Cuando Pablo se despertó aquel sábado, dulcemente exhausto por doce horas ininterrumpidas de sueño y buscó con su brazo la cálida presencia María, solo encontró una tersa sábana fría en su lugar. Abrió los ojos y la luz que se filtraba por las cortinas le hizo entornar los párpados. Escuchó con atención los esperados signos de actividad matutina : ¡silencio! Llamó expectante :
-¿María?
El silencio contestó. Poco a poco fue tomando dolorosa conciencia de lo sucedido la velada anterior. El se había ido a la cama dejándola con los ojos arrasados por las lágrimas. Le había dicho que la quería, pero eso no había sido suficiente para arrastrarla al lecho. Demasiadas decepciones suponía, demasiados engaños.
Se levantó de la cama y registró el pequeño estudio. Primero el cuarto de baño : corrió las cortinas ahuyentando la imaginaria y fugaz visión de María mirándole con la fijeza inexpresiva de un cadáver con el cuello roto que rápidamente fue reemplazado por la imagen de la loza desportillada de la bañera. Entró en la cocina, pero no la vio tumbada en el suelo electrocutada por el tostador. En el cuarto de estar tampoco la encontró colgada del cuello en la lámpara “art-déco”.
Se levantó de la cama y registró el pequeño estudio. Primero el cuarto de baño : corrió las cortinas ahuyentando la imaginaria y fugaz visión de María mirándole con la fijeza inexpresiva de un cadáver con el cuello roto que rápidamente fue reemplazado por la imagen de la loza desportillada de la bañera. Entró en la cocina, pero no la vio tumbada en el suelo electrocutada por el tostador. En el cuarto de estar tampoco la encontró colgada del cuello en la lámpara “art-déco”.
–Te estas poniendo melodramático, piensa racionalmente-, se dijo. Marcó su número de teléfono y salió el buzón de voz. Tras unos instantes de duda, se puso una camisa limpia y salió a buscarla en los sitios habituales: mercado, bar, rastrillo…
Estaba empezando a alarmarse. ¿Realmente habría sido capaz de dejarlo? Tenía que comprobarlo, así que volvió al piso. Su ropa seguía en el armario. Respiró más aliviado. Pero, entonces, ¿Dónde se había metido? No tenía sentido especular con las razones del comportamiento de una mujer, simplemente la esperaré, se dijo. Preparó la cafetera y conectó el pequeño televisor de la cocina. El noticiario mostraba la surrealista imagen de decenas de personas abriéndose paso en la entrada de unos grandes almacenes. Prestó solo una atención fugaz, pero algo hizo que volviera la cabeza de nuevo al televisor: allí estaba María, su cara oculta por unas grandes gafas de sol, pero era ella sin duda. Claro, ¿como podía haberlo ignorado?, ella siempre iba de compras cuando se deprimía, y hoy era el día “D”, hora “H” de las rebajas. Solo esperaba que volviera de mejor humor, quería reconciliarse con ella. Volvió a mirar el televisor. Era ella, sin duda, solo que no entendía qué hacía en la sección de caza y pesca con aquel gran paquete bajo el brazo.
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