De pronto el hijo, elevando la voz, preguntó al padre:
―¿Qué piensas de este destierro?
―Que será largo.
―¿Qué vas a hacer mientras dure?
El padre contestó:
―Miraré al Océano.
Hubo un momento de silencio. El padre replicó:
―¿Y tú?
―Yo ―repuso el hijo― traduciré a Shakespeare.
Durante
el exilio de Victor Hugo en la isla de Jersey, el cuarto de sus cinco hijos, François,
se dedicó a traducir al francés las obras completas de Shakespeare. Y lo que
para el padre comenzó como un prólogo a dicha traducción acabó en el monumental
ensayo sobre nuestra cultura occidental que aquí presentamos. Porque la obra de
Shakespeare representa, junto con la Biblia y pocos libros más, el canon de Occidente (Harold Bloom),
nuestra mentalidad.
En esta época nuestra en
que abundan los escritos científicos en el marco de una metódica y quizá tan
excesiva como necesaria especialización, el ensayo parece un género desprestigiado
por esa falta de rigor de que a veces puede adolecer comparado con la obra
estrictamente científica, tiranizada, en ocasiones hasta el absurdo, por un
culto sacralizado al dato. Y es cierto que no puede compararse el rigor del
trabajo científico con la libertad e imaginación destilada en los mejores
ensayos, por supuesto. Pero eso y no otra cosa es el ensayo: la libre reflexión
del pensador, del filósofo, del intelectual, sobre los asuntos cardinales de
nuestra existencia: desde Platón a Derrida, pasando por Montaigne quien, con
sus Essais, asentó el nombre y las bases
de este género literario.
En todo caso no debe
olvidarse, y los científicos deberían también reflexionar sobre esto, que
muchos de los mejores hallazgos de nuestra civilización son y han sido fruto de
imaginaciones y fantasías, y de hipótesis, pruebas o ensayos muchas veces extravagantes cuando no verdaderamente
absurdos. O fruto de mentalidades o mentalizaciones a menudo más propias del
artista que del científico. Y valga como muestra la figura de Ramón y Cajal,
uno de nuestros grandes científicos: hombre de verdadero talento creativo, a la
par que riguroso.
Pues bien, el lector se va
a encontrar aquí con la reflexión en voz alta hecha, no sólo por un gran
pensador, no sólo por un hombre sabio, sino, sobre todo, por un genio. Esto es el Shakespeare que presentamos: la reflexión de un genio sobre otro y
otros genios, el análisis y disección de lo que el genio es y representa en
nuestra civilización. No espere, pues,
una biografía detallada y científica del gran dramaturgo inglés: confórmese y
disfrute de una profunda reflexión sobre nuestra cultura occidental, hecha por
un genio. Y un genio, es o suele ser un
entusiasta, a quien todo le provoca. Él mismo nos lo dice:
Por esta razón he escrito el presente
libro. Admiro y soy entusiasta. Antójaseme que en nuestro siglo no está de más este
ejemplo de estupidez.
No esperéis, por lo tanto, crítica
alguna. Admiro a Esquilo, y a Juvenal, y al Dante, en masa, en conjunto, en una
pieza. No me burlo de los grandes bienhechores de la humanidad. Lo que vosotros
decís que es defecto, yo digo que es acento. Me enseñan, y pago con la
gratitud. No heredo las maravillas del espíritu humano a beneficio de
inventario. Al Pegaso regalado no le miro las bridas. Una obra maestra es la
hospitalidad, y cuando me refugio en ella, entro con la cabeza descubierta y
encuentro hermosa la fisonomía del que me ofrece abrigo. Por ejemplo, en
Guilles Shakespeare, admiro a Shakespeare y admiro a Gilles. Acepto a Falstaff
y admiro el vierte el orinal (empty
the jordan). Admiro el grito insensato,
¡una rata! Admiro los juegos de palabras de Hamlet, admiro las crueldades de
Macbeth, admiro las brujas, «el espectáculo ridículo», admiro the buttock of
the night, y admiro el ojo saltado a Glocéster. Así soy yo de simple.
Prepárese, pues, el lector para este viaje hacia las entrañas de Europa. Disfrute escuchando y aprendiendo y, sobre todo, motivándose para ampliar conocimientos nuevos sobre el núcleo del que dimana ese esquema mental que, sin darnos cuenta, impregna y preside la mayor parte de nuestra forma de ser y de estar.
Es toda una satisfacción presentar este imponente trabajo de Victor Hugo, el intelectual francés que,
después del propio Shakespeare, ha
generado ―en palabras de Mario Vargas Llosa― más estudios literarios, análisis filológicos, ediciones críticas,
biografías, traducciones y adaptaciones de sus obras en los cinco continentes.
Estudio que editamos en la traducción de otro entusiasta: Antonio Aura
Boronat. Y baste leer su propia introducción, Al lector, para contagiarnos también de su pasión.
Además, y para hacerlo más
asequible, hemos añadido de nuestra propia cosecha un centenar y medio de
apuntes curiosos o anotaciones aclaratorias. Por supuesto hemos puesto a pie de
página la traducción de todas las citas en latín, además de alguna en inglés.
Esperamos finalmente haber conseguido una edición digna de tamaña obra.
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