Bien está, Carlos de Francia, lo bien hecho.Placer de dioses cuando, como Vos,El Bien se hace en Leyes y en Derecho,Con esa sencillez de cada díaDonde pone, la lírica de Dios,Cotidiana y perfecta poesía.
(De un poeta a otro)José Manuel Lozano Gracián, diciembre 1981
En memoria de los abogados y literatos Eduardo Valdivia y José Manuel Lozano (Carlos de Francia)
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n alguno de mis encuentros con nuestro ilustre compañero José Mª Valdivia, ya fallecido, cuando a primeras horas de la tarde coincidíamos camino de nuestros respectivos despachos, le prometí o quizás le comenté simplemente que un día trataría de publicar la reseña de la obra de su hermano Eduardo, abogado ejerciente durante una década, cuyo quehacer primordial, no obstante, fue la docencia como catedrático de Enseñanza Media y su pasión por la literatura.
Licenciado en Filosofía y Letras y Derecho, una vez ganó la correspondiente oposición, fue destinado al Instituto de Teruel como profesor de geografía e historia, impartiendo después y sucesivamente esa materia, entre otros en los Institutos de Santa Cruz de Tenerife y Soria, hasta su muerte ocurrida en el año 1972.
Durante su
etapa universitaria en Zaragoza, formó parte de la tertulia del CAFÉ NIKE, sede
de la Oficina Poética que había fundado e impulsaba Miguel Labordeta, sucesora
de la que fundara Santiago Lagunas años antes en los Nuevos Espumosos.
Cofundador
de la editorial Javalambre, Eduardo Valdivia colaboró en varias revistas literarias,
y en 1966 fue nombrado académico correspondiente de la Real Academia de San
Fernando, recibiendo en el año siguiente la Encomienda de la Orden de Alfonso X
El Sabio.
A la vez
dedicó sus esfuerzos, entre los años 1950 y 1960, aproximadamente, a la gestoría
administrativa y al asesoramiento y defensa jurídicos como Letrado inscrito en
nuestro Colegio.
En este punto quiero expresar mi agradecimiento a su sobrino y compañero Juan Pedro Valdivia Ramiro por la localización de referencias y artículos que me han servido de estimable orientación.
Conocí a
Eduardo Valdivia, el mayor de los hermanos de CASA PARDO, de Robres (Huesca), a
través de su esposa, la bilbilitana Inmaculada Pablo, aunque no establecí con
él relación profesional ni amistosa. Pero después de su fallecimiento, ocurrido
a la temprana edad de 43 años, tuve oportunidad de entrar en conocimiento de
sus obras literarias y quedé impresionado por sus excepcionales dotes de
narrador.
Con José
Manuel Lozano Gracián, oriundo de Sabiñan (Zaragoza), mantuve una larga amistad
de la que guardo grato recuerdo. Tengo dedicados todos los libros de poemas que
publicó y que me hizo llegar puntualmente.
Los lazos
de esa amistad se extendían a sus hermanos, José Luis y José Alfonso, abogado y
procurador de los Tribunales, con quienes colaboré durante muchos años. En la
actualidad, ejerce la abogacía como miembro del Colegio de Zaragoza su hijo
José Manuel Lozano Martín, a quien expreso mi reconocimiento por los datos
biográficos y de todo tipo que me ha proporcionado.
José Manuel
Lozano compartía sus dos grandes quehaceres, la abogacía y la poesía con
envidiable armonía, ejercitando ambas brillantemente hasta su fallecimiento en
el año 1992.
José Manuel
empieza a escribir poesía en el año 1979, cuando publica “Perdonadme por haberos olvidado”. En años sucesivos van
apareciendo “Varado en ti cigarra”
(1982), “El esfuerzo final de la palabra”
(1985), etc; con las que consigue el primer premio del V Concurso Nacional
Poético Montler, el premio Biblioteca Atlántica de Poesía, el II Premio de
Poesía Ciudad de Calatayud, un Accésit del Premio Isabel de Portugal de Poesía,
etc.
Tanto en la
obra de Eduardo como de José Manuel quedó plasmada la huella de su formación
jurídica, y particularmente la de aquellas instituciones en las que el Derecho
afecta más directamente al individuo.
Ambos se
sintieron atraídos por la voz de la Tierra, entendida esta como valor esencial
conseguido con el esfuerzo del hombre y que el hombre defiende en todos los
ámbitos con la emoción de haberla heredado de sus padres, o ganado con su
esfuerzo, y la ilusión de mantenerla para sus hijos.
Los
personajes de sus creaciones literarias se inspiran en ese mundo elemental de
sentimientos de justicia y propiedad, que albergaba el campesino, de ser dueño
sin límites no sólo del terreno de sus fincas, sino también de todo lo que
había por encima del suelo, hasta el cielo, y por debajo del suelo, hasta el
infierno.
No en vano
estaban influenciados por el paisaje, las costumbres y las tradiciones, el
primero de ellos de la estepa monegrina y el segundo de los feraces huertos por
los que serpentea el río Jalón.
El relato
corto fue la especialidad de Eduardo Valdivia. Entre sus títulos merecen
destacarse “El espantapájaros y otros
cuentos”, primera de sus publicaciones, “Cuentos
de Navidad”, “Noche de Velatorio”, “Los peces de Colores y el pisador de
sombras”, pero sobre todo “Las cuatro
estaciones”, que forman un conjunto de narraciones cuyo principal personaje
es el campo, transcendiendo a los demás personajes el alma de los secanos
aragoneses.
En estos
relatos se defiende la vida frente a la coacción para el aborto, el amor por
los animales que son compañía y parte esencial en la vida del agricultor, la
vida de quien muere con honor, frente a la muerte de quien vive sin soñar, y la
esperanza de la primavera a pesar de las desgracias presentes.
En su
faceta de narrador es más conocido, no obstante, por su novela “Arre Moisés”, una visión tierna y
humorística de nuestra Guerra Civil de 1936-1939, obra finalista del Premio
Alfaguara de Novela del año 1972 y en la que los críticos encuentran
desarrollado el estilo de realismo mágico o fantástico.
Efectivamente, el protagonista de la citada novela, Mosén Alberto, cura de aldea ―debilitado sin duda por el hambre y la miseria de la guerra― una veces ve prodigios, que son auténticas alucinaciones, como por ejemplo florecer un zarzal o volar un cuervo verde, y otras veces profiere cantos a la naturaleza o muestra el sentimiento del paisaje cuando exclama: “Despuntó el alba, el horizonte fue tiñéndose de rosa, cantó la primera alondra, despertaron miles de pájaros alborotados, chirriaron cigarras, y el disco de la mañana apareció en el horizonte pintando los campos de amarillo”.
En su obra “Las cuatro estaciones” escribe: “En el centro de Aragón hay una estepa, seca
y asolada en el verano, de invierno frío y triste, donde apenas ríe la
primavera y escasamente humedece el aire las nubes. Son estériles labrantíos
para hombres duros como la vida misma, que miran al cielo y esperan casi
siempre en vano; hombres resignados con la suerte porque ignoran la causa de su
desdicha y han perdido hasta el recuerdo de otras épocas de mayor ventura. Pero
son los hijos de los hijos de otros hombres, que tal vez, si pudiesen hablar,
contarían el origen de tanta miseria”.
En cuanto a
José Manuel Lozano, sus poemas muestran la influencia en él de la naturaleza y
sus fenómenos. Canta a la lluvia, a la semilla en tierra, al aire, a las
estaciones, etc.
Y además,
se atisba en sus palabras el presentimiento y significado de la muerte.
Al igual
que el epigramista Marcial, de suyo próximo y comarcano, bajo los mismos
destellos de Bilbilis, siente asombro de la infinita belleza del Moncayo y
escribe: “Surge Moncayo, intacto, de las
sombras, coronadas tus sienes por el día, el sol es, en el párpado del alba,
una pupila inmensa que te mira”.
En otra
ocasión sueña con el río y en uno de sus más logrados poemas exclama: “Yo sueño un río azul ―río entre ríos―
para hacerlo palabra de mis palabras; y me sueño en azul y me hago río, y sueño
con hacerme verso azul en los versos azules de sus aguas”.
Refiriéndose
a la presentida muerte escribe: “Ven
muerte a conseguirme, no me temas, yo te espero a pie firme, sujetando la pluma
que suspira, que rebosa sangre de poemas…”
Y dedica a
la playa de Zarauz, donde veraneaba, el siguiente poema: “Ha granado mi avena, al caminar, y es tuyo el tiempo virgen que perdí,
playa serena. Cuando me haya cansado de llorar los versos de mi pena, vendré de
nuevo a ti, balcón del mar, para escuchar tu recital de arena”.
Pero lo más
gratificante para mi respecto a José Manuel Lozano fue la dedicatoria de su
libro “Perdonadme por haberos olvidado”
que reproduzco mediante fotocopia del original.
Carlos de Francia
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