viernes, 12 de noviembre de 2010

CARVAJAL, ‘LA VIE EN ROSE’ (Servando Gotor)

Una. Finales de mayo del 62. Se le encomienda ir a Munich donde, por vez primera desde la guerra se van a reunir las fuerzas políticas democráticas tanto de derechas como de izquierdas. Sólo un problema: no tiene pasaporte porque el gobierno franquista se lo ha requisado. Josefina Arrillaga le pregunta a un compañero si lleva el suyo. Lo lleva. Se lo pide, se lo da a Carvajal y le dice: toma, ya tienes pasaporte. “Así que me encontré con el pasaporte de un individuo que era muchos años más joven que yo y que sólo se parecía a mí por llevar gafas”. De este modo llegó a Munich, al famoso “contubernio” que albergaba ‘in nuce’ la transición democrática.

Otra. Verano del 79. Yasser Arafat lo recibe en una habitación del Ritz. Carvajal tiene entonces –quizá en el momento más delicado del PSOE- la más alta responsabilidad en el partido. Me sorprendió –dice- que “Arafat llevara un pistolón en la parte de atrás del pantalón” Y sobre todo: “su extraña forma de saludar, dándote un beso en la boca.”

Estas cosas y muchas más, nos las cuenta José Federico de Carvajal en sus recientes memorias: “El conspirador galante” (Planeta). Como esbozo rápido de su retrato transcribo las pinceladas de José Segovia en una obra de profundo título (“Anochece y aún no he leído todos los libros”): “José Federico de Carvajal, que llegaría a presidente del Senado, era una personalidad curiosa. Aristócrata y rico ‘de familia’, como le gustaba presumir ‘con toda sencillez’, era una de las pocas personas a las que la política, me consta, le ha costado mucho dinero, porque tenía un bufete de abogados que descuidó bastante por dedicarse a estos avatares políticos. Era verdaderamente honesto y desprendido. Nos prestó uno de de los coches que tenía para la campaña, bastantes de las cenas de después de los mítines corrían también a su cargo… De hecho, los compañeros del partido querían ir siempre a cenar con él porque cenaban muy bien y con un excelente vino; siempre que podía era el ‘Marqués de Riscal’ su confesor más legítimo (…) El aristócrata Carvajal era marxista ortodoxo, ¡palabra de honor!”

Marxista, sí, pero no comunista, apuesta especialmente por la libertad y –luego- por una igualdad de altas cotas: que todos podamos viajar en coche-cama. Mentalidad joven y atlética acorde con las pintadas del mayo francés que tan acertadamente escoge -“seamos realistas: pidamos lo imposible”, por ejemplo- no se ha perdido una: desde el famoso “Contubernio” de Munich, ya citado (“entierro de la guerra civil”) hasta la presidencia del Senado durante dos legislaturas, pasando por el congreso del PSOE en Suresnes, la presidencia de la Comisión Constitucional de las Cortes Constituyentes o la de la Comisión Gestora del PSOE que asumía la dirección del partido tras la dimisión de González (“hay que ser socialistas antes que marxistas”), momento culminante, delicado y decisivo que Carvajal lidió con éxito gracias a ese su saber hacer y estar, su mano izquierda e implacable y su formación jurídica: “Yo impedí –dice con justificado orgullo- que el PSOE se disgregara y acabase como el PCE. Gracias a ello se mantuvo la alternancia. Si en aquel momento el PSOE se hubiera deshecho, hoy estaríamos en un régimen de unipartidismo bajo el P.P.”

En fin unas memorias didácticas y divertidas. Y es que detrás del abogado, detrás del político, está el hombre. Y con el hombre, en el más alto sentido de la expresión, el poeta. Porque su vocación más fuerte ha sido la de poeta (algunos de sus versos se han recogido en dos libros: el “Romancero de las niñas” y “Los ojos de Helena”). Pero –amén de conocerlo- bastan estas memorias, para comprobar que el mejor poema de este “joven octogenario” ha sido su propia vida.

Servando Gotor
(El Comarcal del Jiloca
12/11/10)

2 comentarios:

  1. "Seamos realistas: pidamos lo imposible”

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  2. Seguramente Carvajal calla, por gentileza, las muchas cuchilladas traperas que ha recibido de propios y extraños.
    Pude estar en la presentación del libro acompañando a Servando y aprovechándome de su invitación, donde, por cierto no vi a González. Consideraría que ya bastaba con estar en la portada del libro.

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