Lo malo malo de esta interminable historia de la crisis es la modorra que nos da, que nos pasamos las horas de los días bostezando como palanganas, atontados de sueño y de aburrimiento, sin ganas ni de ver la tele porque el pantallón nos hace bostezar más.
Nos decimos –por no callar- que lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa, que este asunto de la crisis pochola no tiene ni pies ni cabeza, pero de tanto bostezo tonto ya tenemos un andar como de plástico, tieso, como las muñecas de famosa que se dirigen al portal, tropezando con las esquinas, zombis y estorbados de la cosa psicomotriz.
Vamos por el domicilio de la casa papando moscas, como con un marcapasos de estupidez y flojo de pilas: el careto largo como de comer con demasiado vinagre y la glándula amarilla, la de la viscosidad, pompona como una tortilla de tres huevos.
Si el asunto sigue así, con esos bostezos como la taza del váter, habrá que pasarse por el ambulatorio, porque el dolor es eterno pero mal repartido.
Lo malo malo de esta crisis que no acaba es que ya nos la trae flojísima, es como un tornillo cuando no entra recto, ya no hay ni desafío, ni chispa, ni color, sólo grietas y sombras en la pared, y nos sentimos como unos grandes zascandiles: con más ojos que mirada y más dientes que mordisco y más orejas que oído.
Nos vestimos cada día y salimos a la calle como si aún fuéramos normales: el cielo delante y el mundo detrás, con las manifestaciones en medio. Pero cansados de afeitarnos, vacíos y sin llama, sólo bostezando como la boca de una fregadera, todas las horas de todos los días, como subidos a una flor, atados a un amapolón de Estambul, agarrados a un girasol sumiso y amarillo.
Y la memoria como llena de ranas o de alcachofas, y todos los días derramamos el vaso de leche en medio de un bostezo. Y las muñecas de famosa que se dirigen al portal, coño.
Narciso de Alfonso
El Merodeador, III
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