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Cuatro cosas
con motivo de la Presentación del Libro
Esta sombra no
es mía
Me vais a permitir cuatro cosas. Y digo permitir, a
conciencia. Pues estas cuatro cosas, traídas aquí a contrapelo, son más bien
retales de ideas, exabruptos nada claros, pues como mi sombra, en mi cabeza
andan confusas y enmarañadas.
Primera cosa
Nunca mi agradecimiento estará a la altura de vuestra
honrosa presencia con motivo de la presentación de estas dos fanegas de
cuentos. Exactamente 112. Como el número del teléfono de emergencia. Como
ciento doce son las casas de un pueblo de no sé donde, o los ciento doce saltos
que tuvo que dar la zorra de Esopo hasta autoengañarse de que las uvas estaban
verdes. No es mía la iniciativa de la presentación de este libro, sino de un grupo
de amigos. Entre la generosidad adelantada de este grupo de compañeros y mi
correspondencia debida, un gran trecho me separa, una deuda difícil de saldar.
No es este 112 un número intencionado, misterioso, sino
fruto de la casualidad, como la vida misma, como un arroz con leche a punto, o
los 23 pares de cromosomas de nuestro cuerpo. Sólo a partir de su existencia es
cuando las cosas recuperan el misterio. Lo invisible a través de lo visible es
perceptible al ojo.
La
segunda cosa
Una cita de Ciorán: Un libro, no es sino la pérdida de la
inocencia. Y este indecente atrevimiento, tampoco es de mi incumbencia, que
se lo debo a Servando Gotor. Como editor de Lecturas Hispánicas, este hombre
fue el que me propuso desnudarme delante de cualquier lector que osara fijar
sus ojos en la sombra de estos cuentos, aún a riesgo de quedar ciego.
Este libro tiene las letras muy grandes. Y la vista, digo yo, sufrirá más por
tanto. Que entre grande y pequeño malo, me quedo con el mal menor.
Y digo sombra. Hubiera dicho mejor luz, pero es lo mismo. A
estas alturas del cuento de mi vida confundo tanto estos dos conceptos, que ya
no sé lo que es blanco ni negro. Que tanto monta. La sombra siempre lleva el
sol a cuesta. Y lleva razón Ciorán. Escribir es despelotarse, perder la
vergüenza, querer tanto que a uno lo vean vestido de letras que prefiere ser
uve o zeta más que él mismo en persona. ¡Que ya es decir!
Tercera
cosa
El por qué del título del Libro: Esta sombra no es mía.
¡Ay si yo supiera analizar el sentido de: Esta sombra no es mía! Frase
que ni siquiera es mía que se la cogí a rodeón a Miguel Hernández de su Elegía
Primera con motivo del asesinato de García Lorca:
Como si paseara con tu sombra,
paseo con la mía
por una tierra que el silencio alfombra
paseo con la mía
por una tierra que el silencio alfombra
que el ciprés apetece más sombría.
A lo largo de la literatura, por no decir de la historia,
todos aquellos que abominaron de su sombra se vieron privados de su
luminosidad. Fausto, Jekyll y Hyde, Dorian Gray. Y por no caer en sus errores,
quise con estos cuentos hacer las paces con la piara de yoes que llevo dentro.
Y quise a través de la escritura sacarlos a flote. Hice un pacto con los dioses
de la escritura. Ellos me ayudarían a perpetuarme en otras historias, y a
cambio yo les entregaría mi vida ya vivida. En un principio disfruté con nuevas
y estrenadas existencias. Y así mientras que jugaba en estos cuentos a ser Paco
Pijo, María del Olvido, Akhenaton, Cordelio Caprino, Percherito, Doña Celsa...
fui feliz.
Pero el otro día, en las fiestas de primavera fui con
Maricarmen a tomar unas tapas a la barraca del Azahar. Y allí, junto a nuestra
mesa, dos muchachas hacían tiempo esperando a otra persona. Y de pronto
apareció un joven fornido, de mentón pronunciado, brazos desnudos, nariz
perfecta, ojos gitanos. Este muchacho ceñía el tronco de su hermoso cuerpo con
una vistosa camisa de superman. Y me resultó tan ridícula su atrevida
vestimenta, que de pronto toda su belleza se me vino abajo. Basta colocar
encima de nuestra natural hechura cualquier disfraz para afear toda nuestra
fisonomía.
Y fue a partir de este incidente, cuando me pregunté si el
pacto hecho con aquel Mefistos de la creación literaria, acaso no fuera un
timo. Y el jueguecito del vamos a contar mentiras de los cuentos, también lo
puse en entredicho. Las liebres no corrían por el mar, ni por el monte las
sardinas. Así que me dije: Virgencica mejor que me quede como estoy.
Y para aclarar esta tercera cosa aquí traigo el relato de
una experiencia de la que un día fui testigo.
Última
y cuarta cosa
Era muy mayor, y estaba ya muy enferma. Tan sólo le faltaban
dos meses para morir. Una tarde, una joven amiga fue a visitar a esta anciana.
La joven atravesaba momentos difíciles, hastiada estaba de su vida. De pronto
vi como la muchacha se acostó junto a la mujer. Y casi con unción divina la
muchacha empezó a acariciarle la cara. Desplegaba una de sus manos por su
frente como absorbiendo sus pensamientos, como si quisiera robarle el alma. Una de las
veces, arrimó su cabeza a la suya, y con delicadeza la puso sobre el hombro de
la mujer mayor. Luego buscó su mano por debajo de la sábana, y mano con mano,
con los ojos cerrados, las dos estuvieron así un buen rato. La anciana se
extrañó. La muchacha siempre que había ido a visitar a su amiga había sido
amable, pero no de manera tan efusiva. La muchacha al notar un cierto rechazo,
le dijo a la anciana:
-
Tranquila, mujer, que no es lo que se piensa, tan sólo quiero
proponerle un trato: ¿cambiaría usted su vida, sus ochenta y cuatro años, por mis
treinta y cuatro recién cumplidos?
Y no hizo la muchacha la pregunta como un cumplido. Habló
con la sinceridad de quien está harta y desesperada al ver la paz de la
anciana en sus ojos y en su cara . Su propuesta era descaradamente
una transacción en toda regla. A cualquiera mujer de la edad de la mujer
mayor, le proponen oferta tan ventajosa y no se lo piensa dos veces: reducir
sus años a la mitad, recobrar sus energías, adiós a tener que ir a
hemodiálisis tres veces a la semana. Pero no, la anciana, se incorporó de
la cama y esto es lo que le dijo a la joven:
-
Ni
hablar del peluquín, mi niña. Yo no vendo a nadie mis amores, mis sufrimientos,
mis hijos, mis alegrías, mis muertos, mis victorias perdidas, mis derrotas
ganadas, mis años de guerra y hambre, la gravidez de mis cinco embarazos, mis
horas de setenta minutos de pie junto a la cinta en la fábrica, mi pensión tan
laboriosamente conseguida, mi tiempo lavando ajeno, mi pausado acelerar en la
máquina de coser reconvirtiendo ropa usada en prendas nuevas para mis hijos. No
permita Dios que tenga que volver a pasar otra vez por lo que yo he
pasado. Muchacha, mi vida yo no la
cambio por nada.
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