The Passion of the Western Mind de Richard Tarnas, que ha sido traducido al español como “La pasión de la mente occidental”, es un manual de la historia del desarrollo del pensamiento de la cultura occidental y es de lectura obligatoria en varias universidades norteamericanas. En una amplia nota, el autor trata de explicar por qué no puede usar el lenguaje inclusivo (pretendido lenguaje, digo yo) en su libro, ya que desnaturalizaría el pensamiento de los autores que cita, incluso haría la obra ininteligible. Comienza diciendo en su nota: “Puesto que la cuestión del género es hoy especialmente significativa y afecta al lenguaje de este libro, resulta pertinente un comentario introductorio”. Continúa asegurando que considera injustificable que un escritor use en nuestros días la palabra “hombre” para referirse a toda la especie humana, ya que ello implica la exclusión de la mitad femenina de la especie, pero que resulta necesario usarla para exponer el pensamiento occidental desde los griegos hasta hoy, ya que la tradición intelectual ha sido inequívocamente patrilineal; que todos los lenguajes importantes en los que se ha desarrollado la tradición intelectual se ha desarrollado sobre palabras masculinas, y pone varios ejemplos como anthropos en griego y homo en latín. En fin, tras muchas lucubraciones reconoce que cada lengua tiene sus propias convenciones gramaticales, que diferentes palabras en diferentes contextos sugieren distintos grados de inclusión, pero el autor continúa su larga perorata para disculparse de la utilización de términos como “hombre”, “hombre moderno”, “el puesto del hombre en el cosmos” para referirse a toda la humanidad.
Algo muy importante está ocurriendo en EE. UU. con la destrucción de muchas de las convenciones de su idioma para que este filosofo vea necesaria una nota tan larga para disculparse por seguir usando las expresiones tradicionales sin ser acusado de machismo. Acusación tan grave hoy, como en tiempos la de herejía, que puede arruinar la más brillante carrera y arrastrar al acusado a una pira intelectual.
El sustantivo inglés “gender” se usa hoy con el significado de enunciar a los dos sexos (hombre y mujer), especialmente cuando se refiere a sus diferencias sociales y culturales por razón del sexo, según creo leer en el traductor de Google, que por lo demás es un traductor francamente bueno. Por otra parte, el diccionario de Oxford informa de que no ha sido hasta mediados del siglo veinte que el término “gender” haya llegado a tener el significado de “estado de ser hombre o mujer”, o sea, un sentido biológico y no su tradicional sentido gramatical. Ese término, nos dice, proviene del francés antiguo “gendre” y no se introdujo en el inglés hasta el siglo XIV, pero con un uso gramatical, para designar, como en otros idiomas, latín, griego, alemán y otros, el carácter masculino, femenino o neutro de una palabra.
Por imitación de esta corriente norteamericana, aquí, los políticos (¿debería decir los políticos y las políticas?), sobre todo una izquierda muy moderna y muy ignorante ha introducido con fervor un ininteligible “lenguaje inclusivo”, que terminará con la desigualdad secular contra la mujer por “razón de género”. Esta progresía, que elude los graves problemas reales que padece nuestra sociedad y se ocupa de defender “valores imaginarios”, en expresión de un ministro lituano, atormenta nuestros oídos con machaconas repeticiones en sus hueros discursos: “compañeros y compañeras”, “ciudadanos y ciudadanas”, y así hasta el infinito, y lo que es más irritante, cambia los sustantivos referidos a las personas terminados en “o” por una terminación en “a” cuando se refieren a las mujeres, llegando a situaciones que mueven a la risa, como cuando una ministro comunista –ministra comunista, me suena tan mal como, ministro comunisto – Yolanda Díaz, la musa de esa izquierda casposa, nos incita a que dejemos de usar la palabra “patria” y la sustituyamos por “matria”. Olvida la culta ministro la arraigada y patriótica expresión de “madre patria”, con que venimos designando a nuestra querida España.
La Real Academia no ha sucumbido todavía a aceptar esta moda tan destructiva para nuestro idioma –todavía podemos leer a Cervantes en su escritura original, sin necesidad de traducir a la lengua moderna como les ocurre a los ingleses con su Shakespeare– y sigue diciendo que ´para designar la condición orgánica, biológica, por la cual los seres vivos son masculinos o femeninos, debe emplearse el término sexo´, y reservar “género” en su sentido gramatical, para referirnos a la ‘propiedad de los sustantivos y de algunos pronombres por la cual se clasifican en masculinos, femeninos y, en algunas lenguas, también en neutros’ y considera inadmisible el uso de esta palabra como mero sinónimo de sexo (Diccionario panhispánico de dudas). Esperemos que siga imperando el sentido común en esta venerable institución frente a tanto ignaro para conservar la salud de nuestro idioma.
“El Gobierno nombra a la segunda general del Ejército, muy ligada con Zaragoza”, titular del Heraldo de Aragón de hoy. Estos “moñas”, sin embargo, desechan el uso arraigado de la forma femenina para determinados oficios o profesiones, como la palabra “poetisa”, prefiriendo hablar de “poeta”, aunque se refiera a una mujer, y tampoco aceptan “generala” cuando este puesto es ocupado por una señora, sin embargo, modifican el participio activo del verbo presidir, “presidente”, cambiando la e por una a, cuando quien preside es una señora, olvidando que los tiempos verbales carecen de género.
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