Por el gesto, Casanova
Por el porte, Quasimodo
En conjunto, el Marqués de Carabás
Si uno es guapo y va de guapo, te dices: bueno, bien, es guapo, pero un poco tontorrón. Si uno es listo y va de listo te dices algo parecido y llegas a la conclusión de que tampoco será tan listo. Y si uno tiene una enorme cultura y va de culto, te dices sin más que es un pedante.
Lo malo es cuando un feo va de guapo porque entonces además de feo es también imbécil. Y si es tonto o tiene una atroz incultura con la que se podrían llenar miles de volúmenes de un nuevo espasa y va de listo, entonces te dices que no es culto ni pedante sino simplemente un soberano idiota.
La raíz de todo está en la ignorancia (más bien en la idiotez), muy atrevida ella como dice el refrán. El ignorante y el tonto llevan su oquedad y estulticia hasta extremos insospechables. Tanto, que conviene mantenerse alejado de ellos. Y de tener problemas con alguien mejor con los listos, únicos con los que conseguirás salidas airosas y hasta podrás combatirlos con mayores posibilidades de éxito. Porque el listo es predecible, se le ve venir, actúa con sentido común y con inteligencia, y la inteligencia y el sentido común siempre son previsibles. Al idiota, en cambio nunca lo ves venir. El idiota siempre te sorprende. Su imprevisibilidad desconcierta y no hay forma de moverle de su sitio –de su insensata postura - ni a empujones. Su idiotez le impide ver las ventajas de la concesión y los inconvenientes de la intransigencia. Y como dispara a lo loco como un mono con una pistola, dando sólo palos de ciego, no te deja otra opción que eliminarlo, aplastarlo. O tú o él, no hay término medio.
Así, pues, feo que va de guapo necio seguro. Porque si fuera listo sería consciente de su fealdad y del espanto que le añade la fatuidad. Pero cuando la imbecilidad llega a límites insospechados, como digo, el tonto no es que no se crea tonto sino que –además- se ve sumamente listo, incluso versado.
Son, pues, los tontos garantía de emociones. Y no sólo malas, que también puedes reirte un montón y hasta divertirte con ellos. Y la risa es la mejor terapia contra la crisis. Tanto que la insulsez está en la raíz de la depresión, de hecho la ausencia de grandes humoristas no es culpa de la crisis sino al contrario ésta de aquella: la falta de gracia, la falta de ingenio siempre ha sido letal. Pero, bueno, al menos estos tontos tan tontos nos procuran cierto divertimento. No ya sólo por el engolamiento, los estiramientos de cuello, las miradas de soslayo y los rictus de sublimidad con que nos obsequian, no, es que además, además… dan saltitos. ¿Se han fijado? Sí: saltitos. Bueno, en realidad, más que saltitos amagos de saltitos porque las puntitas de los pies (de los zapatos más bien) no llegan a separarse nunca del suelo. Es como si nos advirtieran: cuidado que me elevo, me elevo, pero pisando suelo, ¿eh? Brinquitos, sí, acompañados de un giro de cuello dilatado, la barbilla alta, señalándote, apuntándote más bien. Y cuando crees que el show ha terminado, cuando piensas que el sopor vuelve a reinar, entonces bajan vista y barbilla, clavan su mirada deslumbrante en la tuya y, sentando cátedra, dicen cosas como “cuanto más se bebe menos sed se tiene”, o -no se rían, que es verdad- “aunque parezca fácil no es difícil”; y, ya el colmo: “si a nosotros nos votan más que a los otros, ganaremos las elecciones; pero si les votan más a ellos, ellos serán los vencedores”.
Y luego vas y les votas y, es verdad, ¡ganan! aquí –como decía aquél-, aquí y “hasta en Piquín”.
(El Comarcal del Jiloca
20/08/10)
Algo del artículo me ha traído a la memoria, ese de 'lo malos tontos me libre Dios, que, de los listos me libro yo.
ResponderEliminarPues a mí me ha parecido la viva estampa de Pepiño...
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