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En la caldeada calma de la habitación, el
corazón de Marien se dilata al recordar la mirada enamorada de Virgilio; y sobre
este grato sentimiento, de golpe se interpone otro no menos feliz, pero a la vez
dolorido: la imagen anhelante de Marcial antes de partir al campo de batalla. Y
el corazón de Marien se contrae.
Virgilio es tierno. Marcial, decidido y viril; Virgilio, emotivo y
poético; Marcial, dadivoso y afortunado. Virgilio, delicado.
Luchador y atrevido, Marcial. ¡Ay si ella pudiera reservar su alma para el
poeta, y su cuerpo para el militar aguerrido! Pero no. Marien
tiene revueltos y a presión en su corazón a los dos hombres
metidos.
Marien con uno se siente segura; y con el otro, querida. Con
aquel, realizada: con éste, satisfecha. Cualidades
que se disputan a muerte un mismo lugar donde cabe un solo amor. Marien sufre
los efectos sangrientos de esta contienda injusta dentro de sí. Ella no entiende
qué de malo puede haber en su conducta por ser fiel al doble impulso de su
corazón indivisible.
Si Marcial regresara del cautiverio, ¿Marien continuaría sus relaciones
con Virgilio? Para la muchacha responder a esta pregunta es inútil. La solución
no depende de ella. Los hombres son terriblemente impacientes en problemas de
amores compartidos. Tanto Marcial como Virgilio se apresurarían movidos por el
despecho a comportarse como fieras en celo. Alejados de toda cordura, seguro que
llegarían a la solución más desastrosa para los tres.
A Marien lo que más le tortura es estar poseída por dos conciencias
unidas por un sentimiento controvertido. Ella no duda de la sinceridad de su
amor por los dos hombres al unísono, aunque una de sus conciencias no cese de
increparle su honorabilidad. ¿Quién con verdadero conocimiento de causa, y no
presionado por la moralidad social de unas costumbres basadas en falsos
conceptos de honra, fidelidad y acatamiento, podría acusarla de no ser
sincera?
De la chimenea una brasa ha saltado al suelo. Y para que no queme la
alfombra, Marien con las tenazas mete el tizón en la cubeta del agua. Tras los
malos pronósticos ahora parece que viene el sosiego. La muchacha
se relaja, confía que será la propia naturaleza, la historia, el destino, quien
pondrán las cosas en su sitio.
El plagiador, el hombre que olvidó el libro en el coche, detiene aquí su
escritura, pone fin al juego literario. No sabe si ha sido fiel a la idea que el
verdadero escritor tenía en su mente cuando escribió la novela. Reconoce haber
cambiado el nombre de los tres protagonistas para encubrir al autor y su obra.
Ahora restrega la palma de su mano derecha sobre su frente calenturienta. Se
despereza como quien se despierta de un sueño, y dice para sí:
Resulta divertido mover el hilo de la historia de unos personajes que uno ni siquiera inventó, y sin embargo puede con ellos (si es capaz), hacer lo que le dé la gana. Es tan difícil conquistar la libertad como luego saber lo que hacer con ella.
Juan
Serrano
(En el blog Blao
12 febrero
2012)
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ResponderEliminarPues va a ser, Juan, que no he visto la peli,
y eso que me he estado devanando un seso,
pero nada, no se me ocurre, quizá es que como
no pasa nada... quiero decir que no pasa nada
de verdad, de acción, que la chica sólo discurre
(y, a su manera, se tortura, es cierto), pero todo
al estilo de antes, como un conflicto de los interiores,
como más neurótico, que los de ahora ya se sabe,
todo hacia afuera, hala, paso al acto sin reflexión,
pura psicopatía.
Si me (nos) dieras alguna pistilla más, aunque sea
pequeña, menor, el nombre de soltera, por ejemplo,
o su declaración de la renta, no sé, algo.
Gracias.
Narciso
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ResponderEliminarUy, perdona, que al releer tu artículo
he visto que acabas diciendo que es tan difícil
conquistar la libertad como saber, luego, qué
hacer con ella... supongo que será un recurso
literario, porque si no sabes que hacer con ella, no
has conquistado la libertad, sino a una foca, por
ejemplo. Uy, y ahora caigo que la libertad, ni siquiera
se conquista, si hay que conquistarla será otra cosa,
una foca, por ejemplo, que esté presa, prisionera en
el sitio de Zamora, sí.
Perdona por la interrupción.
Gracias
Narciso (de nuevo)
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Ay, si esa muchacha, Narciso, te hubiera conocido, tal vez no se devanaría los sesos por otros amores tan atormentados e indecisos. Y su vida a tu lado, un bancal de alegres rosas, y bulliciosas, hubiera sido. La novela en cuestión no es otra que Las cárceles del alma de Lajos Zilahy. La leí en mis años mozos, tiempos propicios de sabañones y demás erupciones amatorias. Y en cuanto a la libertad, reconozco que tal vez haya sido un añadido forzado, más pedante que otra cosa, pero en cualquier caso podríamos consultar a Erich Fromm. Todo un placer. Juan
ResponderEliminar.
ResponderEliminarSipe, Juan, creo lo mismo en relación con la chica, tanto en
su elección como en su vida conmigo, claro. No hay nada como
tener un alto concepto de uno mismo, incluso el que corresponde
a un (in)sano narcisismo, sí, ay.
Lo peor es que no conozco a Lejos Hilary, a no ser que él (o ella)
escribiera Primavera mortal, que no leí pero andaba por
las bibliotecas de mi infancia, sipe, ay.
Nada de pedante, Juan, es sólo equivocado, no temas.
has confundido la libertad con una carraca, cosa, objeto,
asunto material que se agarra y tal. Incluso dices que
no nacemos libres... ¿a qué edad hemos de esperar
para serlo? Disculpa, consultaremos a Enric Frost.
Gracias
Narciso
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Nar, disculpa que me entrometa pero debo apuntarte algo.
EliminarLa pregunta que debes hacer no es a qué edad hemos de esperar para ser libres sino, ¿cuando tendremos arrestos para serlo?
La Conchaparis
Al grito de libertad se cambia de tirano
ResponderEliminar.
ResponderEliminarConchi, ya sabes que las mujeres, del mismo modo
que no tenéis espalda, nunca os entrometéis.
Y sí, el valor, el coraje de la libertad, ay.
Narciso
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