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AEM |
A menudo me paraba a escucharlo. Sus
razonamientos se hallaban dotados de una sutil lógica. Por lo común me hablaba
sin atender demasiado a mis palabras, que, por lo demás, no solían ser sino
afirmaciones, pues comprendía que lo único que provocaban era la interrupción
impertinente del hilo de sus pensamientos. Digamos, que igual habría hablado
ante una silla vacía.
“Normalmente empleamos las palabras
`realidad´ y `verdad´ como sinónimas, cuando son conceptos muy distintos. ¿No
cree?”. Y continuó sin aguardar contestación alguna. “La realidad son los
hechos, meras constataciones, hechos desnudos, sin connotación moral alguna.
Pertenecen al mundo de lo material. Le pondré un ejemplo: vemos como alguien
saca un revolver y mata a otro. Esta es la realidad, pero nada nos dice sobre
si ha sido un asesinato a sangre fría o si esa muerte es consecuencia de una
pasión desmesurada, si había algún motivo o, por el contrario, ha sido un
crimen totalmente gratuito, obra de un asesino frío y amoral, o un crimen por
encargo, incluso si, analizado, podríamos llegar a la conclusión de que su
causa era una presión intolerable que la victima ejercía sobre el ejecutor y,
en realidad, ha sido un acto de legítima defensa. Ahí es donde aparece la
verdad, la verdad es una categoría moral, la verdad es omnicomprensiva,
comprende en ella los hechos, todas las causas de que derivan y todas sus
consecuencias, además de todas las circunstancias que rodean al hecho, y si es
producto de un acto humano, también comprende al ejecutor y al receptor y a
quienes beneficia el hecho y a quienes perjudica o perturba de alguna manera.
¡Tela, eh, joven! No, no se trata de juzgar nada, entiende, sino de inquirir la
verdad. Juzgar es propio de espíritus estrechos. Yo nunca he juzgado los actos
humanos, he buscado su explicación, nada más. ”
“Conocerá
una de las películas clásicas de John Ford, El
hombre que mató a Liberty Balance”. No
era una pregunta, sino una afirmación, tenía la obligación de conocerla, de
modo que no esperó a mi confirmación o, por el contrario,
a que alegase mi ignorancia. Ni le importaba lo más mínimo. “En ella, un abogado bastante pusilánime, que no
ha manejado nunca una pistola, se enfrenta a un pistolero, Liberty, a quien
todo el mundo teme por su habilidad con las armas y su falta de escrúpulos
morales para matar. Contra todo pronóstico el abogado (James Steward) termina
disparando y matando al pistolero. El espectador ve la escena y constata ese
hecho, así parecen apreciarlo los demás personajes de la película, pues el
abogado se convierte en un heroe. Al final del film se vuelve a proyectar
la escena, pero desde otro ángulo diferente, y vemos como John Waine (el
pistolero bueno) ante la certeza de que va a ser inmolado un inocente, desde
las sombras y escondido tras una columna dispara sobre el agresor y es quien
mata realmente a Liberty. Ya ve, como no podemos estar seguros de que
conozcamos los hechos. La realidad, que parece algo sólido y material, es
poliédrica, cambias de enfoque y se transforma, ves cosas nuevas y se te
ocultan otras. La realidad nos es inaprensible. Siendo así ¿cómo vamos a
aspirar a apresar algo mucho más complejo, como es la verdad? La verdad no
existe.”
Llegado
a este punto paró de hablar, como si fuera un muñeco que deja de moverse al
agotarse las pilas que le suministran la energía. Sabía que había dado por
terminada la conversación y podía permanecer callado por horas. Me levanté, lo
salude afectuosamente y me fui con el convencimiento de que era verdad su
afirmación de que la verdad no existe ¡Qué paradoja!.
Antonio
Envid
Aqui tenemos un moralista, sin moral...
ResponderEliminarUn esceptico con escepticismo...
Un autor sin autoridad...
Un desganado con ganas
Chapeau, "don" Antonio
Bernardo