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Qu-yi deslío lentamente una barra de tinta en el tintero, cogió el pincel y dudó unos momentos ante la blancura del papel que se le ofrecía inmaculado. Pasó gozoso la yema de los dedos para apreciar su textura. Estaba inspirado, daría comienzo a su poema definitivo. Además del accésit ganado en el concurso de primavera, unos meses antes había superado con bastante brillantez los exámenes de otoño para funcionarios, su poema había sido elogiado públicamente por uno de los miembros del tribunal de oposición, y aunque debería de haber obtenido un puesto más alto, dada la calidad del mismo, no se quejaba, había sido ascendido en méritos de la prueba a jefe de vigilancia de la puerta del Sol declinante. Desde luego que habría sido preferible la puerta del Sol naciente, que recibía más viajeros y mercancías, pues era la ruta de la capital de la provincia, pero ésta no estaba mal, ya que por allí entraba la lana de la región ganadera adyacente y escondidas en los vellones los sediciosos trataban de pasar de matute desastradas ideas de vulgar estética. Él sabía como descubrirlas, tenía un sexto sentido para ello, y también sabía lo difícil que resultaba arrancar aquellas ideas agarradas con la fuerza de un piojo o una garrapata al vellón.
El puesto era de cierta responsabilidad y no poca autoridad. Ya no tenía que apostarse diariamente en el pequeño resguardo de entrada como hasta entonces, eso lo haría su ayudante, ocuparía una estancia en la torre que flanqueaba la puerta donde permanecería confortable en todo tiempo, esperando a que su ayudante lo reclamara cuando se produjera una entrada de carretas sospechosas, para despacharlas con un además desde su ventana.
Pero lo que realmente le hacía sentir especialmente feliz es que esa era la puerta que franqueaba la dama Ki-yo para dirigirse a su huerta de recreo. Siempre le concedía una mirada cuando pasaba por delante del cobertizo donde él se encontraba cuando era ayudante, pero desde tan modesto puesto nunca se atrevió a mirarla a los ojos. Ahora, con su flamante nuevo cargo podía abrigar esperanzas. Moría de impaciencia apostado en la ventana por verla llegar y tenía advertido a su ayudante que lo avisara tan pronto la avistara, recompensándolo con unos cobres.
Dibujaría hoy ese sublime poema de amor con su artística caligrafía de modo que la bella dama quedaría irremisiblemente prendada. Había compuesto montones de ellos, pero siempre terminaban en la papelera, pues no eran suficientemente dignos. Cómo captar su delicado caminar, como un cerezo en flor mecido por la brisa, cómo transcribir su elegancia, un leopardo moviéndose entre las altas hierbas, y la dulzura de sus ojos, crisantemos en un delicado jarrón de porcelana.
La vio llegar y su corazón le saltó en el pecho. Tomó el poema y balbuciente la interpeló: “Excelente dama Ki-yo, de todos es conocida su gran sensibilidad artística”. La dama, sorprendida, detuvo el palafrén. “Este humilde servidor suyo desearía tener el gran honor de que posase sus ojos sobre este sencillo poema que he compuesto….” Tendiéndole el poema, que la dama tomo con cierto recelo. Lo leyó y con una dulce voz exenta de cualquier acento recriminador o despectivo le contestó: “Funcionario Qu-yi, ya estaba enterada de sus habilidades como poeta, conozco su éxito en el certamen de primavera. El poema es hermoso y la joven a quien vaya dirigido, si tiene la fortuna de saber leer, ha de sentirse halagada por él”, continuando su camino.
Antonio Envid
Da lo mismo que me repita (parezca un pepino): -"me gusta la fábula, 'En la Puera del Sol Declinante'"
ResponderEliminarLa dama es una verdadera dama (en elipsis) en su clase social también hay poetas (eso lo sabemos todos).
No quiere que el poeta pierda el tiempo.
Le da dos datos (es elegante la dama): uno, que ya sabe que es un buen poeta; otro, que se lo diga a la dama de su clase, la cual en caso de que sepa leer se sentirá halagada (elipse perfecta y elegante para decirle al poeta : -tururú, por si no lo sabes tú no eres de mi clase).
A nivel escuela, esto se trabaja con las fábulas de Esopo o de Iriarte, La Fontaine, Samaniego.
Gracias por el relato
isabel
(Renacimiento italiano o flamenco, siempre bueno.
Claro siempre para mí. Es bueno tener, poder posar la vista en las estrellas pero tener apoyados, eso sí, los pies simepre en el suelo.)
En el amor no hay metáforas que valgan.
ResponderEliminarIr mejor directo al grano
Si no quiere uno terminar
cual jinete derribado.
Juan
ResponderEliminarPensaba que España era el pais de los "don Juan".
Con su comentario me parece que DSK...el ex del FMI, ex candidato à la présidencia de Francia ,ex de todo, tiene herencia en mas alla de los Pirineos...
Tanto montar sin cuidado: al final el jinete esta tambien derribado...
Bernardo el Belga