No existe. O no como ella cree. Como el niño indio apadrinado por nosotros, desde luego que no.
Escogí el nombre para no olvidarlo.
La idea solidaria partió de Cecilia. El reportaje de unos niños que crecían en los arrabales de Calcuta le llegó al corazón. Quizá apadrinando uno de aquellos desgraciados podríamos paliar nuestras carencias. Hasta la fecha no habíamos contribuido en gran medida a mejorar el mundo. Yo aún, que había autorizado decenas de créditos suicidas, pero Cecilia, funcionaria municipal, todo lo más que podía hacer era no molestar.
Por veinte euros al mes se supone que alimentábamos y escolarizábamos a cualquier trasto hindú. En el folleto de la ONG así lo aseguraban. Cero intermediarios, cero comisiones. Todo para el niño.
En un principio saludé la empresa con menos reticencias de las esperadas. Con una miserable transferencia bancaria podíamos ponernos la venda y restregar nuestra bondad a todo aquel que quisiera escucharnos. Sin necesidad de visitar hospitales o asociaciones de beneficencia, ni mucho menos acoger saharauis o construir pozos en el desierto. Un simple click, automático el día uno de cada mes, bastaba para alistarnos en el selecto club de los filántropos.
Los veinte euros me la sudaban, así que prometí a Cecilia encargarme de las gestiones. Si nos daban a elegir preferíamos nene. Sospechábamos que también en La India los niños serían más inocentes y tontorrones que las niñas. Una niña de Calcuta con dinero podía convertirse en cualquier cosa. La rima es libre.
El tipo de la primera ONG con la que contacté me pareció un desconsiderado. Mi preocupación por el sexo del crío debió de hacerle bastante gracia: ¿Y lo quieren rubio o moreno? ¿De ciencias?, ¿quizá de letras? A mí su ingenio también me maravilló, así que colgué el teléfono y busque otra ONG. Las había a cientos y más económicas.
Contacté seguidamente con una de índole cristiana. Puestos a elegir, los mandamientos no hacen mal a nadie. Me atendió un hombrecillo muy cortés, que me habló largo sobre la persecución que sufren las minorías en las zonas fronterizas con Pakistán. Me narró su aventura misionera y las penurias del lugar. No debía de ser fácil para un crío desarrollar su fe cristiana en un entorno de yihadistas. Decidido: allí estaba nuestro niño.
Al llegar a casa comenté con Cecilia la jugada. Orgullosa de mi iniciativa, su visto bueno me tranquilizó. En cuestión de días se arreglaría el papeleo y nos enviarían información sobre el muchacho. Nos abrazamos sintiéndonos grandes.
El jueves de esa misma semana cenamos con Abel y Rosa. Tocaba en su casa pero era mi cumpleaños, así que insistimos para que nos visitaran. Trajeron vino, tarta y varios regalos, muchos de los cuales no recuerdo. Sí el jarrón verde, porque nos dieron once euros en el Cash and Converters.
Bien entrada la cena, tras confesar Rosa que había abandonado el gimnasio, llegó el trueno. “¿Y vosotros qué, alguna novedad?”. Cecilia cogió el guante y nos adelantó que se auguraban cambios importantes en el organigrama del Ayuntamiento. Concejales entrantes, salientes… “De momento todo habladurías, no digáis nada eh”.
Aprovechando un respiro de Cecilia les revelé lo de nuestro indio. ¿Mayor novedad que aquella? Durante los siguientes quince minutos les expuse los trazos más relevantes del conflicto social y religioso que afectaba a la región, que identifiqué como Cachemira con veracidad nula. Abel y Rosa me seguían con admiración. Mi jerarquía moral se restregaba sobre ellos. ¡Qué instantes, qué gozo! Cuando concluí alabaron nuestra generosidad e incluso me pidieron información de la ONG. Eran enanos.
Después de aquello la velada continuó, aunque con un perfil más bajo. Tras la despedida recogí la mesa y me senté en el salón, como hacíamos siempre, prestos a despellejar a nuestros queridos invitados. Pero esta vez Cecilia se perdió en el dormitorio. Fui a buscarla y la encontré sentada sobre la cama, lloriqueando y sonándose la nariz. Entonces comenzó el sermón. “¿Para que coño has tenido que contarles lo del niño? ¿Qué les importa a ellos?; y encima te has inventado todo, esos nombres… ¿Para qué? ¿Para hacerte el interesante? No comprendes nada Luis, ¡pareces idiota! Estas cosas se hacen porque sí o si no, no se hacen. No es para ir divulgándolo, en plan qué guay somos. ¡No me jodas! Es que no sabes estar callado. Y encima vas a conseguir que ellos también apadrinen. ¡Igual hasta cogen dos!”.
¿Apadrinar para no contarlo? ¡Qué parida! Aquello no iba conmigo. Cecilia y la hipocresía. La bondad sin propaganda, lugar de santos. Nuestro sacrificio me parecía tan insignificante que silenciarlo nos situaba en peor lugar. Cecilia podía ver en ello abnegación pero yo no veía más que vergüenza y cinismo.
Yo no estaba dispuesto a esconder al niño. Mi único fin era mostrarlo. Desde luego mejor eso que guardarse la bala para ocasiones especiales. Porque Cecilia tarde o temprano se vanagloriaría de su indio, y eso era peor. Yo prefería afrontar el nuevo vínculo con normalidad. Como en aquellos quince minutos de gloria, sacudiendo las conciencias de Rosa y Abel, que amortizaban con creces todo el desembolso económico de la empresa. No me importaba en absoluto si el dinero llegaba a destino, o si una vez allí caía en manos de corruptos. Tampoco en gran medida la salud del niño, siendo sinceros. Cada día millones de pequeños sufren violaciones, recorren campos minados o portan armas de fuego. Más cerca, aquí mismo, muchos agonizan en plantas de oncología, a veces solos. Y tampoco hacemos nada. No hay mayor vileza que nacer en occidente y crecer sano.
El enojo de Cecilia se prolongó tanto, y cómo, que se me hincharon las pelotas. Cuando me hizo jurar que nunca más revelaría el asunto ideé la trama de Jahangir.
No resultó complicado. De las gestiones del apadrinamiento me encargaba yo y desde la oficina manejaba todas nuestras cuentas. El papeleo de la economía doméstica siempre me ha correspondido.
Elegí el nombre como un homenaje a mis años de adolescencia, cuando me aficioné a la práctica de squash de la mano de mi amigo Floren. Gracias a él supe del gran Jahangir Khan, el mejor jugador de todos los tiempos. El nombre me citaba con feroces caudillos de imperios lejanos. Jahangir Khan, El Grande. ¿Cómo no triunfar? Mi niño se llamaría así.
Cecilia cabalgaba por la vida ajena a los entresijos del deporte, así que del squash ni hablamos. La carta de presentación del joven Jahangir le conmovió. Tomé una fotografía de internet y la llevé a plastificar. Se trataba de un niño espigado, con pelazo negro y sombra de mostacho, que sonreía portando un bate de críquet. Calculé que tendría ocho años, tirando por lo bajo. A Cecilia también le pareció que nuestro indio andaba crecidito, pero una vez hubo leído la carta se le olvidaron las sospechas.
Cada cuatro meses nos llegaban sus historias. Yo las escribía a mano en la oficina, con letra rarísima y en inglés, y de vez en cuando añadía alguna foto graciosa del chiquillo. Todos se parecen.
Jahangir nos agradecía el esfuerzo y no veía llegar el momento de conocernos en persona. Nuestra aportación le permitía ir a la escuela en autobús, sin tener que caminar los treinta y cinco kilómetros que separaban su orfanato de la ciudad. También comía en diferentes franjas horarias y asistía como monaguillo a unos frailes capuchinos de una misión cercana. Sobre el conflicto religioso no se prodigaba para no hacernos sufrir. Un encanto de crío.
Cecilia recibía sus palabras envuelta en lágrimas. Nos sentábamos en el sofá y nos abrazábamos con ternura. Jahangir nos devolvió con creces nuestro sacrificio. Nunca nos arrepentimos de apadrinarlo.
Javier Iribarren
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ResponderEliminar.
Javier: creo que he pillado lo de
la rima es libre: una niña de Calcuta
puede convertirse en una putaaaa.
Me ha costado, pero lo he conseguido.
Cuando he recordado aquella rima
de Colon y los indios motilones y tal,
he caído.
El relato en sí, pues no sé, tengo que
leerlo con calma y otras veces, así que
de momento me callo, que estoy más
mono.
Gracias por compartirlo,
que es mucho para los tiempos que corren.
Me ha parecido detectar un punto de
artificialidad, como si usaras palabras
que no son propiamente tuyas, no sé si me explico,
o quizá como si contaras una historia sólo
pensada -imaginada- como real y se notara el
paso desde la cabeza al papel… intento que no
suene -no lo es- a crítica negativa, sólo a
crítica, ni siquiera en firme.
Un saludo -cordial-
Narciso
,
Saludos Narciso. Artificialidad toda, es cierto. Es la voz (y el estilo) de un personaje cuyos contornos voy esbozando a tirones.
EliminarUn orgullo compartirlo aquí.
Javier
Pues el personaje es tremendo.Es descarnado y de lo rentabiliza todo. Su falta de hipocresía consigo mismo es apabullante. Si consigues mantenerlo así, tienes un personaje fabuloso para una novela.
ResponderEliminarVladimira
Me ha gustado. Sobre todo, la frescura de intercalar frases coloquiales entre medias. Parece sencillo, pero no lo es en absoluto.
ResponderEliminarUn saludo
Ángel
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ResponderEliminarBueno, parece que estamos en desacuerdo
con la artificialidad -si no hay desacuerdo,
es que nadie piensa-. Quizá hay que precisar:
me refiero a que -me parece- siento una
conciencia de estar escribiendo que sobra,
que quizá tiene que estar, pero mucho menor
y, a ser posible, no estar, que no se note que
uno piensa que está escribiendo. [Aclaro: me refiero
estrictamente al hecho técnico de escribir,
no al contenido, que tiene que pensarse, claro].
Ejemplo que se me ocurre: los buenos actores
-casi todos americanos del norte-, por su mentalidad
o lo que sea, no tienen conciencia de estar actuando,
se meten directamente en el personaje y no se nota
-porque creo que no la hay- la conciencia de que
están actuando. Son -casi- uno con el personaje.
Los actores menos americanos del norte, -como muchos
españoles- actúan y además, piensan que actúan,
se dan cuenta de que actúan, no pueden quitarse de
encima la conciencia de estar actuando.
Buff: a esa artificialidad me refería.
Un saludo -cordial-
Gracias
Narciso
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Hola a todos. Conste que os sigo (y disfruto) pero voy cráneo. Sólo quería presentaros a Javier Iribarren, a quien he tenido el gusto de conocer a través de una novela (aún sin publicar) que me gustó por la realidad que constata, algún destello poético, y una crítica mordaz a nuestro entorno político/administrativo más próximo, más que interesante. No es literatura con mayúsculas (salvo algún destello como digo, y siempre a mi criterio, por supuesto) pero es una novela que está muy pero que muy por encima de la media de lo que hoy se está consumiendo. Javier es joven (relativamente joven), y a mi entender esconde mucho y promete más. Mercedes, a quien también conocéis desde hace muy poco, también es joven, más joven aún, y tiene interés, gusto y motivación (y genio)... también promete. Luego está Baraque, ojo con Baraque: y no sólo con la poesía, también con las fotografías, fijaos en las imágenes. Y hablando de imágenes: fijaos también que Ángel se está empezando a aficionar a la fotografía... ojo, también. El que es poeta lo es poeta en todo. Más y concluyo: ¿Y Eva? Ha pasado como inadvertida. Bueno, pues me parece que merece un poco más de atención porque también contiene cosas más que sorprendentes.
ResponderEliminar(No sé por qué coño me he enrollado tanto, cuando podía haberlo aprovechado para daros mi opinión sobre la poesía, en vez de tanto rollo... otra vez será. Por cierto: tenemos novela de Envid para el mes que viene...)
Un abrazo a todos y gracias, también a todos. Este blog se está convirtiendo verdaderamente en un lujo. Jamás pensé que acabaría por estos magníficos derroteros. El día menos pensado me lo compran y al siguiente me muero... de tristeza... de aburrimiento... bañado en oro...
he seguido el blogg por mi móvil, pero no podía contestar, el microteclado no es para mis manazas.
ResponderEliminarEl relato de Iribarren me parece muy bueno, de lo mejorcito que he leído ultimamente (también es cierto que no leo mucho). Aflora todo el buenismo fofo y tontorrón de la sociedad actual, aquella que asegura que "los ancianitos están mejor en la residencia, allí están con otros compañeros y se lo pasan pipa", que se lamenta de que los niños hindúes no puedan estudiar y no quieren enterarse de que al colegio de sus hijos van chicos que no pueden comprar los libros o pagar la clase extra de inglés. El protagonista del cuento es todo un carácter, sigue la onda de la hipocresía social, pero tiene el corage de confesarse a sí mismo su cobarde proceder, de desenmascararse.
Aunque no venga a cuento (o, tal vez, sí) es muy agudo lo que dijo
vladimira a ángel "tú tienes lo que a mí me falta, constancia y amor por lo que escribes" Todo un tratado de preceptiva literaria en una frase. Quiza preceptiva suene anticuado y hoy se llamaría algo así como "taller de escritura", apelación atroz, que a mí siempre me representa a unos escirtores embutidos en unos monos de trabajo que en una nave industrial tratan de encajar las palabras a martillazos y enroscan palabras en pernos con una llave inglesa. Para estar tanto tiempo callado, me he despachado bien.
Antonio.