domingo, 18 de agosto de 2013

GENERACIÓN PERDIDA (Juan Serrano)





No llora por aquello que le duele. Tampoco se lamenta por las heridas de las garrapatas que sangran sus costillares, que sin ser suyos, los lleva a cuesta. Pero necesita llorar como todo bebé que viene al mundo. Llora por lo que le es ajeno: sus nietos sin escuela pública, su vecino Musa, sin tarjeta sanitaria. 

En contra del consejo mesiánico Llorad por vosotras, como hija buena de la Jerusalén hipócrita y beata, esta mujer pensionista no revalorizada, llora por cualquier crucificado de turno y sin futuro.

Ha vivido durante mucho tiempo por encima de sus posibilidades. A sus años, su padre ya había muerto de silicosis. Llorar por ella misma, delataría su prepotencia: haber cotizado a la Seguridad Social durante más de treinta años, como limpiadora del Deutche Bank. Una rosa es una rosa hasta que huele.

Llora por la palmera talada, por su vecina interina y despedida, por su marido sin subsidio; llora por sus hijos, la generación perdida.

Su orgullo la ciega, y no quiere verse. Sus ojos necios. Y es tan vanidosa, que no siente el hierro incandescente que rompe el eslabón de la cadena del bienestar y el gusto, sus entrañas traspasadas de dolor. Pero necesita llorar. Y no es piedad ni compasión. Tampoco misericordia lo que siente, al ver los pies descalzos y sin rumbo de sus hijos, sino un desahogo animal, instintivo, parecido a la rabia.



Juan Serrano
de su blog: Blao
18 octubre, 2012



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