SGS
No querrá creerme, pero yo accedí al mundo del espectáculo muy tarde. Me he pasado media vida como broker en la NYSE ¿Cómo se dice? ¿Bolsa? en la Bolsa de New York, okey. Sí, ganaba mucha pasta ¿se dice, pasta, okey?. Con el bonus del primer año me compré una casa, grande, con jardín y piscina, el segundo año me compre un perro y me casé con una chica preciosa, el tercero me compré un barco. Vivíamos en Rhode Island, los fines de semana organizábamos fiestecitas en casa a las que acudían unos amigos divertidísimos, los veranos navegábamos. En lugar de jugar al pádel, por consejo de un amigo, para quitarme la tensión de mi trabajo, comencé a ir a una academia de baile que tenía un español cerca de la NYSE. Bailaba baile gitano, ya sabe, zapateado y todo eso, era más divertido que el pádel y descargaba toda la adrenalina acumulada durante la semana, en realidad el tiempo que pasaba en esa academia era el único verdaderamente satisfactorio de la semana.
De pronto comencé a sufrir un extraño fenómeno, al afeitarme descubrí que día tras día me disminuía el vello de la cara, me convertía en lampiño ¿lampiño se dice, no? Ok. Yo me enjabonaba y pasaba la cuchilla, pero era por seguir la costumbre. Nadie parecía darse cuenta de que mi cutis era cada vez más suave, por lo que no le día más importancia. Después me fue despareciendo el vello del torso y de las piernas. Otro día descubrí que las chaquetas me apretaban y comprobé que me estaban naciendo unos pechos femeninos, que fueron creciendo poco a poco hasta alcanzar el desarrollo notable que usted ve. Ni mi esposa, ni mis compañeros de trabajo, ni los amigos hicieron la menor alusión al tema, no lo notaban o no les importaba en absoluto. Lo más extraño es que cuando fui a mi sastre, éste dijo con la mayor naturalidad “Habrá que ensanchar las chaquetas de los nuevos trajes y sustituir las camisas por unas blusas. No se preocupe, yo me encargo de todo”. Como a todo el mundo le parecía natural, dejé de darle importancia. Luego hubo que acomodar los pantalones de los nuevos trajes a unas hermosas curvas que salían de mi cintura y dibujaban estas caderas más que notables. Cuando le dije a mi maestro de baile que quería aprender de bailaora, ¿ve como pronuncio? “bailaora”, dijo: “muy bien, ¿empezamos ya?”
Pronto deseche los trajes pantalón y me decidí por ropas totalmente femeninas. Fue el día en que noté que en mi garganta ya no quedaba ni rastro de la nuez. Nunca nadie me hizo el menor comentario sobre mi paulatina transformación. Otro día al llegar a casa le dije a mi chica que quería el divorcio. “Okey, cariño –dijo- ¿te parece bien la firma de abogados Braun & Braun & Braun para que arreglen los papeles? pero, te advierto, yo me quedo con el perro”.
Asqueado de que a nadie le importara mi metamorfosis, tuve la ocasión de enrolarme en una compañía de baile flamenco que actuaba en El Palladium para irme de New York. Al director le entusiasmo ver a un norteamericano bailar con tanto coraje ¡Puta madre! exclamó entusiasmado. Y aquí me tiene usted. Hago dos funciones diarias con el éxito que ha podido comprobar en este tablao madrileño y no tengo la menor nostalgia de mi vida en la Citi. El suceso de la temporada, Lola “la gitana de Wall Street”. ¿Qué dice? Eso no se le pregunta a una dama, vaya, si es usted un caballero como aparenta. ¿Qué soy en realidad? Esa pregunta ya se la hacía Sócrates y todos los sabios que han venido después, sin que nadie haya encontrado una respuesta satisfactoria. Ortega y Gasset, que no es una pareja de baile, sino un señor muy español y muy sabido, decía que: yo soy yo y mis circunstancias. O sea, traducido, Lola, la gitana de Wall Street, y sus circunstancias, el flamenco. ¿Oído? Pues ahueque, que he quedado con unos guris para tomar unas copas de manzanilla y los veo venir por ahí.
Antonio Envid
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lo más gracioso es que el blogger lo ha etiquetado como "opinión"
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