¿Podemos vivir sin leer ―sin conocer― a Shakespeare? Rotundamente sí. Ahora bien, ¿podemos vivir al margen de Shakespeare? Con igual contundencia, la respuesta es: no.
Nuestra mentalidad occidental, como toda mentalidad colectiva, está impregnada de mitos que la moldean y conforman de tal modo que, incluso, puede hablarse de un “canon cultural”, una norma estética, en nuestro caso occidental, que lógicamente también sería fruto de nuestra cultura y de nuestra historia, de esa mentalidad a la que pertenecemos y de la que participamos de una manera más o menos consciente. Las sombras de Moisés, Aristóteles, Cristo, Darwin y, por supuesto, la de Shakespeare, planean sobre nosotros sin necesidad de un conocimiento directo de ellos, porque nos persiguen ocultas detrás de cuanto nos rodea: cine, televisión, publicidad, música, videojuegos… De todo.
Con Hamlet, y en concreto con esta versión, más que versión auténtica guía de lectura, tenemos además la posibilidad de introducirnos en Shakespeare y en las entrañas mismas de una de las obras fundacionales de nuestra civilización. Porque descubrir a Hamlet es descubrir las raíces mismas de nuestra propia idiosincrasia.
Si descartamos Hamleto, Rey de Dinamarca, es decir, la edición de Hamlet de Ramón de la Cruz de 1772, por tratarse de una traducción de una versión francesa muy mutilada y manipulada, la de Villalpando de 1798 que aquí presentamos puede y debe considerarse, y así lo está, como la primera edición de la obra cumbre de Shakespeare y una de las obras cimeras de occidente.
Y esta, la de Villalpando, es la que tiene ahora el lector en sus manos. Traducida, reestructurada, acotada y anotada nada menos que por Leandro Fernández de Moratín, oculto bajo el seudónimo Inarco Celenio, constituye una versión tan interesante, didáctica, seria y divertida a la vez, que durante casi dos siglos ha sido la más reeditada en España. Tanto, que puede decirse que una gran mayoría de españoles lectores de Hamlet lo han sido de la mano de Moratín.
Evidentemente, le siguieron otras traducciones y ediciones de indudable e incluso superior calidad y, sobre todo, de un mayor rigor científico. Pero quizá ninguna haya conseguido superar la frescura y sencillez que explican el valor divulgativo de esta versión, valor que es el que interesa a nuestra línea editorial.
Leer el Hamlet de Moratín, con sus notas y acotaciones, con su prólogo y su reseña biográfica del Bardo de Avon, constituye una experiencia única para introducirnos en el mundo de Shakespeare, o lo que es lo mismo: en los cimientos ordenadores de nuestra mentalidad europea, en versión original. Porque Shakespeare ― como tiene dicho Harold Bloom― cambió nuestra forma de representar la naturaleza humana― si es que no cambió la misma naturaleza humana.
Este drama es severo ―ha sentenciado Víctor Hugo―. Aún lo verdadero está en él pleno de dudas, lo sincero miente. Nada tan enorme ni tan sutil. En este drama el hombre es un mundo, y el mundo cero. El mismo Hamlet, en plena vida, no está seguro de existir ("¿ser o no ser?" o "¿existir o no existir?", como lo traduce Moratín). En esta tragedia ―sigue Víctor Hugo―, que es también una filosofía, todo flota y duda, y se aplaza, y oscila, y se descompone, y se dispersa, y se disipa: en ella el pensamiento es nube, la voluntad vapor, la resolución crepúsculo, la acción se vuelve en sentido inverso y la rosa de los vientos dirige a los hombres. Hamlet es ―concluye― la obra maestra de la tragedia.
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