Foto: Juan Isidro Gotor
De esto ya hemos hablado otras veces, amigo Nabuco, los entendidos llevan años discutiendo sobre qué cosa es la inteligencia y están lejos de encontrarse de acuerdo. Yo he llegado a dos conclusiones: la primera, que la inteligencia es muy abundante, pues raramente se encuentra a alguien que se queje de que tiene poca, y, la segunda, que lo normal es que se tenga una inteligencia específica. Si no, mírate tú mismo: has especializado tu inteligencia en no saber ni querer hacer nada. Sí, sí, no me lo irás a negar ¿verdad? Ah, bueno. Con mover el rabo alegremente cuando me ves, seguirme dócilmente y no llevarme la contraria nunca, has conseguido vivir como un sátrapa persa. Claro, claro, estamos de acuerdo, tu caso no es único, no te lo reprocho, sobre todo abunda entre la clase política, pero eso demuestra que tengo razón sobre la especialización de la inteligencia.
Pues mira, Nabuco, te voy a decir el caso de inteligencia específica más paradigmático que conozco: Mozart. El amigo Wolfang tenía un cerebro perfecta y específicamente instrumentado para la música, hasta el punto de que ésta agotaba todas sus funciones, de modo que el hombre era una calamidad para resolver los problemas cotidianos. Verás, de camino a Paris, en octubre de 1777, Mozart y su madre deciden visitar al hermano menor de su padre y marido, el tío Franz Aloys, que vivía en Hamburgo, casado y con una hija, Maria Anna Tekla, dos años menor que el genio musical, que ya contaba con 22 años. Los dos primos, jóvenes y de carácter alegre, congenian y se gastan bromas durante las dos semanas que permanecieron juntos. Seguramente su relación fue superficial, pero ha hecho correr ríos de tinta entre los biógrafos del músico.
El cinco de diciembre, abandonado ya Hamburgo, Mozart le escribe una carta a su prima en la que, tras saludarla como: queridísima primita feíta, y embromarla con expresiones escatológicas de dudoso gusto, al menos para la sensibilidad de hoy (le desea que se revuelque en una buena mierda) (*) le escribe: “¿qué es esto? ¡Es posible, cielo santo! Oído mío, ¿no me engañas? No, es así ¡qué nota más larga y triste!”
Los críticos han construido todo un profundo estudio de los significados subconscientes de estas bromas excrementicias del joven músico y lo atribuyen a que se vio privado de infancia y contaba con un padre autoritario (ya sabes como son esa patulea de sabidillos), pero lo verdaderamente notable, al menos para mí, es que solamente un cerebro muy especializado y dirigido a la música puede escuchar una ventosidad como una nota larga y triste.
¿Qué has hecho, Nabuco? Bien está que te duermas a mis pies con ese suave ronquidillo retador cada vez que trato de explicarte cosas trascendentes, pero que encima te tires un cuesco, me parece una enorme falta de respeto.
Antonio Envid
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(*) No lo debía de ser para la época, o en el entorno familiar de Mozart, ya que en cartas dirigidas a su padre no son raras las palabras, mierda, caca, ventosidades, etc
Su perro podría fundar una academia de enseñanza para aspirantes a políticos. Tendría el éxito asegurado, prstigio y dinero.
ResponderEliminarJoder, acabo de venir de arriba, de tu artículo de la
ResponderEliminarimpotencia, y me hallo con que dices que no se sabe
qué es la inteligencia... no sólo se sabe, sino que
está perfectamente axiomatizada. Y es exactamente
lo contrario de la especificidad o de la especificación:
el más inteligente entiende más con menos ideas:
Dios entiende todo con una sola idea, y además, es
es idea (no se puede decir así porque no es cierto,
pero descriptivamente vale).
Entiendo (creo) que estos artículos son
desenfadados y me molesta hacer de corrector de
pruebas, pero no puedo evitarlo (a veces, otras
sí). Como te he dicho antes, disculpa por estos
abruptos y gracias por tu espléndido artículo.
loqax
Jo! don Loqax,
ResponderEliminarSegún lo que dice, yo debo de ser la repera de lista porque, por ideas, es que no se me ocurren nunca ninguna.
Srta. Chica Lista
Estimado Loqax, puedes coregirme cuantas veces quieras, pero te advierto que soy un caso perdido, me encanta tener ideas heterodoxas.
ResponderEliminarEstas notas que Servando tiene la amabilidad de publicar y vosotros de leer, no tienen ningún afan científico, sino meramente literario, hasta el punto de que me castigaría a llevar durante un mes una piel de plátano pegada en la frente si sospechara que alguien pudiera pensar que tratan de ser académicas.
Sigo el consejo que daba Ortega y Gasset: o usted escribe sobre ciencia o hace literatura o se calla usted. Yo trato de hacer literatura, ya que no me gusta callarme.
O sea que cuando hablo de los temas que no conozco, trato de que se vea bien a las claras que no lo hago desde un punto de vista científico, sino vulgar, aunque buscando un punto de vista original.
He conocido a alguna persona verdaderamente inteligente, todas tenían un punto común: sabían hacerse la vida sencilla, resolviendo fácilmente los problemas cotidianos, y a la vez la hacían sencilla a los que les rodeaban (no confundir con los "simples", aquellos que ven todo muy sencillo y normalemente en blanco/negro, esos que dicen: esto lo arreglo yo en dos patadas)
ResponderEliminarHe conocido otros con fama de inteligentes, pero que eran expertos en complicarse terriblemente la vida, la suya y la de los demás.
Por último, he conocido alguno que seguramente era muy inteligente, pero al que no había Dios que lo entendiera. Estos últimos deben ser los que más a imagen y semejanza de Dios estan hechos, pues éste también es muy dificil de entender.