martes, 19 de septiembre de 2023

AL ABRIGO DE MOEBIUS (Antonio Envid)




Manolo vuelve a contarme su “aventura”. Me la ha contado varias veces, pero no quiero herir su sensibilidad, algo excitable tras ese suceso, y lo escucho como si fuera una novedad para mí.

Esa mañana de principios de agosto – me dice – salí al campo con el perro convenientemente atado con la correa, para no molestar la caza. El perro iba de mal talante, como me veía sin escopeta sabía que era una caminata inútil. Yo más bien salí por no quedarme en el pueblo, que ya sabes, terminas en el bar escuchando las mismas cosas de siempre y las bromas sin gracia, aunque la excusa era que iba a comprobar cuántas codornices habían llegado ese año, y cuando comenzaría la media veda. Una excusa como otra cualquiera, porque soy cazador por rutina, por seguir la costumbre, por los almuerzos con la cuadrilla, a ver si me entiendes.

Habíamos salido tarde y el sol comenzaba a caer de plano cuando llegamos al barranco. Es un barranco seco, por estas tierras monegrinas no llueve nunca, pero cuando lo hace, en media hora cae lo de todo el año y entonces el barranco parece el Nilo. Yo, estaba agobiado por el justiciero sol, caía a plomo, como si un puño cruel nos aplastara contra la tierra. El perro me lanzaba miradas suplicantes. Sobre el barranco hay un puentecillo para pasar a la paridera del otro lado cuando el barranco lleva agua, traspasamos el puente y el perro se lanzó debajo de él en busca de algún frescor y una sombra piadosa. Total, que pasamos el puente, descendimos por debajo de él y lo volvimos a traspasar. Recalco esto porque es importante, ya lo verás.

No le interrumpo, me sé de memoria el suceso, sólo cabeceo de vez en cuando en señal de asentimiento y para que crea que lo escucho con atención, ya dije que últimamente Manolo está muy susceptible.

De codornices, no vimos ni una, estarían cobijadas en los tomillares, por la alta temperatura. El perro echaba el bofe, pobrecico, y yo, agobiado por el sol y el calor. Nos dimos la vuelta y para casa.

Hace una pausa, me mira con fijeza para resaltar la importancia de lo que viene a continuación.

- Cuando llego a casa me doy cuenta de que uso la mano izquierda en lugar de la derecha, como si fuera cucho ¿entiendes? ¡Mi mano izquierda es ahora mi mano derecha! El perro, igual, le digo que tire por la izquierda y echa por la derecha, y al revés.

Ahora viene la explicación, me contará lo del maestro.

- Un maestro que estuvo en el pueblo y que era muy leído, me explicó que me había ocurrido el fenómeno de Moebius. Sí, Moebius, me apunté el nombre para que no se me olvidara. El sol nos había aplanado a los dos, al perro y a mí, nos convirtió en seres bidimensionales y transitamos por un mundo de sólo dos dimensiones, como el anillo de Moebius, en el que arriba y abajo, derecha e izquierda carecen de sentido. Si caminas por este mundo, me dijo, terminas por llegar al punto de partida, pero invertido, tu izquierda ahora es tu derecha. Al pasar y traspasar el puente habíamos transformado nuestro espacio en una cinta de Moebius, y al volver a casa, nuestro punto de partida, se había transformado nuestro cuerpo sin nosotros darnos cuenta, y nuestra parte derecha ahora era la izquierda, En fin, un lío. Desde entonces ya no sé qué votar, porque no distingo a los partidos de derechas de los de izquierdas, me parecen lo mismo, no los entiendo. ¡Ahora! Me tranquiliza algo ver que muchos de mis paisanos han debido sufrir el mismo fenómeno de Moebius, ya no se reconocen con estas derechas ni con estas izquierdas, que no son como las de siempre, y votan al buen tun tun.


Antonio Envid

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