Con la cara de colores y esos cuadraditos de luz luminosa, mientras ella mira el universo del techo, podemos merodear a Julia con las ventajas –o desventajas- que nos proporcionan las pinturas y la luz. El verde archipiélago pone una isla alrededor de la comisura que marca el surco de la barbilla y pinta el fruncido del labio superior; el rojo de la nariz hace resplandecer la punta nasal y el borde de la aleta, y nos deja el negativo del inicio del surco de la sonrisa; la oscuridad del iris del ojo se añade a la sombra del pelo y a la pintura negra, de manera que nos queda un rincón de noche y de tinieblas en el que podría sumergirse para siempre un escuadrón de regulares a caballo.
Los cuadraditos de luz que iluminan el pómulo pintado de amarillo dicen que sí, que sí y los que iluminan la mejilla de rojo y verde no dicen ni que sí ni que no, sólo dicen que sin llama no hay calor.
Julia está hermosa de pelo fibroso, duro y liso, con un flequillo napolitano que le cae sobre la mirada; está muy hermosa de ojos; hermosa de boca y postiza de nariz, imberbe y con el lóbulo de la oreja como una media luna.
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