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En los malos momentos me desbordan las palmadas, y me nubla la dificultad para distinguir el compromiso de la amistad. Los abrazos presurosos, los mensajes prefabricados, las condolencias vacilantes... Como en todo lo fútil, casi todo me sobra.
A los verdaderos amigos los reconozco cuesta abajo, en las tardes de baraja, en las noches infinitas o en las resacas del jardín. Cómplices de confidencia sucia, de vaso ancho y pocos hielos, de muchachas compartidas y de órdago a mayor. Alejados de la bruma de velorios y hospitales, también están ahí, aguardándote en la calle, con su auto en doble fila, los amigos.
Javier Iribarren
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ResponderEliminar.
Javier, sí, sí, esto ya es otro asunto…
un lenguaje más personal y más suelto,
menos pensado y más vivido, más experimentado.
No sé si azorín -que, al parecer, era un pésimo
escritor, incapaz de metáfora y con muy poca
imaginación -que hizo del vicio virtud, vendiéndonos
las frases cortas, que se detenían cada vez y había
que ponerlas en marcha, con toda la inercia del
lenguaje-, no usaba la palabra pintada porque,
decía él, no la había vivido, así que a las pintadas
las llamaba carteles ¿?. Bueno, aunque sea en
negativo, el oficio lo tenía: sólo usaba palabras
que hubiera vivido.
Pues a eso me refería -en positivo- con tu
entrada.
Un saludo cordial
Gracias por compartir tus escritos
con todas nosotras.
Un saludo
Narciso
Me ha gustado. Me ha causado nostalgia.
ResponderEliminarMe ha recordado cuando la compañía continuaba en la ausencia.
Gracias por dar otro color distinto.
Ángel