martes, 14 de diciembre de 2010

EN LA TRASNOCHADA, 35 (María Jesús Mayoral)

MJM


En Villamayor de Gállego, 10 de diciembre de 2010


En esta trasnochada, después de montar el belén, me viene al recuerdo su historia. Una amiga me dio un nacimiento, que le habían regalado a su hijo, para que fuera a cambiarlo por otro más grande en los puestos que instalan los artesanos en la Plaza Mayor de Madrid. Yo en aquel entonces trabajaba en la capital de España. Lo cierto es que me fastidiaba el encargo, siempre hay mucho jaleo en los días previos a la Navidad en el centro de la ciudad. Tras hacer un esfuerzo, me propuse que no pasara de aquella tarde hacer el encargo. Cogí el metro con destino Sol y me acerqué hasta los puestos de la Plaza Mayor, busqué el número y me presenté ante el señor que lo regentaba; me pareció un anciano. No me puso ningún inconveniente y me cambió el nacimiento. Lo cierto es que me gustó tanto el nacimiento del hijo de mi amiga, que decidí comprarme otro igual. Pero claro, mi idea del belén era el de nacimiento, más reyes, más pastores… El señor me explicó que los pastores debían tener un tamaño menor que el del misterio y que los reyes debían ser de menor tamaño que los pastores. Los Reyes Magos se ponen al fondo, vienen de lejos y por eso deben de ser más pequeños. El nacimiento debe resaltar y estar cerca, por eso debo ser mayor al resto de las figuras. Por último me dijo que aunque me gustarán mucho sus figuritas, cosa que me agradecía, añadió que debía comprar figuras variadas y que mirara en otros puestos. Me recomendó sobre todo, que el belén debía ser variado y que admitía todo siempre y cuando se conjugase con buen gusto.

Recuerdo que me presenté en el andén de la estación de Chamartín cargada de paquetes. Mis amigos, muy curiosos, me preguntaron qué era lo que llevaba en aquellas abultadas cajas. Riéndome les contesté: un belén. Queremos verlo, dijeron al unísono. Cuando ya estuvimos instalados en el vagón, saqué las figurillas y fueron pasando de mano en mano. Uno de ellos, muy graciosillo, me dijo: te falta el caganet. No lo pensé dos veces y contesté para que se oyera bien: en mi belén no se caga nadie. Aquel viaje fue una juerga. Bueno, lo cierto es que ha habido muchos viajes juerga. Cuando lean esta trasnochada mis amigas Elena y Cristina se pondrán nostálgicas recordando las historietas de nuestro Madrid.

En estos momentos tengo el belén casi completo; aunque un belén no se termina nunca. Lo cierto es que me falta espacio; pero este año he añadido dos figuritas, dos napolitanos graciosísimos luciendo su clásica indumentaria. Mi belén es el hebreo en barro y tela, pero estos dos personajes le aportan un toque rompedor. No pude evitar comprarlos este verano en Nápoles cuando visité la Vía de San Gregorio Armeno, una calle dedicada a la artesanía. Las compré por varios motivos, uno de ellos histórico. En nuestro país no había tradición de belén hasta que Carlos III, que había sido rey de Nápoles, decidió introducirlo en España. Por otra parte quería que mi belén tuviese un toque italiano, faltaría más que yo siendo una entusiasta del sur de Italia no metiera un toque meridional en algo tan importante como es el belén de mi casa. Cada vez que pasó por delante del belén y veo a los napolitanos que parecen llevar una conversación de las suyas, no puedo evitar la sonrisa. Y es que como dijo aquel artesano de la Plaza Mayor de Madrid: el belén admite un todo variado.

Y ahora, recordando la historia de mi belén en esta trasnochada, rescato la esencia navideña de mi infancia. Aquella infancia con sabor a naranja y guirlache, aquellos fríos inviernos con pasamontañas y bufanda corriendo entre los árboles iluminados de colores por el Paseo de Ruiseñores.





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Foto.- Estatua dedicada a Carlos III en Plaza del Plebicisto (Nápoles)

2 comentarios:

  1. por favor Servando anule mi suscripción a los comentarios, gracias

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  2. Me gusta la tradición del Belén y recuerdo con mucho cariño mi infancia y mi juventud, cuando toda la familia participábamos de manera activa poniendo las figuritas, las montañas, las luces, todo tenía un encanto especial y un sabor navideño, eran unas Navidades con menos luces por las calles y menos regalos, pero más entrañables, más familiares y más participativas que ahora, te felicitaba el portero, el cartero, etc. en fin se respiraba un ambiente más cordial y alegre. Ahora las hemos convertido en un intercambio de regalos innecesarios y grandes comilonas. Bueno, esto es lo que hay y no se puede echar marcha atrás. ¡FELIZ NAVIDAD!

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