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Escucho por una emisora de radio la despedida de una becaria: “He de deciros que he estado supercontenta mientras he estado trabajando con vosotros, sois unos compañeros supermajos que me habéis tratado superbién. Vale. He estado trabajando supermotivada con vosotros. Vale. Tanto los compañeros de redacción, vale, como los técnicos, vale, os habéis comportado conmigo superbién……”. Y así seguía una larga retahíla de súperes y de vales, haciendo gala de una fluidez de lenguaje no muy apropiada en quien se ha preparado para ser experta en comunicación.
En una televisión nacional entrevistan a un joven que teme por la supervivencia de su puesto de trabajo en la fábrica de chocolates de Ateca, pueblo de la provincia de Zaragoza. Esta fábrica centenaria va a ser cerrada, según ha informado su propietaria, una multinacional, para trasladar la fabricación a otras factorías que posee en Valladolid y Polonia: “No hemos querido estudiar, ya que al tener la fábrica y por ahí, para qué estudiar. Pero si la cierran, sin estudios y sin nada, qué vamos a hacer…”.
Tras estas desconcertantes declaraciones se esconden dramas personales de jóvenes que nos conmueven, pero sobre todo nos obligan a pensar sobre la responsabilidad que tenemos todos y cada uno de los adultos de este país sobre la formación de estos muchachos. No solamente por las frustraciones personales que pueden derivarse de nuestro hacer, si no, también, porque de estos jóvenes depende el futuro de nuestra sociedad. La educación en este país se ha utilizado como arma ideológica, una manera de captar votos, una forma de fabricar súbditos de la aristocracia política, un sistema para satisfacer intereses personales de formadores en los que se ha tenido más en cuenta su adscripción ideológica que su capacidad docente, un sistema que ha diseñado los estudios de acuerdo con la formación e interés en su puesto de trabajo de los docentes, sin escuchar las demandas de la sociedad. En fin, un sistema de fines espurios en el que se ha olvidado el fin primordial de la formación: formar gente libre y adecuada para ser buenos ciudadanos y para ser útiles para la sociedad, y, en definitiva, con capacidad para ser felices.
Muy mal lo hemos hecho en las últimas décadas en esta materia cuando hemos cosechado uno de los índices de fracaso escolar más altos del mundo, cuando nuestros licenciados han de buscar trabajo fuera de España, cuando se reciben currículos de aspirantes a puestos de pequeña categoría donde figuran la realización de masters y doctorados, cuando hay una legión de gente sin cualificación profesional, cuando no se ven líderes jóvenes, y los pocos que salen a la luz son personas airadas, en contra de cualquier sistema, incapaces de crear órganos de discusión civilizada, que creen que todo ha de resolverlo el Gobierno. Gentes que no se han enterado de que lo máximo que puede pedirse a un Gobierno es que no estorbe la iniciativa privada, personas que no saben asumir que son mayores de edad y que ya no precisan de un papá Estado.
Armando Muchabulla
LA SITUACIÓN CONOCIDA POR TODOS ESTA MUY BIEN DESCRITA, PERO MÓJESE QUE PROPONE PARA ACABAR CON ESTE, SEGUIR VOTANDO CADA CUATRO AÑOS.
ResponderEliminarEl anónimo y amable comunicante me pide algo que no está en mi mano, nada menos que una receta para enderezar el asunto de la educación en nuestro país. No soy pedagogo y estoy muy alejado de la docencia, por tanto cualquier cosa que dijera en pro de la mejora sería banal. Pero sí que estoy en condiciones de hacer algunas afirmaciones.
ResponderEliminarLa solidez de conocimientos básicos que adquiría un bachiller de mis tiempos y que le habilitaban para formarse en cualquier profesión u oficio y le permitían desempeñar la mayoría de los puestos de trabajo lo encuentro escasamente hoy en nadie que no tenga estudios universitarios (y entre estos, no siempre).
La titulitis que hemos padecido los de mi generación ha exigido que todo hijo de vecino vaya a la universidad, con vocación o no, y a universidades bien dotadas o a universidades muy localistas. Veo con tristeza a arquitectos e ingenieros haciendo tasaciones, a licenciados en empresariales ejerciendo de tenedores de libros, a médicos haciendo de visitadores comerciales ¿Para qué tanto exceso de formación, si lo que necesita la sociedad son técnicos medios, con formaciones a los sumo de tres años? Los europeos se quedan atónitos de que estemos formando miles y miles de arquitectos con una concepción renacentista, que proyectan, dibujan, calculan todo un complejo de edificios, desde los cimientos, las cañerías, la electricidad, la estructura, las cubiertas, por poner un ejemplo.
Que el fracaso escolar y el que nuestras universidades ocupen un bajo ranquin internacional no es producto de los actuales recortes en materia de educación. Hay que reflexionar seriamente y decir sin tapujos que en las últimas décadas en España hemos empleado muy mal los dineros que destinamos a educación, y hay que dar un gran viraje. Esto lo digo para todos aquellos que no quieren que nada cambie. No sé si la Ley de educación que está estudiando el Gobierno es buena o mala, lo que sí puedo afirmar es que la actual es mala, vistos los resultados.
Por último no quería despedirme sin mencionar un aspecto. Durante la República en la enseñanza elemental había una asignatura, cuyos libros de texto hablaban de lo que era un partido político, lo que era el Congreso, una circunscripción electoral, como se desarrollaban la elecciones, el Tribunal de Garantías Constitucionales, etc., pero también de reglas de urbanidad y de ciudadanía. No se conseguiría, vista, la historia, pero había una preocupación por parte de los Gobiernos por formar ciudadanos enterados desde la infancia. Hoy existe todo lo contrario una preocupación por formar súbditos ignorantes y escasamente críticos. Un saludo.