SGS
El Club Bilderberg o cualquier club de gays, tanto da. Ambos tienen en común su naturaleza cuantitativa: son minoritarios. La diferencia fundamental es cualitativa (amén de los fines que cada uno persiga, claro): el primer colectivo está integrado en el sistema y, además, con enorme poder económico y político. El segundo, históricamente, ha estado marginado y no ha tenido poder económico (insisto: históricamente). Ahora bien, aun con diferentes objetivos también tienen en común –al menos- uno: imponer a la sociedad sus principios; en definitiva: poder. Se trata de los denominados “grupos de presión”. También lo son la Iglesia, la patronal y los sindicatos y muchos otros colectivos. Lo malo es cuando un grupo de presión se convierte en conspirador. Palabras mayores (o ridículas, en estos tiempos).
Pero a lo que voy: a mí me da igual que ZP, a título personal, vaya a donde le venga en gana y se reúna con quien le parezca. Faltaría más. Es su vida privada y como cualquier hijo de madre tiene derecho a ella. Lo que me preocupa es que nuestro sistema democrático logre garantizar que el Presidente de Gobierno ejerza su mandato sujetándose a la Ley y que esta Ley se ajuste a principios democráticos. Esto es lo fundamental: en su casa, lo que quiera; en el cargo, sometido a la Ley. Y ello por muchas contradicciones que se detecten entre su vida pública y su vida privada. Tales contradicciones, si se dan, no pasarán de ser una incoherencia mental, extraña y hasta peligrosa, claro, pero si públicamente no se le puede reprochar nada, es que no se le puede reprochar nada. Punto. Digo esto porque el tal Club o Conferencia de Bilderberg se fundó, precisamente, para paliar la visión antiamericana, antiyanqui, en Europa, de hecho su objetivo fundacional fue establecer sólidos lazos de política común entre Estados Unidos y Europa en oposición a Rusia y al comunismo; y, claro, no deja de sorprender que nuestro ínclito Presidente acuda ahora a este club –siquiera como mero invitado y por mucho que los tiempos hayan cambiado- cuando nadie ha olvidado su famoso desplante a la bandera americana. Qué cosas, por lo demás, pues el poder, que siempre vuelve si no conservador al menos prudente y comedido a quien lo ejerce, no ha podido con este hombre. ¿Habrá que aplaudirle por ello?
Insisto, la cuestión es que como Presidente sea recto y se ajuste a la Ley. Porque presiones externas siempre las tendrá; y no sólo de potentes organizaciones supuestamente conspiradoras sino hasta de su propia suegra, si es que la tiene, que lo ignoro y ni me importa. Por cierto: toquemos madera, porque el último Bilderberg, el del 2009, se celebró en Atenas y a los pocos meses Grecia entró en bancarrota… ¿Casualidad, previsión o… -¡tachán!- “cons-pi-ra-ción”? Por si acaso, protejámonos los ciudadanos de a pie con un sólido sistema democrático.
En fin, el problema, pues -vuelvo a insistir-, surge si el Presidente, al gobernar, intenta imponer esos criterios por los que, eventualmente, ha sido contaminado o incluso seducido y, además, el mecanismo jurídico (el estado de Derecho) se lo consiente. Si eso ocurre es que la democracia –de haber existido alguna vez- se ha ido al garete. Así de claro. Más allá de todo esto, el Presidente, como cualquier otro poder público, en el ámbito privado, que haga lo que le venga en gana. Estaríamos buenos: tenemos poco con nuestros problemas y los de los nuestros como para ocuparnos de los de los demás por muy presidentes que sean.
Lo dicho, Rodríguez Zapatero, en su vida privada, como si se calza un cilicio o un wonderbrá.
(El Comarcal del Jiloca,
11/06/10)
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