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No le escuchaba. “Le garantizo que está hecho por Demmenie el mejor artista soplador de vidrio que haya habido en la manufactura de estas joyas….” Me había llamado la atención poderosamente cuando lo vi sobre el terciopelo rojo de su ajado estuche y no podía separar la vista de él. “Porque hay que considerarlo como una joya, única, labrada, elaborada con gran minuciosidad y destreza, hoy no hay artista que pueda hacer algo así, se ha mejorado la tecnología, pero se utilizan otras técnicas, éstas han sido olvidadas…” Es como si me hubiera mirado y hechizado, oía el runruneo del mercader alabando su mercancía, pero no le escuchaba. “¿Es usted coleccionista?, porque, claro, este tipo de objetos únicamente interesan a los escasos coleccionistas que hay. He de reconocer que la demanda es limitada, pero la oferta es mucho más limitada todavía, pocos de estos objetos han llegado hasta hoy, tenga en cuenta que está manufacturado en los mediados del XIX, que es cuando Demmenie asombra a los parisinos con los productos salidos de sus manos. De modo que, dado su escaso mercado, el precio es muy razonable y al alcance de muchos bolsillos, no vaya a creer otra cosa” El vendedor de antigüedades, más bien de cosas viejas, entre anticuario y chamarilero, seguía promocionando el artículo y yo no podía evitar el dejar de mirarlo, como si hubiera entre él y yo una especie de amarra invisible. “Mire, observe, con que perfección ha conseguido la esclera, es un blanco como surcado de venitas, cualquier otro soplador habría conseguido como mucho un globo glauco, pero Demmenie, no, él era un perfeccionista, para ello utilizaba protóxido de cobre incrustado en la masa vítrea, sin dejar de trabajar con la llama y el tubo de soplar, y este hermoso color verde del iris, se obtiene con una mezcla de óxido de cobre y hierro, en sabia proporción, y para el negro de la pupila hay que mezclar óxido de plata, uranio y carbón. Se saben los componentes, pero no las proporciones que utilizaba el artista, que desgraciadamente se han perdido…..”
Salí de la tienda con la prótesis ocular en mi bolsillo, recogido en su estuche y éste envuelto cuidadosamente y yo preguntándome porqué demonios había adquirido un objeto tan absurdo, que además me producía una profunda aversión. Cuando llegué a casa lo deposité aprensivamente en un cajón sin ningún ánimo de contemplar mi adquisición.
Traté de olvidar el inútil objeto, pero cuando disminuía la atención de mis ocupaciones habituales, me invadía la imagen del ojo de vidrio, de tal modo que llegue a tener pesadillas. Unas veces el vítreo globo se convertía en algo gelatinoso y dúctil, que penetraba por debajo de la puerta de mi cuarto y me perseguía hasta alcanzarme y envolverme en su repugnante y frío cuerpo. Otras, se agrandaba de forma considerable, girando en todas las direcciones, hasta que me descubría y entonces comenzaba a rodar hacia mí acelerando su velocidad y con la aviesa intención de aplastarme. En otras ocasiones aparecía la calavera de su propietario con una cuenca vacía y en la otra el obsceno ojo fluorescente, emanando una blasfema luz proveniente del averno.
Resuelto a acabar con estas aprensiones, una tarde desenvolví y abrí el estuche para contemplar el globo ocular firme y directamente y comprobar que era nada más que un trozo de cristal. Pero ¡ah, sorpresa! noté que en el fondo de la pupila se veían figuras en movimiento. Acerqué la lámpara de mi escritorio y empuñé una lupa de bastante aumento y quedé estupefacto. En el fondo del maldito ojo se veía a un caballero trajeado con levita y tumbado en una chaise longue, que parecía dormir o estar privado; una dama ataviada a la moda de mediados del diecinueve avanzaba hacía él con un recipiente en la mano, llegada al caballero derramaba en sus ojos y cara algún corrosivo ácido, que causaba horribles quemaduras en el rostro de su víctima. A continuación se veía a la dama frente al espejo de su tocador, extrayéndose el ojo de cristal y tras limpiarlo cuidadosamente depositarlo en su estuche, mientras se ajustaba un negro parche, que menoscababa su especial belleza, pero sin anularla del todo.
Antonio Envid.
trabajando sobre una foto mía el maestro Servando ha conseguido convertirla en una vista nocturna misteriosa.
ResponderEliminar¡Ojo con la luna!
ResponderEliminarAzulenca