JAVI |
“Primero se mofaron de los católicos y ni me inmuté porque soy ateo. / Luego jodieron a funcionarios y pensionistas y no protesté porque no era funcionario ni pensionista. / Después reprimieron a taurinos y conductores y tampoco me quejé porque voy en bici y me gusta el fútbol. / Más tarde militarizaron a los controladores y yo a la mía porque viajo en AVE. / Finalmente cerraron las bocas de los fumadores y seguí en silencio porque lo que me mola es la mariguana. / Ahora me toca a mí y nadie me defiende porque me he quedado solo”. Bueno, sí, esto es un remedo actualizado del poema de Martín Niemüller que –dramática, muy dramáticamente- dice así: “Primero apresaron a los comunistas, / y no dije nada porque yo no era comunista. / Luego se llevaron a los judíos, / y no dije nada porque yo no era judío. / Luego vinieron por los obreros, / y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista. / Luego se metieron con los católicos, / y no dije nada porque yo era protestante. / Y cuando finalmente vinieron por mí, / no quedaba nadie para protestar”.
La intolerancia, el aplauso a la prohibición de lo que no nos gusta y la delación son conductas totalitarias y, como tales, fuentes y focos de conflictos. De ahí a la violencia, un paso. Piénsenlo bien quienes alegre –o no tan alegremente- apoyan estas conductas prohibicionistas y las aplauden públicamente ante la primera alcachofa que les plantan en la boca, disfrutando de un estúpido momento de supuesta gloria. Por favor: piensen. Aunque sea mucho pedir en estos tiempos.
Los no fumadores (yo lo soy desde hace unos años) no están/estamos legitimados para pedir, ni menos para exigir ni aplaudir, la prohibición de espacios de ocio o recreo exclusivos para fumadores. Quienes no fuman pueden evitar los riesgos o molestias que el humo comporta de una forma muy sencilla: no entrando a esos espacios, que a fin de cuentas nadie les obliga. Y si sienten un irresistible interés o una necesidad imperiosa en ir de copas, cafés o aguas, no se preocupen: tampoco se lo prohibirá nadie, ni debería prohibírselo nunca. Salvo que las sectas prohibicionistas (las que piensan como ellos) se extiendan -como alarmante y lamentablemente puede ocurrir- nadie prohibirá locales de atmósfera “limpia”. “Limpia… de tabaco”, que la atmósfera siempre está y estará contaminada de múltiples y peligrosas partículas. Vivir –piensen-, vivir mata.
En lo que respecta a camareros –y me importa un bledo ser heterodoxo o “políticamente incorrecto”- también estos podrán elegir (en la medida que el mercado laboral lo permita) entre trabajar en espacios con humos y un plus de peligrosidad, o en hacerlo en espacios limpios de nicotina, sin plus. Así de sencillo. Y si no pueden o no quieren elegir porque el humo les molesta o no les gusta o, incluso, son propensos al cáncer, que busquen otro empleo: la barra o la mesa no es para ellos (por cierto tampoco debe serlo para tantísimos autónomos dueños de establecimientos hosteleros por ellos mismos regentados porque no tienen otra opción). En todo caso, aún no he visto a nadie que disfrute trabajando en una mina, en un andamio o en la vendimia y también son trabajos que entrañan riesgos y peligros y jamás se ha planteado nadie prohibir la extracción de mármol, la construcción de adosados o la recogida de patata kennebec, monalisa o desirée. Lamentablemente, son pocos los trabajos asépticos. Sin ir más lejos, yo preferiría ser “ministra” de sanidad en lugar de un humilde barriquero asalariado, ya ven. Pero no por ello abogaré por la eliminación de las barricadas. Qué le vamos a hacer: vivimos en sociedad y vivir –insisto- mata. Y vivir en sociedad también, ¿más o menos?
El Comarcal del Jiloca
18/02/2011
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