sábado, 22 de junio de 2024

ALEJANDRO MAGNO O LA FÓRMULA PARA POSEER EL MUNDO (Servando Gotor)

 

     

This is the West, sir.
When the legend becomes fact,
print the legend

(Esto es el Oeste, señor.
Cuando la leyenda se convierte en realidad,
imprima la leyenda)

James Warner Bellah y Willis Goldbeck,
guionistas de: The Man Who Shot Liberty Valance
(John Ford, 1962)

ÍNDICE:

1. Un libro como terapia.
2. Coartada para un proyecto muy personal: la Monarquía Universal
3. Cómo se crea y mantiene un imperio. Las herramientas: (I). Carisma y proyecto
4. Cómo se crea y mantiene un imperio. Las herramientas (II). El sistema político y de gobierno: de la democracia de la polis a la monarquía macedónica
5. Cómo se crea y mantiene un imperio. Las herramientas (III). Ejército, administración, y legitimación
6. Más allá del Imperio (a modo de conclusión)

 

1. Un libro como terapia

Comencemos con una anécdota alejada cronológica y geográfica-mente del contexto alejandrino: Capua, Italia, siglo XV. En sus habi-taciones palaciegas, el Rey Sabio aragonés Alfonso V, también conocido como el Magnánimo por su esplendida generosidad con los miembros de su ilustrada corte napolitana, está enfermo.  Antonio Beccadelli, poeta y escritor de cabecera del monarca, nos cuenta en sus Dichos y hechos de Alfonso, rey de Aragón cómo él mismo consiguió animarlo y prácticamente sanarlo, ayudándose simple-mente de la lectura de un libro interesante y entretenido: «Estando el rey enfermo en Capua, muchos buscaban muchas cosas para alegrarlo, cada cual lo mejor que sabía y podía. Yo, en aquella sazón estaba en Gaeta y en cuanto lo supe, con la mayor presteza que pude, armado de mis libros y medallas y cosas en que el rey pensaba dar solaz y pasatiempo me vine para él». Así, que lo primero que hizo para entretenerle, según dice, fue ofrecerle un libro. El rey comenzó a tomar tanto gusto y tanta alegría en oír las cosas que en él se contaban que «los médicos se espantaron»  viendo cómo se alivió, y «casi despidió  todo el mal que tenía». De tal manera que «dejadas aparte todas las otras recreaciones y pasatiempos que para aliviarlo solía buscar, solo ocupábamos cada día en tres capítulos». «Tanto que enseguida acabamos de leer todo el libro». 

Aquel libro no era otro que la biografía de Alejandro Magno escrita probablemente en el siglo I de nuestra era por un tal Quinto Curcio Rufo,  de quien aparte de la autoría de esta obra poco más sabemos. Lo cierto es que tras su apasionante lectura, Alfonso el Magnánimo «se burlaba de los médicos, diciendo que Avicena era un charlatán, y que no había ninguna otra cosa sino Quinto Curcio».

Alejandro Magno es sin duda el personaje histórico sobre el que más se ha escrito y el más divulgado de todos los tiempos. Y raro es el año en que no aparecen nuevos estudios, ensayos o novelas sobre él. Lo que hace que una y otra vez reiteremos el tópico de preguntarnos si todavía queda algo por decir sobre el monarca macedónico. Con lo que, salvo que afloren nuevos hallazgos arqueológicos, a lo único que podemos aspirar es a que surjan algunas hipótesis más o menos imaginativas sobre él. En todo caso, las fuentes de las que emanan todas las teorías, leyendas y fantasías que constantemente se publican, las encontramos fundamentalmente en tres textos monográficos: las biografías de Arriano, Plutarco y Quinto Curcio. Ninguno de ellos fue contemporáneo de Alejandro, pero los tres se sirvieron expresa y críticamente de textos de autores que sí lo fueron: Calístenes, Ptolomeo, Aristóbulo, Onesícrito y Nearco. Biógrafos estos cuya obra fragmentaria hemos podido conocer gracias a las citas que aquellos nos han legado.

De los tres biógrafos citados, Arriano y Plutarco se tienen por más rigurosos que Curcio, consideración esta que en sí misma no deja de ser algo injusta, ya que los dos primeros son estrictamente historiadores, mientras que nuestro autor más que historia (que también), lo que hace es un juego retórico, algo que se acercaría más a lo que actualmente llamamos novela histórica. Evidentemente, si los límites entre géneros ni siquiera hoy parecen claros, difícilmente podrían estarlo en una época en que ni siquiera había debate alguno al respecto. Pero es que si, incluso hoy, la novela histórica resulta inadmisible cuando en la esencia quiebra el rigor histórico, mucho más intolerable resultaría entonces, en que, en definitiva, pareciera que Curcio estaba haciendo lo mismo que Arriano y Plutarco.

A Curcio, como mucho, solo se le puede reprochar lo que era, y lo era a mucha honra: un retórico. Y una vez que lo situamos como tal retórico lo que no podemos es exigirle el estilo frío, distante y objetivo que se le presume al historiador. Porque, ciertamente, la inclinación por la retórica le lleva a Curcio a insertar en su obra abundantes sentencias y grandes discursos, tanto del propio Alejandro como de Darío y de algunos personajes más.  Discursos que son, en efecto, auténticas obras literarias pero que no por ello dejan de recoger y mostrarnos el espíritu, la personalidad y los fines perseguidos por quienes los pronuncian, así como el contexto político, psicológico y geográfico  del momento.

Y aquí encontramos la razón por la que Curcio resultó tan gratificante e incluso saludable para Alfonso V de Aragón: la verdad histórica, poéticamente aderezada e incluso sublimada. De hecho, hasta podríamos aventurar que para el monarca enfermo jamás hubiera tenido el mismo efecto balsámico la Anábasis de Alejandro, de Arriano.

En todo caso, la retórica, la poesía, la literatura, el arte en suma, no solo no tienen por qué estar reñidos con la realidad de la que nos hablan, sino que deben ser, además de verosímiles, verdaderos.

Pero es que, a mayor abundamiento, las propias leyendas, los mitos, en cuanto tales, también forman parte de la realidad, y por tanto, de la verdad histórica.  Es más, incluso esconden más verdad que algunos hechos históricos. Porque la leyenda no solo resume, compendia y abstrae la esencia de multitud de hechos reales repetidos, sino que, además, cuando se consolida, tiene efectos históricos y sociales de mayor fuste que cientos y miles de acontecimientos reales. Y las biografías (más o menos legendarias) de Jesús de Nazaret y del propio Alejandro así lo confirman: la influencia del cristianismo y el helenismo han forjado durante siglos la conciencia occidental con independencia de su realidad histórica.

Por lo demás, y a diferencia de Jesucristo, Alejandro fue ya toda una leyenda en vida. Con lo que debemos presumir que aquellos primeros textos de sus biográfos contemporáneos estaban impregnados, con mayores o menores prevenciones, de esa leyenda.  Lo que tampoco resta rigor a los mismos, ni a la propia leyenda. Al final, en la Historia, en el devenir humano, para bien o para mal, la leyenda, el mito, acaba por imponerse a la realidad, más tarde o más temprano, influyéndola, modelándola y encauzándola.

A Alejandro y Jesús de Nazaret les bastó una vida corta a ambos (32 y 33 años, respectivamente) para forjar una conciencia colectiva de tal magnitud que sigue imperando en nuestros días. Sus respectivas biografías están reelaboradas, por supuesto, pero las de Alejandro se escribieron directa y personalmente por hombres muy cercanos a él, mientras que los evangelistas compusieron sus obras con lo que la tradición oral les había transmitido. A este respecto, el antropólogo norteamericano Marvin Harris, subraya que ningún historiador romano contemporáneo de Jesús, lo menta. Y ello con específica mención a Flavio Josefo, quien con dos obras especializadas en el mundo hebreo (De la guerra judía y Antigüedad Judaica), es el autor de referencia sobre los acontecimientos políticos y militares en Palestina durante su propia época. Pues bien, Josefo, habla nada menos que de cinco mesías (Atrongeo, Teudas, el anónimo "canalla" ejecutado por Félix, el "falso profeta" egipcio judío y Manahem) y, sin embargo, omite por completo tanto a Jesús como a San Juan Bautista. Silencio del que tampoco debe colegirse, ni mucho menos, la inexistencia de ambos, pero sí el poco eco, la escasa influencia que pudieron tener en vida y, en consecuencia, el mayor grado de elaboración que necesitaron emplear aquellos que sin conocerlo, ni ser siquiera coetáneos, escribieron sobre ellos.

De todo lo cual, y a sensu contrario podría concluirse que las obras que nos han llegado de Alejandro contienen grandes dosis de verdad. Y dada la enorme influencia y talla del personaje, se explica también el interés que siempre ha suscitado su vida. Y, especialmente, cuando esa vida se nos traslada con la magia y pasión propia de lo literario, tal y como nos la ofrece Quinto Curcio.

Pero, en suma, ¿qué hizo Alejandro? ¿Qué pudo hacer para suscitar semejante interés? Sembrar las semillas de lo que se ha dado en llamar helenismo. Eso es lo que hizo. Alejandro, con el pretexto de vengar viejas heridas infligidas por los persas a los griegos, los conquistó, y al conquistarlos, no solo les impuso la mentalidad griega, sino también tomó de ellos ciertas formas y costumbres, forjando una nueva sociedad híbrida y universal que está en la base de nuestra cultura occidental. 


 



Zaragoza, 29 de febrero de 2024
(Introducción a la edición
de Quinto Curcio)

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[1] Justino dirá que Filipo «echó los cimentos de un imperio universal y el hijo completó la gloria de toda esta obra». (9.8).


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