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El viento sacude fuerte las moreras. Las hojas desparramadas por el suelo se arremolinan por los rincones airados de nuestro corazón en calma. Es hermoso ver como el oro viejo de las manos caídas de los árboles colorea con sus destellos todo el suelo. Su llanto es belleza para los ojos que sienten este frío seco que saca de nuestros lagrimales gotas de un invierno anticipado.
Pero mañana tenemos visita. Y en aras a la hospitalidad, he de barrer el otoño, esconder sus encendidas amarguras, y hacer que la huerta, aún a destiempo, parezca primavera. Luego, ya dentro de la casa me pongo también a ordenar carpetas y cajones. Y en una estantería, dentro de una antología editada por la Coordinadora de Presos en Lucha, allá por el 78, Tenemos un minuto... para disolvernos, (poemas del Papi y el Cahue), me encuentro el pasaporte de aquellos años.
Era práctica habitual entonces esconder muy bien este salvoconducto. En cualquier registro la Brigada Político Social podía incautárselo. El pasaporte era nuestra última oportunidad para atravesar la frontera, escapar de la Dictadura en caso extremo de persecución y acorralamiento.
Y hoy el viento me devuelve el recuerdo de un ayer reprimido junto al verso eres mi cárcel sin barrotes en este documento que dice:
Paises para los cuales este pasaporte es válido: Todos los del mundo. Excepto: Abania, Bulgaria, China, URSS, República Democrática Alemana...
Palpo ahora con la yema de mis dedos contentos el matasellos de los empinados muros que ayer derribamos. Y también mañana quisiera pasar mis ojos felices por las muchas batallas a ganar que aún nos quedan.
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