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Leyó la hermosa caligrafía curial que se extendía longitudinalmente por todo el sobre desbordándolo casi: “Rvda Madre del Gozo de los Dolores de los Clavos de Cristo”. Demasiado largo, el nombre; ya se lo advirtió la Madre Superiora cuando se consagró, que escogiera otro más corto. Pero es el nombre elegido por Dios, reverenda madre, si no por qué tengo de nacimiento grabados en la piel de salva sea la parte tres clavos, que si no fuera por pudor yo se los enseñaba a su reverencia para que pudiera comprobarlo usted misma, pero si es por santa obediencia, yo se los muestro ahora mismo; y la superiora con gesto cansado y nada interesada por contemplar tamaño prodigio le decía que bien, que se cumpliera la voluntad divina. La carta se la entregaba la hermana Calamidad y sor Gozo de los Dolores de los Clavos de Cristo la recogía con aprensión. Todo en lo que intervenía la hermana Calamidad se complicaba y acababa mal, y por otra parte las escasas cartas que se recibían del obispado no solían traer buenas nuevas. Quizá anunciase una visita. Había años en que se recibía una sola carta del obispo, para decirles que esperaba la habitual limosna para el sostenimiento de la diócesis, “calculamos prudentemente que puede ascender a ……..€, el cinco por ciento de los ingresos del convento”. Si la correspondencia era escasa, mucho más eran las visitas del santo Obispo, cuanto mucho veían al vicario, más atento a los libros de contabilidad del monasterio, que a otra cosa. Qué bajo vuela a veces el Espíritu Santo. Pero ¿quién era ella para juzgar? Serían penitencias que Dios en su sabiduría les enviaba para hacerlas más santas. Ya puedo confesarme de este pecado de soberbia. Mientras rasgaba el sobre con parsimonia sor Calamidad esperaba curiosa. Sor Calamidad, seguro que tiene usted cosas que hacer, de modo que ¡hala! al coro, o al caño, o del coro al caño, como suele decirse. Extrajo con cierto titubeo el papel que le venía del obispado y calándose los lentes a medida que leía le comenzó a temblar la mano que lo sujetaba. Que habiéndose informado de la diócesis de Honduras el tal padre Victor Hugo no figuraba en la nómina de la misma y era de suponer que se tratase de un impostor, ni tampoco existía en aquella demarcación convento alguno de Monjas Peculiares de la Exaltación del Santo Pañal, ni se conocía semejante orden religiosa…. Que las supuestas monjitas que habían ingresado recientemente en ese convento de su digna reverencia no eran tales, sino emigrantes que habían adoptado esa figura para introducirse ilegalmente en el país y con fines bastante oscuros (dicho ésto en evitación de ser más explícitos)…. Que se había puesto todo en conocimiento de las autoridades para que tomaran cartas en el asunto. Un grito, más bien un trueno celestial, retumbó por todo el convento: ¡Sor Calamidad, venga inmediatamente a explicar cómo conoció al padre Victor Hugo…! ¡Qué nos remediaría el grave problema de la sequía de vocaciones! ¡Qué Dios nos lo enviaba providencialmente! ¡Qué era un hombre de Dios! ¡Semejante farsante! ¿Y los seiscientos euros que se pagaron por el pasaje de cada una de esas… de esas…?
Antonio Envid
El humor, siempre el humor de decir con inocente ironía las verdades más crudas.
ResponderEliminarNO ALCANZO A COMPRENDER A QUE VERDADES SE REFIERE EL ANTERIOR COMENTARIO, PIENSO QUE ALGUNAS VECES SE RECURRE A UNA FALSA IRONIA CON LA MISMA FINALIDAD QUE EN OTROS TIEMPOS SE RECURRIA A LA ESCUSA DE LA CENSURA, DISIMULAR UNA VERDADERA FALTA DE CREATIVIDAD.
ResponderEliminarNo he pretendido crear nada, sino contar con ligereza una historia real (la realidad, ya lo he dicho en otra parte, no necesita ser coherente, por eso es más creativa que la ficción, que sí que tiene que mostrar cierta lógica para no ser tomada como un simple juego) La historia está tomada de una noticia que ha venido en la prensa.
ResponderEliminar¡Ah! que se me olvidaba, excusa, se escribe con x.
Antonio