viernes, 18 de marzo de 2011

SOBRE ÁNGELES (Antonio Envid)

AEM

Pues mire usted, le voy a ser franco, yo, creer en Dios, no creo, es una cuestión de fe, no de lógica, por tanto no tengo explicación que darle, será que lo mío es antifé. Pero así como le digo una cosa, le confesaré otra, y es que en los ángeles sí creo, en ellos creo a pies juntillas.

Son miríadas la multitud de ángeles que pueblan el universo y hay quien con afición de naturalista y paciencia de encajera los ha clasificado en nueve coros o clases: arcángeles, querubines, serafines, tronos, dominaciones, virtudes, poderes, potestades y principados, y en cada coro, legiones de individuos. Pero los que a mí me caen bien son los custodios, que no tengo ni idea en qué nómina están. Estos ángeles custodios son verdaderamente extraños, sienten auténtica fascinación por nosotros los humanos. No se si nos comprenden o no, yo creo que no. ¿Cómo van a comprender el dolor, sin tener cuerpo? ¿Y el placer? El placer, mucho menos. Tiene que ser de ahí de donde les viene su curiosidad, porque si nos comprendieran bien, es seguro que no perderían ni un segundo con nosotros, aunque hemos de reconocer que difíciles de entender, sí que somos. Es por esto que nos siguen a todas partes, nos miran, nos contemplan, se introducen en nuestros rincones más íntimos, se sientan a nuestro lado mientras comemos, se meten en nuestra cama mientras dormimos, se encierran con nosotros en el retrete…. Todos nuestros actos han de resultarles muy chocantes, pues de otro modo hace milenios que habrían perdido su interés, dado que somos iterativos hasta la saciedad. A no ser que el mundo celestial sea mucho más repetitivo y monótono que el nuestro, que algo de esto me malicio yo. ¿El mundo angélico, desangelado? Vaya, vaya…

Pues como le cuento, estos custodios me resultan extraordinariamente simpáticos, especialmente el mío. Es todo un lujo contar con un ángel para mi exclusivo servicio, y además, completamente gratis, ni siquiera hay que darlo de alta en la seguridad social. A pesar de ser un entrometido, mi ángel custodio es lo que se dice “un ángel”. Me ha librado y me sigue librando de cantidad de peligros y problemas en los que suelo meterme gracias a mi natural atolondramiento. Es discreto, va por delante de mí despejándome el camino de dificultades, sin pedir nada a cambio. Sin ir más lejos, el otro día me hallaba al borde de la desesperación, había extraviado mi móvil y no había modo de encontrarlo. Estaba aislado del mundo, ni podía llamar a nadie ni recibir llamadas, como un náufrago asido a una triste tabla en alta mar, peor, como un enterrado vivo, como en esa película de “Buried”, pero sin móvil ¿se imaginan?. La cantidad de correos que me estarían entrando y yo sin poder acceder a ellos, sin poder enviar un triste mensaje de auxilio. Cuando se iniciaban los síntomas de un ataque de ansiedad en toda la regla y presa del síndrome de abstinencia comenzaba a darme cabezazos contra la pared, de pronto, desde el fondo de un cajón, que había revisado de arriba abajo al menos tres veces, se oye el sonido de mi móvil. Me sonó a música celestial, nunca mejor dicho. A toda velocidad lo cogí ¡Diga! ¿quién es? pregunté ansioso. Escuché como un ligero suspiro y un batir de alas al otro lado.

Si he de ponerle alguna pega, es que cuando nos vamos de copas, él no bebe, no prueba ni una gota de alcohol, dice que está de servicio, de modo que yo he de beberme las de los dos, o sea, que al final termino algo cargadito, a menudo, más que algo, vamos a ser francos, mientras él permanece igual de etéreo que siempre. En fin, nadie es perfecto, como ya dijo Joe Brown.

Antonio Envid


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La foto es del Ángel custodio de la ciudad de Zaragoza, escultura de Pablo Serrano.

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