viernes, 29 de octubre de 2021

UNAS GAFAS PARA EL SOL (Antonio Envid)

Foto: sgs

Era el último día de estancia en Berlín, un domingo por la mañana, casi todos los congresistas habían marchado ya. Tras las intensas sesiones del congreso de optometría decidimos pasar unos días de estancia en la capital sin tener especiales ocupaciones. Esa mañana la empleábamos en curiosear por el mercado de pulgas de Mauerpark, nos habían dicho que allí podríamos encontrar verdaderas gangas. En uno de los puestos se vendían gafas de todos los precios, épocas y estilos, desde ejemplares del siglo diecinueve, incluso anteriores, hasta modelos de ayer, todo un paraíso para un óptico profesional, de modo que olvidando al grupo me sumergí rebuscando en ese maravilloso universo. Una tentación ineludible, poder contemplar y manosear tantos artilugios y comprobar como un simple instrumento para corregir un defecto de visión había adoptado, en el trascurso del tiempo, formas tan variadas, monóculos, quevedos aprieta narices, lentes que se plegaban ingeniosamente para ocupar un espacio increíblemente reducido, sencillas y funcionales gafas, otras, en cambio, escandalosamente lujosas luciendo piedras preciosas incrustadas en monturas de metales nobles.

Desgraciadamente mi presupuesto era limitado, pero de pronto me llamaron la atención unas viejas gafas de la casa Zeiss. Para el profano no aparentaban tener especial interés, pero para un experto se revelaban como unos ejemplares de los años treinta del siglo pasado cuando esa era la mejor marca de lentes del mundo. Unos espejuelos tintados sobre una montura de concha, se hallaban en muy buen estado y hasta conservaban el estuche original con los anagramas del fabricante. Un breve regateo con el vendedor y las lentes eran mías por un precio muy razonable.

De vuelta a casa me faltó el tiempo para contemplar mi hallazgo, aprecié detenidamente el estuche de suave y excelente piel y observé con detenimiento la montura de carey, no presentaba grietas ni escoriaciones, hoy es difícil encontrar monturas de carey auténtico, han sido sustituidas por las de pasta sintética, que aunque logran un gran parecido y son más prácticas y resistentes al paso del tiempo no son del material orgánico original.

Cuando salí a la calle mostrando cierta coquetería de proteger mis ojos con una pieza de colección observé atónito como el paisaje cambiaba, a través del tinte de estos anteojos la calle aparecía como en una película en blanco y negro, algo sepia, pero, además, mi conocida avenida se había trastocado en una calle totalmente ignorada por la que transitaban una multitud de personas de triste aspecto y desanimados movimientos en un ambiente angustioso, algunas eran apaleadas por quienes parecían guardias del orden, que con garrotes trataban violentamente que aligeraran el paso, se veían cuerpos de enfermos o moribundos en el suelo ante la indiferencia de los concurrentes, seres famélicos, niños solitarios que lloraban desconsoladamente, un ominoso paisaje urbano. 



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