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Desde que lo expulsaron del centro de la tercera edad (“el almacén de vejestorios zumbáus”, según él. “Además, no me dejaban fumar”, apostilla) apenas sale. En el buen tiempo pasa la vida en el patio, dormitando, viendo pasar las nubes, fumando cuando no lo ven. De su última aventura, la expulsión, se siente especialmente orgulloso. “Gallinas. Gallinas y cagáus, eso es lo que sois”, gritaba subido en el mostrador de la cafetería, sin poder hacerle callar. “La última vez fuisteis a votar porque si no vendría la derechona y os quitaría la pensión, y ¿ahora qué? Por unos míseros euros vendéis vuestro voto ¡Qué os den por allá a todos, que yo recibo la pensión de Francia! Alguno hay aquí que se alegró cuando me iba pisando los talones la guardia civil, pero ahora se jode, que pasé a Francia y me cago en todos vosotros…..”
-Abuelo ¿se puede quedar un rato con el chico, que tengo que salir? Pero no le cuente esas cosas del quinto regimiento y de la batalla del Ebro, que luego tiene pesadillas, el pobre.
-Entonces ¿qué le cuento?
-Pues, cosas normales, lo que cuentan todos los abuelos. Cuéntele algún cuento, que los chicos de ahora no los conocen, pues nadie se los dice.
-¿Te parece que le cuente el cuento de la Caperucita Roja?
-¿Eso lo entretendrá? Bueno, siempre será mejor que esas truculencias de la guerra y del maquis.
En que se va la joven, el abuelo comienza a liar un cigarro.
-A ver, mocé, cómo le digas a tu madre que me he fumáu un cigarro, te arreo un soplamocos, que las orejas te van a parecer las hélices de un avión. Ven aquí y escucha al abuelo.
-Pues mira, cuando estaba en el maquís, por allá por Castellón. Aquí le dicen maquis, pero en Francia, que de allí viene la palabra, es maquís. Resulta que había un jefe, que lo llamaban “la Teresot” o “el Teresot”, que nadie sabía si era una tía o un tío, pero esto es otra historia, que ya veremos si te la contaré o no, porque tiene su miga. Eh? No hoy no te cuento lo de si era una tía o no, hoy toca el cuento de Caperucita Roja. Bueno, pues en nuestra partida la llamábamos, en clave, “La Abuelita”, porque a veces se escondía en una cabaña en los pinares……
Mientras echa unas caladas con satisfacción. Mira pícaramente al chico.
-Había una chica en uno de los masos, que tenía un hermano en el monte, en las partidas, y hacía de enlace. Sí, nos traía y llevaba información, órdenes, medicinas…..en fin, lo que hacía falta y la llamábamos “La Caperucita Roja”. Roja, porque era anarquista y Caperucita, porque en invierno o cuando llovía se cubría con una arpillera, haciendo como una caperuza. ¿Qué no sabes qué es una arpillera? Pues ¿qué os enseñan en el colegio? Sois todos un hatajo de ignorantes.
-Bueno, pues como teníamos a todos los guardias acobardados, el Gobierno envió a un capitán de la guardia civil, que tenía fama de implacable, para acabar con las guerrillas. Pronto se ganó el sobrenombre de “El Lobo” por la forma de perseguirnos, día y noche, sin mostrar el menor rasgo de piedad….
Antonio Envid.
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