LA ELEGÍA: EL YO CONTRA LA MÁQUINA ESTATAL (Servando Gotor)
Con la intención de acercar las elegías de Propercio al ámbito digital, Lecturas hispánicas publica en este soporte Todo amor es grande, una selecta antología, anotada, traducida y breve y atinadamente comentada por Mariano Berdusán Cabellos, ya en las librerías desde hace casi diez años en una cuidada edición impresa (Libros del Innombrable, Zaragoza, España, 2004).
Con Propercio, en los albores del Imperio, la elegía acaba por imponerse tras contados pero intensos titubeos por parte de Catulo y los denominados "novísimos" o "neotéricos". Con ello, lo que comenzó siendo mera forma métrica perfectamente definida (el dístico elegíaco, es decir, una estrofa de dos versos: un hexámetro y un pentámetro), acaba por convertirse en un género experimental en el que —como en la novela siglos más tarde— todo tendrá cabida.
Pero lo más importante es que con la elegía se invierten los valores literarios hasta entonces imperantes: militares, patrióticos y, en definitiva, "educadores" (y defensores por tanto del sistema social o colectivo), todos ellos incardinados en la épica y la tragedia. De modo que si, hasta entonces, la literatura había estado al servicio del Estado y sus personajes eran mitos y héroes colectivos, la elegía, transgresora, se erige (en palabras de Jaime Siles) en una especie de "pre-postmodernidad" con la primacía del yo sobre lo público y, por tanto, de la libertad individual. Por eso ahora se hablará de amor, de amistad, de trabajo, del mercado, del día a día y, en definitiva, de todo lo que acontece en la ciudad, marco éste en el que el súbdito acabará por elevarse con el correr de los tiempos a la condición de "ciudadano". Evidentemente, Augusto ya se encargará de reconducir las cosas hacia sus propios intereses. Y de hecho, más adelante, Virgilio escribirá la Eneida ligando la estirpe de los césares con los dioses, y Ovidio acabará en el destierro, posiblemente por culpa de sus poemas eróticos. Pero la semilla elegíaca plasmada por estos primeros poetas transgresores pre-postmodernos, reivindicadores del yo y la individualidad, quedará ahí para que, primero los juglares provenzales, que tampoco ensalzarán a héroes sino que cantarán al amor cortes, y mucho después —aunque más tímidamente— los románticos, pasen definitivamente el testigo a Baudelaire y desde él a los poetas malditos, ya en el siglo XX.
Hasta aquí este breve apunte sobre la importancia de la elegía, manifestación poética de la que sin duda Sexto Propercio es el autor más significativo. En cuanto a nuestro impecable traductor, Mariano Berdusán Cabellos, decir que fue el ejemplo de un hombre rebosante de humanidad y humanismo. Su vasta cultura y su dominio de diversas lenguas, vivas y muertas, le permitieron dedicar sus últimos años a la traducción de los clásicos, publicando, además de la que aquí nos ocupa, otra del alemán Friedrich Hölderlin (El sueño imposible, Libros del innombrable. Zaragoza, 2010). Dejó también terminada la primera parte de un interesante y didáctico estudio sobre la lírica latina romana, de próxima —y ya por tanto, lamentablemente póstuma— aparición. Sus motivaciones sociales, culturales y religiosas ―humanas en suma― le suscitaron ya desde muy joven intensas reflexiones sobre cuanto le rodeaba. Reflexiones que, a veces, las convirtió en narraciones aparentemente sencillas pero siempre cargadas de profundidad. Algunas de ellas las recopiló en el año 2010 bajo el título común El Color de mi cristal (Lecturas hispánicas, 2012).
Servando Gotor
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