro cerebro, sino por nuestras emociones. «De la Vega fue el autor de la primera obra publicada sobre sesgos de conducta en las finanzas, centrada en concreto en los sesgos de los inversores. José de la Vega describe de forma viva, aguda y hasta podríamos decir que simpática diversos sesgos cognitivos de los inversores de hace trescientos años». (Corzo Santamaría, Prat Rodrigo y Vaquero Lafuente, 2015:116). Para entender qué son los sesgos cognitivos, es necesario previamente saber qué sea la heurística: un proceso mental para la toma de decisiones, o resolución de problemas, en el que nos servimos de trucos o atajos. Proceso mental que habitualmente utilizamos en nuestro devenir diario. «Los procedimientos utilizados en la resolución de un problema pueden ser por algoritmos o por heurísticos. Los algoritmos (viene de guarismo = cantidad y es una alteración por influjo del griego “arithmós”) son estrategias que garantizan la solución; por ejemplo, un algoritmo son las reglas para realizar una división cualquiera (…) Estas reglas nos darán un resultado indefectiblemente correcto. Los procedimientos heurísticos en cambio, (de “heuriskó”, yo hallo, descubro, en griego) (Corominas, 1973) son procedimientos que proveen ayuda en la solución de un problema, pero no de manera justificada. Son juicios intuitivos». (Cortada de Kohan, 2008:69). En la economía clásica, se venía sosteniendo que las decisiones económicas de un individuo obedecían a un patrón racional consistente en un cálculo de utilidad y probabilidad (Teoría de la utilidad). Pero en 1974, Daniel Kahneman y Amos Tversky, en su artículo Juicio bajo incertidumbre: Heurística y sesgos, describen por vez primera los mecanismos heurísticos: «los individuos confían en un número limitado de principios heurísticos que reducen las tareas complejas de estimación de probabilidades y valores predictivos a operaciones judicativas más simples. Estas heurísticas son, en general, bastante útiles, pero a veces conducen a errores serios y sistemáticos.» (Kahneman, 2016:545). Estos errores serios y sistemáticos son los sesgos cognitivos. Y cuando no son sistemáticos sino puntuales, se les llama ruido. En definitiva, a la hora de tomar decisiones, las personas somos bastante complicadas, complejas, variadas, limitadas y a la vez ricas. Richard H. Thaler se referirá a los individuos racionales y maximizadores de la teoría económica clásica (Teoría de la utilidad) como Econos, una especie racional distinta a las personas de carne y hueso; como contrapunto, los Humanos vendrán caracterizados por sus emociones y prejuicios (Thaler, 2018:12). Son los segundos los que tomarán sus decisiones, no mediante algoritmos sino mediante heurísticas. Y los analistas han elaborado auténticos catálogos tanto de heurísticas como de sesgos, de los que De la Vega refiere en su obra, ya en pleno siglo XVII, un buen número de estos. Entre ellos, alguna de las conductas que aquí nos describe podrían corresponderse con las hoy tipificadas como sesgos de aversión a los riesgos o a las pérdidas, y sesgos de aversión al arrepentimiento. Si el lector vuelve ahora a leer el párrafo entero que nos ocupa, comprobará la carga emocional de estas conductas que describe De la Vega, y cómo tienen todas un denominador común: el desasosiego que produce o pueden producir el error, la incertidumbre, los riesgos y los arrepentimientos. La aversión al riesgo o a las pérdidas revela que nuestros sentimientos hacia las ganancias y las pérdidas no son simétricos, es decir, el dolor por las pérdidas es mayor que la satisfacción por las ganancias, además del añadido doloroso que nos produce el haber hecho una mala inversión. La aversión al arrepentimiento se presentará también como sesgo psicológico siempre que evitemos asumir (reconocer) el error cometido; porque ello nos llevará a ejecutar actuaciones tendentes a ocultar dicho error, que precisamente y por esa ocultación o no reconocimiento podrían resultar nefastas. En resumen, la mejor forma de eludir nuevos errores es reconocer los que ya hemos cometido. Con tal reconocimiento podremos evitar -tal y como dice el refrán- tropezar de nuevo en la misma piedra. Por ejemplo: compras un activo, e inmediatamente te das cuenta de que ha sido un error: te deshaces de él inmediatamente. Pierdes, pero has subsanado rápidamente el error, has puesto fin a la situación. Sin embargo, la aversión al arrepentimiento, el no querer reconocer el error, evita que te deshagas inmediatamente de ese activo, y esta desacertada decisión te puede llevar a mayores pérdidas. No reconoces el error, no lo subsanas de inmediato, y el perjuicio se agrava.

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