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Allá en su granja de Colorado, cuando se aproximaba la primavera, Johnny Goat paraba de vez en cuando el tractor y venteaba el aire con extraña expresión. Todos sabían que a poco desaparecería como todos los años sin decir nada a nadie, para volver dentro de unas semanas con aire satisfecho, aunque lleno el cuerpo de tumefacciones y la piel rasgada por profundos rasguños y heridas, a veces, de alguna consideración.
Numerosos bulos corrían por el pequeño downtown donde los granjeros de la zona se reunían los fines de semana para ahuyentar su soledad y romper la murria cotidiana. Por el salón local, entre el soso ritmo de las baladas tocadas por músicos paletos, se propalaban rumores sobre los enigmáticos viajes de Johnny. Mientras se vaciaban barriles y barriles de cerveza, que en vano trataban de saciar la eterna sed de aquellos campesinos, una fabulosa sed, mayor que la de las doce tribus peregrinando por el desierto, los más extraños comentarios sobre Johnny se escuchaban en los corrillos, que apenas eran capaces de acallar las guitarrerías y estentóreas voces del grupo de texmex, que era lo más celebrado de la fiesta. Al día siguiente, por lo general, nadie se acordaba de nada. La única preocupación era remediar, con escaso éxito, la terrible resaca general.
Un viejo granjero, entre escupitajos de tabaco y tragos de güisqui casero, relataba a quienes querían escucharlo, que Johnny había sufrido un terrible accidente en su niñez. Que estando en el campo con un hato de cabras, el macho le había arrancado de un mordisco un testículo y que el muchacho en venganza le había amputado los dos al viejo chivo con su navaja cabritera. El padre había encontrado a los dos medio desangrados y recogiendo las vísceras y chirajos de carne esparcidos llevó al muchacho al médico del pueblo, que como siempre andaba medio bebido. Y echando un largo trago, para aclarar la voz, tras carraspear largamente y escupir por la comisura de su boca una bosta de tabaco a considerable distancia (era reconocido como uno de los más hábiles de la región en este deporte), midiendo el tempo para aumentar el interés del auditorio, con cara pícara, terminaba: -Dicen que el doctor se confundió y le enjaretó al chico el testículo del macho, cosiéndole la bolsa, y hasta hoy. Claro que el viejo estaba completamente lerdo porque el alcohol y el tabaco habían terminado por infiltrarse en sus circunvalaciones cerebrales, y nadie hacía caso de sus peroratas.
Sin embargo, algunos, no más cuerdos que aquel viejo, aseguraban haber visto a Johnny enfilar con su viejo jeep, adquirido como chatarra en el cercano campamento militar, hacia las montañas Rocosas, donde aseguran que pastaban algunos rebaños de cabras cimarronas.
Anthony Badgrapes
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